Gabriel Cisneros

Le traté poco, pero lo suficiente para poder percibir inmediatamente que era, como se dice vulgarmente, una buena persona. Es verdad que es un “deporte” muy español elogiar automáticamente a alguien cuando fallece. Aparte de que es muy mal gusto hablar mal de un muerto, en el caso de Gaby–así se le llamaba cariñosamente- Cisneros, es que no hay más que motivos para deshacerse en elogios por su enorme calidad como persona y como político.

Tengo un recuerdo muy especial de Gaby que se prolonga a lo largo del tiempo. Coincidimos en muchos funerales de personas asesinadas por ETA, la misma banda terrorista, -en su autodenominada rama “político militar”- que el 3 de julio de 1979 intentó, sin éxito, secuestrarle. Sin ninguna duda, esa “experiencia” le marcó vitalmente y le llevó a estar siempre al lado de los que posteriormente sufrieron el zarpazo terrorista.

También coincidí con él en muchas manifestaciones en el País Vasco o en Madrid, tras un atentado, o para reclamar la ansiada libertad. Daba lo mismo que las convocara la plataforma Basta Ya, el Foro de Ermua o la AVT. Siempre estuvo con los que más han sufrido la falta de libertad en ese rincón de España que es Euskadi.

Gabriel Cisneros tenía, que se le conociera y que él no hiciera ningún esfuerzo por ocultarlo, una gran pasión: España. Por eso, estaba preocupado por la deriva que con Zapatero habían tomado las cuestiones que más pueden afectar al arquetipo constitucional que él tanto ayudó a construir. Tengo para mí, que dentro de esa preocupación por el presente y por el futuro de España, Gaby tuvo un gran momento de alivio y de alegría, cuando hace unos meses pudo contemplar directamente, desde un estrado colocado en la Puerta de Alcalá, el final de una gran manifestación convocada por el Foro de Ermua, en la que había una gran cantidad de banderas de España y en la que sonó los acordes del himno nacional que fueron seguidos por todos los presentes con una gran emoción.

En el terreno personal, Gaby era una persona sencilla, nada afectada, servicial, inteligente, con una pluma brillante, que sabía escuchar, que siempre estaba presto a dar un consejo cuando se le solicitaba. Se le cogía cariño con gran facilidad. Era un político de los que van quedando realmente pocos. En él si que se puede afirmar que tenía una auténtica vocación de servicio al bien común de la sociedad. Nunca buscó ni quiso nada para si mismo. Sus aspiraciones políticas se vieron de sobra colmadas cuando, con gran acierto, Adolfo Suárez le designó uno de de los tres ponentes constitucionales que le correspondían al partido entonces en el Gobierno, la Unión de Centro Democrático, junto a José Pedro Pérez Llorca y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón.

Cuando las aguas de nuestro particular río político bajan tan revueltas; cuando en las relaciones entre partidos y en la propia sociedad, se ha instalado la crispación y la discrepancia permanente, donde es muy difícil introducir los matices, todo lo que ha acaecido tras la muerte de Gaby es un motivo para la esperanza de que se puede recuperar ese espíritu de entendimiento que presidió la transición política a la que él tanto contribuyó. Mención especial merece el saber estar y el saber hacer en los momentos posteriores al fallecimiento de Gabriel Cisneros del Presidente del Congreso de los Diputados, Manuel Marín. Ha vuelto a demostrar que es una persona que sabe que su cargo institucional está por encima de los intereses partidistas, la mayor parte de las veces, ramplones y mezquinos.

A la salida del funeral que se celebró el pasado sábado en la Iglesia de San Fermín de los Navarros, un joven y estrecho colaborador del ex –Presidente Aznar me dijo: “se nos ha ido un símbolo y un referente”. ¡Y tanto! le contesté, añadiendo que ya nos van quedando pocos. Descanse en paz, Gabriel Cisneros Laborda.

 
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