Gorilas, herreros y febreros

A Chávez le llaman “el gorila rojo”. Gorila, porque así se llama en América Latina a quienes toman el poder por la fuerza. Y rojo, por su inclinación hacia la izquierda y el socialismo más radical. Yo lo veo y lo escucho y me imagino la escena en un zoológico, por seguir con lo relativo a la fauna. El gran jefe habita en la mejor jaula y reclama todas las atenciones. Casi todos los suyos están sometidos, así que no es sencillo juzgar sus acciones. Sin embargo, en España es diferente: aquí abundan los que voluntariamente se dedican a lanzar sabrosos cacahuetes a la jaula venezolana. Los aduladores. Los cómplices. Esa es la escena. Riéndole todas las gracias al poderoso. Sin embargo, contemplando la metáfora, algo falla: en realidad, en Venezuela el único que está fuera de la jaula es el gorila. Dentro están todos los venezolanos. Los suyos y los demás. Y desde ahora será mucho peor, porque la llave de la libertad, como en esas películas de terror de antaño, se la ha comido el gran gorila, entre gritos histéricos de “febrero, febrero revolucionario”.

Al periodista y político Luis Herrero lo detuvo la policía “chavista”, una palabra que el corrector de Word me corrige inocentemente a “chapista”. Chapista, ironías de la vida, es el que trabaja la chapa y la amolda a su gusto. También puede ser el que da la “chapa”, aunque esto ya es interpretación extraacadémica. La policía chavista o chapista se abalanzó sobre Luis Herrero en un hotel de Venezuela, poco después de que el periodista español denunciara en público que “hay evidencias, más allá de cualquier duda” de que Chávez no “se esmera por respetar los derechos humanos, las libertades de las personas, y por mantener el estado de derecho”. Herrero también dijo que en los días previos a la votación se habían “perpetrado en Venezuela violaciones de los derechos humanos que no tienen ningún tipo de paralelismo con ningún sistema democrático occidental”.

Al margen del contenido de las declaraciones de Luis Herrero, he sentido cierta vergüenza al escuchar las declaraciones de una parte de la izquierda y sus altavoces mediáticos. Al justificar el atropello, destacados miembros del PSOE echaron mano de un desafortunado clásico de aquel lenguaje cínico que triunfó no hace tanto tiempo en el País Vasco: “algo habrá hecho”. O, más bien, “algo habrá dicho…”.

No es noticia que Chávez, fan número 1 de los Castro, se comporte como un dictador. Tampoco lo es que se empeñe en disfrazar de democracia sus tejemanejes autoritarios. Lo que realmente sorprende es que una y otra vez buena parte de la izquierda española –y ahora también norteamericana- se empeñe en cerrar los ojos ante la evidente falta de libertad en Venezuela. La razón de este silencio cómplice, que a veces se convierte en auténtica ovación a Chávez, es simple: es de izquierdas. Comparten algunas cosas, como la pasión por la propaganda, el odio a Aznar y a los Estados Unidos o el amor por el socialismo más radical. Pero ni siquiera eso justifica el respaldo a quien no respeta la libertad y los derechos humanos. Quienes ahora lo aplauden y defienden, quienes insisten en que el referéndum venezolano ha sido un gesto democrático –incluyendo a Obama, que ya ha dejado de ser tan simpático-, deben saber que ni siquiera el socialismo merece la pena si falta la libertad. Si piensan, por el contrario, que sí merece la pena el socialismo aunque sea sin libertad, es mejor que lo digan claramente. Manifiesten entonces que aplauden las detenciones políticas. Confiesen sin miedo su pasión por Fidel y Raúl Castro. Aplaudan el secuestro y expulsión de Luis Herrero. Si es así el modelo “democrático” que quieren para España, es preferible que no se anden por las ramas.

Me hicieron reflexionar los delirios mesiánicos y populistas de Chávez, en su aterrador éxtasis post referéndum, cuando gritó a los cuatro vientos, fuera de sí: “Yo no soy Chávez, yo soy un pueblo, yo no me pertenezco, yo le pertenezco al pueblo de Venezuela, mi vida no es mía, yo la viví ya, mi vida es de ustedes, hagan con ella lo que ustedes quieran”. Pensé entonces que si el pueblo pudiera elegir en libertad qué hacer con la vida de Chávez, mucho me temo que mañana mismo habría en Venezuela un concierto multitudinario del censurado Alejandro Sanz, como anticipo de unas elecciones auténticamente libres, con todo tipo de partidos luchando democráticamente por el poder: de izquierdas, de centro y de derechas. Eso sí que sería “febrero, siempre febrero, febrero rebelde, febrero en pasión patria”.

 
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