Hazte pez

Hablemos en serio. Me van a permitir que esta vez me despoje de mi tradicional visión distendida de la actualidad, para tratar de un asunto vital. He estado observando durante largo rato la vida de los peces, y estoy en plena encrucijada. Sin ánimo de restarle méritos a la condición humana, que tiene ciertas ventajas, la vida submarina es un auténtico lujo. He cubierto los papeles para hacerme pez. Los acaricio ahora mismo con mis manos. No sé si firmar y entregarlos o no. Necesito su ayuda, tal vez su aliento, quizá su consejo. ¿Hombre o pez? Creo que en adelante seré pez.

Pierdan un poco el tiempo. Deténgase a ver cómo se manejan los salmones en su entorno. Contra corriente. Entre el frio. Con su esbeltez resbalando entre ese caldo denso y cristalino. Haciendo del tópico arte, y del arte ahumado unos rollitos rellenos de cangrejo que hacen perder el sentido. Pero incluso cuando están vivos demuestran un aspecto envidiable, fruto sin duda de su libertad de movimientos, de conciencia, y de acciones. No pagan impuestos. Nadie les multa por conducir en dirección contraria.

Los salmones se ríen del caudal del pensamiento único. Y por el mismo precio, no envejecen ni les salen arrugas, porque la corriente les obliga a mantener los ojos muy abiertos y les estira la cara. En este sentido se parecen bastante a Berlusconi. Con la diferencia de que el salmón no se gira para salir corriendo detrás de cualquier salmona, -que eso de salmón hembra es de un machismo inaceptable-. Y es lógico. Porque en el asunto amoroso los humanos ganamos por goleada. Por muy mona que se vista, nunca una salmona podrá igualar la belleza de una María Sharapova jugando al tenis.

Yo mismo puedo confirmarlo. Tuve una novia salmona y francamente, nos queríamos, éramos carne y escama, pero aquello era muy frío. Lo nuestro era de papel y se deshizo bajo el mar. No me fue mejor con la merluza, que hacía honor a su nombre, y que me otorgaba a mí el dudoso honor de ser su merluzo. Inaceptables términos incluso para un amor ciego, de esos que te dejan pez. Hablando de dejar: la dejé por SMS. Y luego vino lo peor, la eriza de mar, a la que conquisté en un restaurante de Adriá antes de que la deconstruyeran. La salvé del plato de moléculas marinas y al fin, aún encima, resultó no ser eriza sino erizo. Que te la querías llevar al cine y volvías a casa con más púas clavadas que el guitarrista de Iron Maiden.

En fin, que cuantas más ruedas de prensa veo del Gobierno, más quiero ser pez. Los peces viven en bancos pero no pagan ni un euro de comisiones. El famoso banco de peces y cada día el de más gente. Viven bajo el bar y no se ahogan. Y puede imitar a un pez sin que les entre agua en la boca. Esto último es muy práctico si uno necesita distraer a un gran número de niños pequeños, algo habitual en el mar, sobre todo teniendo en cuenta que la salmona tiene la sana costumbre de poner una media de 20.000 huevos cada mes de octubre. Que ya son huevos.

Es cierto que los peces son sólo peces, de acuerdo, pero también los burros son sólo burros, y salen perdiendo claramente en el reparto de cualidades. Que nadie olvide que los peces no tienen rabo porque no necesitan espantar a las moscas. Otra ventaja de la vida submarina. La gente cree que lo peor del burro es ser burro, y lo peor del burro son las moscas. Se lo digo por experiencia, porque también tuve una novia burra, pero esa es otra historia. Y espero que no me esté leyendo.

Vivir bajo el río o bajo el mar es una delicia. Un entorno natural de lujo. La tranquilidad de tener al hombre lejos, al otro lado de la superficie, excluyendo a los agentes secretos rusos, que se les reconoce bajo el mar porque llevan el neopreno en el estómago en forma de vodka con hielo. Y la inexistencia de plazas de aparcamiento, ni diputaciones, ni colas en la pescadería. Todo el mar es una gran pescadería. Basta con elegir un pez más pequeño que tú mismo, y pegar un buen mordisco. No hay que pagar ni un duro. Si Gordillo se entera de esto, se tira al mar.

Y no es mala idea. Miren. Los peces comen marisco cuando les da la gana y a precio de ganga. Son capaces de ejecutar unos cambios de ritmo que ya los querría para sí cualquier futbolista de élite. Y –atención guarros- no tienen que ducharse porque ya viven en el agua. Por no tener, no tienen ni que hacer la digestión antes de bañarse. Viven en rocas sin pagar alquiler, no necesitan hipotecarse y, sobre todo, ponen los huevos donde les da la gana sin preocuparse de que venga ningún político a tocárselos.

Hazte pez. Súmate al cambio.

 

Itxu Díaz es periodista y escritor. Ya está a la venta su nuevo libro de humor «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

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