Humo y cuarta pared

El arte, ese sudor benéfico que cura los catarros del hastío. Pues bien, un sujeto ha presentado denuncia ante la Agencia de Salud porque en el musical Hair, actualmente en el Apolo de Barcelona, los actores fuman. No es cierto. Hasta Roger Julià, director de producción de la obra, ha caído sin darse cuenta en el error de decir eso, que fuman los actores, al dar las explicaciones pertinentes (entre ellas, la precisión de que no se trata de tabaco, sino de «hierba María Luisa, albahaca y hojas de nogal»). Pero es que no fuman los actores. Fuman los personajes, que es muy distinto.

En la confusión de algo tan básico está la ridiculez del asunto. La magia de todas las artes consiste en poder crear un mundo autónomo, que tiene sus propias leyes (la antitabaco no suele figurar entre ellas todavía). El teatro, con su inmediatez viva, palpitante, se presta más que cualquiera de las otras creaciones artísticas al conflicto de lindes entre realidad real y realidad ficticia. Cuando un personaje fuma, solo en la función teatral, desde el patio de butacas, se huele su tabaco.

Puedo dar fe de ello. Asistí hace unos meses en primera fila a la representación de Tócala otra vez, Sam, en el teatro Maravillas de Madrid, y me llegó el aroma de los pitillos de un Bogart interpretado por Javier Martín (pitillos que no eran de hierba María Luisa, albahaca y hojas de nogal). Nótese que he dicho de un Bogart interpretado por Javier Martín, y no de Javier Martín interpretando a Bogart. Fumaba quien fumaba, no nos equivoquemos.

El escenario es un lugar misterioso, un espacio vacío donde puede suceder cualquier quimera que nos propongamos. Aplicar allí también la ley antitabaco es un hostigamiento a la fantasía con las miserias de nuestro vivir cotidiano.

Y además, se incurre en el burdo anacronismo. ¿Por qué tendría que hacer Bogie, personaje teatral, como que aspira hierbas salutíferas, si en sus películas Bogie, personaje cinematográfico, hacía como que aspiraba tabaco letal, y así mismo es como lo concibió Woody Allen para su obra de teatro? ¿Por qué los personajes de Hair deberían dar chupadas a unos canutos con preparado de herbolario, si era otra cosa lo que se fumaba en los últimos sesenta? Vaya retroactividad más drástica y absurda.

Mal está que, para evitar toda propaganda del tabaco, se caiga en manipulaciones groseras como las que ha engendrado en Francia la ley Evin, en aplicación de la cual les borraron el cigarrillo a Malraux y a Sartre, y a Jacques Tati le cambiaron la pipa por un molinillo. Es falaz y exasperante, pero al fin y al cabo ellos fueron seres auténticos. Existieron. La censura en el teatro es mucho peor, más profunda, de índole totalizadora.

Viene a advertirnos de que el tabaco no solo se persigue aquí y ahora, sino además en todo lugar, verdadero o inventado, y en todo tiempo, pasado, presente o futuro, y se perseguirá hasta los últimos confines de la imaginación, declarada también espacio libre de humo. ¿Qué personaje ni qué personaje? Ahí arriba, sobre las tablas, hay un señor fumando, y es de rigor presentar la denuncia pertinente.

Así, el Ministerio de Sanidad se dispone a derribarnos la cuarta pared con su bola de demolición reglamentista. De la simulación del acto de fumar a la simulación del propio pitillo -triste pitillo de atrezzo-, por el camino perdemos nada menos que la libertad del arte.

 
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