La Iglesia Ortodoxa Rusa y el Vaticano quieren eliminar divergencias

La noticia de que la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR) y el Vaticano van a sentarse a la mesa de negociaciones con el fin de eliminar sus añejas divergencias no ha suscitado mucho interés. Es fácil comprender el porqué: al calcular rápidamente las probabilidades de un desenlace feliz para tal iniciativa, los receptores de la información habrán llegado a una conclusión pesimista y la habrán olvidado.

No obstante lo cual, les invito a reflexionar sobre ella. Según manifestó el metropolita Tadeusz Kondrusevich, representante de la Iglesia Católica Romana en Rusia, “en nueve siglos y medio [la división de la Iglesia cristiana en las actuales ramas católica y ortodoxa se produjo en 1054] se han acumulado numerosos atascos: los prejuicios surgidos a lo largo de la Historia, las distintas prácticas litúrgicas y la experiencia de la vida religiosa. Hoy en día hace falta intentar encontrar un común denominador. Un camino de mil millas comienza dando un primer paso: importa que nos sentemos a la mesa de negociaciones”.

En efecto, las probabilidades de desenlace feliz son pocas, pero existen, mientras que ayer no había ninguna. La propia vida empuja al acercamiento a los reverendos padres de las dos Iglesias. Están a la vista la creciente influencia del islamismo radical, la debilidad de los valores morales fundamentales del cristianismo entre la joven generación, así como —hablando del Vaticano— la propensión de los políticos europeos a olvidar el papel que desempeñó la fe cristiana en el nacimiento y formación de sus Estados. Baste con mencionar que la Unión Europea se opuso a incluir en su Constitución la mención misma de las raíces cristianas de la civilización europea.

La IOR tiene sus problemas: la Iglesia sigue debilitada por decenios de represiones y tiene que vérselas con gente bastante marcada, si no deformada, por la época soviética. Aunque en Rusia, a diferencia de la UE, las autoridades laicas hacen todo lo posible (aparentemente) para lograr un acercamiento con la Iglesia, los problemas acumulados en el pasado no están completamente resueltos, ni mucho menos.

Además, las autoridades laicas y las religiosas, tras el largo paréntesis en sus contactos, todavía no han encontrado vías óptimas de cooperación ni han definido claramente los márgenes de su influencia sobre la sociedad. Por ello, en el país surgen periódicamente acalorados debates, como, por ejemplo, el de la conveniencia de enseñar los fundamentos de la religión en la escuela secundaria.

“Nuestros tiempos nos lanzan retos serios”, repite, muy preocupado, Kondrusevich. “Se adoptan leyes que contradicen las bases morales y las tradiciones de la fe cristiana. Somos aliados [el Vaticano y la IOR] ante tales retos.”

La lógica más elemental dice que, en tal contexto, la prolongación del estado de escisión no responde a los intereses del cristianismo mundial. No obstante, es sumamente difícil eliminar los atascos mencionados por Tadeusz Kondrusevich. Entre los principales temas teológicos en que divergen la IOR y el Vaticano, el metropolita señala el de “primacía del Sumo Pontífice” y el problema de “filioque” (el término, traducido del latín, significa “del hijo también”: la Iglesia Católica afirma que el Espíritu Santo parte no sólo de Dios Padre sino también de Dios Hijo). Además, Kondrusevich menciona el “dogma de la Inmaculada Concepción” (según la doctrina de la Iglesia Católica, la Virgen desde el momento mismo de la concepción fue liberada del pecado original).

Está claro que son contradicciones insuperables, a no ser que los jerarcas cristianos se atrevan a apartarse de los cánones en busca de una componenda. La probabilidad de que eso ocurra es más alta hoy, gracias al conservadurismo del nuevo Pontífice Benedicto XVI: cuando más conservadora es la posición mantenida por el Vaticano, tanto más se acerca a la postura ortodoxa que defiende la IOR.

Es curioso constatar que los propios creyentes, tanto ortodoxos como católicos, en más de una ocasión han intentando eliminar las discrepancias (adelantándose en siglos a los jerarcas de ambas Iglesias), aunque siempre han sido defraudados. No todo católico que llegaba a Rusia se dedicaba al proselitismo, hubo muchos que intentaban sinceramente tender puente entre ambas riberas cristianas. Pero a estas personas, colocadas en la franja de neutralidad, las entendían mal quienes se encontraban de ambos lados de la “línea del frente”.

 

Lo mismo se observaba en Rusia. El emperador Pablo I, siendo un místico, compaginaba con facilidad la fe ortodoxa y el catolicismo, mantenía relaciones amistosas con el Vaticano y encabezaba de facto la católica Orden de Malta. Durante su reinado, la cruz de Malta fue inscrita en el escudo oficial de Rusia sin que la fe ortodoxa, conviene señalarlo, sufriese el más mínimo daño por ello. Hubo épocas —bajo Catalina la Grande, que dio asilo a la Orden de los Jesuitas cuando fue declarada fuera de la ley en Europa, y hasta el reinado de Alejandro I— en que los centros docentes fundados por jesuitas tuvieron fama, entre la aristocracia, de ser los mejores. Y por último, en los albores del siglo XX, en Rusia existió un grupo de partidarios del famoso filósofo Vladímir Soloviov, a los que llamaban “católicos rusos”. Ellos adoptaron como consigna las palabras: “habrá un solo rebaño, un solo Pastor" (Jn 10, 16), y reconocían formalmente la primacía del Pontífice, aunque en todo lo demás querían seguir siendo cristianos ortodoxos. Los “católicos rusos” hablaban de una unión en amor, pero no de subordinación. Según ellos, en caso de lograrse la unión entre ambas Iglesias, el Patriarca únicamente debería informar al Pontífice sobre las disposiciones que él tomaba. Según escribía en la revista del grupo de Soloviov El Verbo de la Verdad el arcipreste Alexánder Ustiinski, los católicos romanos y los cristianos ortodoxos orientales, al unirse, “quedarían cada uno con su dogma y con su orden litúrgico, administrativo y disciplinario”. Pero este movimiento, muy cauteloso, en dirección hacia el Vaticano, provocó una reacción muy negativa entre los jerarcas ortodoxos.

Hoy en día ya no son los creyentes sencillos los que intentan acercar las posiciones de ambas Iglesia, sino los dirigentes de la IOR y el Vaticano. Los jerarcas tienen mucha mayor libertad a la hora de tomar decisiones que su rebaño, aunque las tradiciones, los cánones y los prejuicios arraigados les atan las manos también a ellos. Las probabilidades de alcanzar éxito no son grandes, si nos ponemos a pensarlo bien, pero, por lo menos, hay alguna... Ciertamente, los caminos de Dios son inescrutables. La situación se aclarará tras la primera ronda de las negociaciones, que se celebrará en Italia en otoño próximo.

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