Intersección antinacionalista

La plataforma Ciudadanos de Cataluña ha de ser saludada con júbilo por todos los que nos adherimos a los fundamentos doctrinales de nuestra Carta Magna en materia de vertebración nacional. Lo importante de esta aguerrida, fecunda y facunda iniciativa política —fruto al cabo de un trust de cerebros— es que, según venimos observando, no tiene el menor complejo a la hora de hostigar en todos los frentes al nacionalismo hegemónico, y lo hace de un modo tan seductor que ya está empezando a provocar los celos de quien se sentía pretendiente único y legítimo, porque hasta el momento lo era, de la idea de España en la región catalana. En su entrevista del lunes pasado con Jiménez Losantos, Rajoy expresaba cierta inquietud por la merma de votos que para el Partido Popular podría suponer la irrupción de Ciudadanos, pese a sus diferencias ideológicas. Precisamente porque éstas existen, es lógico que la nueva formación busque la pugna y no la complementariedad. Representadas ambas ofertas electorales en forma de diagrama, existiría una superficie común, la intersección antinacionalista, y otras dos superficies no coincidentes. Ciudadanos de Cataluña se sitúa, en definitiva, a la izquierda. Es la izquierda sensata y harta de verse traicionada por los «suyos». Produce extrañeza que sea precisamente el Partido Popular, con su impronta liberal, quien recele de los efectos beneficiosos que reporta la competencia. Si cree —como acertadamente cree— que en lo económico debe preservarse el derecho de los accionistas de una empresa a recurrir al mejor postor en una opa, ¿cómo puede poner reparos a que en lo político tenga el votante la posibilidad de elegir, entre el mayor número posible de partidos, a aquél que mejor satisfaga sus expectativas? Es una paradoja que debe resolverse sin mezquindad, gallardamente, ofreciendo colaboración cuando los objetivos sean comunes y discrepando cuando sean divergentes. No pasa nada. Pese a la tribulación incipiente de los populares, los efectos positivos de la competencia son también obvios en este caso, no sólo para el conjunto del electorado, sino incluso para el propio PP. En este sentido, pueden señalarse dos consecuencias que lo favorecen. La primera consiste en que, con la eclosión de un partido a) fundado en Cataluña por catalanes y b) constituido por progresistas que reivindican la españolidad de su tierra, queda impugnado de manera irrebatible el falaz argumento nacionalista según el cual la defensa de España es a) una imposición que les llega desde Madrid y b) una obsesión propia de la derecha heredera del franquismo. De modo que Ciudadanos de Cataluña contribuye indirectamente a limpiar la imagen distorsionada que el social-nacionalismo ofrece del Partido Popular. Pero es que, además, y es la segunda consecuencia, puede producirse un reencuentro con lo más genuino de su base y una renovada movilización como resultado de un posible «efecto arrastre». Frente a las melifluidades del actual PPC liderado por Piqué, la postura de la nueva formación catalana es de una claridad y una contundencia como hacía tiempo no se conocía (véase el rutilante discurso que pronunció Arcadi Espada en el teatro Tívoli de Barcelona el 4 de marzo, reproducido íntegro en su blog). Tome nota en Génova quien tenga que tomarla, y que gane el antinacionalista mejor.

 
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