A Javier Solana le gustaron las bebidas

En Sochi, en la costa del mar Negro, se desarrolló la reunión en la cumbre RusiaUE. El presidente de Rusia, Vladimir Putin, recibió a los invitados —José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea; Javier Solana, comisario para la política exterior y la seguridad; y Wolfgang Schüssel, canciller de Austria, país que actualmente preside la Unión— en el centro balneario Rus.   Pese a las declaraciones optimistas hechas en vísperas de la reunión tanto por la parte rusa como por la UE, no había plena seguridad de que ésta se desarrollara sin problemas. En los últimos años, desde que la Unión Europea se ha ampliado, las negociaciones entre Moscú y Bruselas casi siempre avanzan con dificultad, independientemente del tema que se trate.   Los nuevos miembros de la Unión sienten una abierta aversión hacia Moscú, debido a que siguen experimentando los dolores fantasma que les han quedado de la época soviética. En el Kremlin lo comprenden, pero no se puede tentar la paciencia rusa indefinidamente... A Rusia, que tiene buenas y constructivas relaciones bilaterales con la mayoría de los principales países europeos, le parece una pérdida injustificada de tiempo tropezar en cada punto de la agenda por culpa de los novatos de la UE. En el caso de divergencias serias, la lentitud en el avance parece comprensible y natural, pero si se debe a complejos arraigados, tipo los descritos por el abuelo Freud, entonces todo se percibe de otro modo. Esta última circunstancia hace que la cooperación entre Rusia y la UE quede lastrada.   Pese a ello, la cumbre que nos ocupa ha sido un éxito, en opinión de las dos partes. Primero, se firmó el convenio de readmisión, muy importante para la UE y que sólo le supone ganancias, ya que alivia considerablemente la tensión que en Europa provoca la inmigración ilegal. Para Rusia, éste es un arma de doble filo: por una parte, le crea nuevos problemas; por otra, elimina un escollo importante en sus relaciones con Bruselas y le permite plantear lo mismo en las negociaciones sobre readmisión que Moscú está sosteniendo con unos 30 estados, cuyos ciudadanos trabajan ilegalmente en Rusia o utilizan su territorio como paso hacia Europa. Rusia comprende que se está echando sobre las espaldas una carga pesada, pero consciente de que este problema grave debe zanjarse de modo legítimo y civilizado, acomete su solución.    Segundo, el convenio de aligeramiento del régimen de visados firmado durante la reunión es un hecho positivo para Moscú, muy sensible al asunto en general y, sobre todo, en lo referente al caso concreto de la provincia de Kaliningrado, con la que, tras la desintegración de la URSS, se hizo muy difícil mantener contactos normales dado precisamente el problema de los visados. A pesar de que Rusia destruyó ya hace mucho tiempo el telón de acero que la separaba de Europa, e introdujo el régimen de circulación sin visados con varios países, la Unión Europea mantiene de facto el telón en cuestión en forma de visado de Schengen. El actual convenio, aunque no elimina del todo el problema, permite mitigar su gravedad, y al ser una variante intermedia, satisface a las dos partes.   En la reunión se debatieron también otros problemas importantes, desde la cooperación en materia energética hasta el programa nuclear de Irán. A juzgar por las manifestaciones hechas durante la rueda de prensa celebrada al término de la cita, las dos partes quedaron satisfechas con el debate.   Según comentarios de los periodistas que cubrían la cumbre, reinó un ambiente cálido, y los participantes incluso se permitieron, a veces, salirse de los marcos protocolarios. Como principal perturbador de la tranquilidad actuó Javier Solana. He aquí unas líneas del reportaje escrito por el enviado especial del prestigioso periódico ruso Kommersant: “Los líderes de Rusia y la UE llegaron a la rueda de prensa una hora y media más tarde de lo que habían prometido. Habían estado almorzando, después de lo cual a algunos de ellos era difícil reconocerlos. Por ejemplo, Javier Solana se agarraba de las solapas de Putin y le susurraba algo al oído, soltando risillas. Me extrañé pensando: ¿cómo el señor Putin logró en tan poco tiempo atraer a su lado a Javier Solana? Luego comprendí que éste, simplemente, estaba bebido. Era un auténtico placer observar al comisario de la UE. Uno difícilmente podría imitar aquello que él hacía en el escenario. Cuando se suscribían convenios, Solana movía la silla debajo de una dama europea que ponía su firma, pero parecía que él simplemente se sujetaba a la silla para no caer”. Etc., etc. Bueno, a los rusos también les suceden cosas así.   Resumiendo, se puede hacer constar que fue una cumbre fructífera, desarrollada en un clima cálido y amistoso al máximo. Todos los participantes la recordarán durante mucho tiempo... aunque unos más que otros.

Vídeo del día

Detenida en Madrid una kamikaze borracha y
con un kilo de cocaína en el maletero