Judíos, alemanes y Jackson-Vanik

Parece que la penitencia alemana para redimirse por el Holocausto tiene un límite, y ese límite es el 1 de enero de 2006. Según escribe The Times, Alemania pretende introducir a partir del próximo año una serie de restricciones a la inmigración de judíos desde Rusia, lo cual supone una revisión radical de la política que ha contribuido a crear en territorio alemán una de las mayores comunidades hebreas de Europa. Los promotores del nuevo reglamento creen que las restricciones permitirán ahorrar ingentes recursos, sin olvidar que hay quien teme que el crecimiento de la comunidad judía provoque una escalada del antisemitismo en Alemania. Las nuevas leyes impedirán a los judíos rusos mayores de 45 años, así como a las personas que subsisten gracias al subsidio social o de paro, optar a la residencia permanente en el suelo alemán. “Alemania aceptará únicamente a los judíos ricos y jóvenes” –ha sintetizado, en declaraciones al diario Berliner Zeitung, el portavoz de la comunidad hebrea de Berlín. Llegados a este punto, lo más fácil sería lanzar un reproche a los alemanes. Pero valdría la pena aclarar primero la situación. En este caso, las autoridades de Alemania actúan en colaboración con la comunidad hebrea del país. Es decir: el conflicto, si lo hay, será entre los judíos procedentes de Rusia, por un lado, y los alemanes y los judíos naturalizados en Alemania, por otro. También deberíamos reconocer que Alemania, expiando sus culpas pasadas, ha hecho en estas últimas cinco décadas lo imposible por los judíos, abriendo de par en par sus puertas a la inmigración judía y ofreciendo generosos subsidios sociales a los recién llegados, hasta el punto de que a un inmigrante judío se le proporcionaban unas condiciones mucho mejores que las ofrecidas a los alemanes étnicos repatriados desde otros países. Tampoco hemos de olvidar que cualquier comentario crítico hacia Israel o los judíos ha sido durante largo tiempo un estricto tabú para la elite política germana. Y, por último, conviene tomar en consideración un dato: el flujo de la inmigración hebrea desde Rusia se ha agotado, lo cual significa en realidad que, hoy, la vida de los judíos en el país de Putin no es tan mala. Lamentablemente, no parecen infundados los temores de que el crecimiento de la comunidad judía pueda provocar un incremento del antisemitismo, así que tanto aquélla como las autoridades mantienen una postura solidaria en esta cuestión. Es más: cuantos se oponen al nuevo reglamento de inmigración dirigen sus invectivas a Paul Spiegel, presidente de la Central Judía de Alemania, a quien algunos críticos en Rusia acusan hoy de no tener siquiera una noción mínima acerca de los problemas de la inmigración, por ser un judío nacido en Occidente. El hecho no es sorprendente, siempre ha habido un pulso entre los judíos occidentales y los del este, incluso en el marco del movimiento sionista. Las nuevas reglas de inmigración ponen en una situación francamente ridícula a EE.UU., que aún no se ha dignado de eliminar la enmienda discriminatoria Jackson-Vanik, usada desde 1974 como herramienta de presión económica contra la U.R.S.S. para forzarla a abrir las puertas a la emigración judía hacia Occidente. En la Conferencia Europea de Helsinki se libraron arduas batallas en torno a ese problema, con toda clase de presiones sobre Kremlin, al que se acusaba violar los derechos humanos. La situación de hoy es paradójica: hace tiempo que la U.R.S.S. no existe; los judíos pueden emigrar de Rusia libremente; Alemania, por el contrario, pasa a restringir la entrada de los judíos desde Rusia; y, sin embargo, los congresistas norteamericanos esgrimen diversos pretextos mercantilistas para mantener en vigor la enmienda Jackson-Vanik. Durante algún tiempo se usaron como argumento incluso las restricciones sanitarias decretadas por Moscú sobre la importación de los muslos de pollo estadounidense, los “muslos de Bush”, como se han dado en llamar en Rusia. Semejante enfoque hirió a algunos ex disidentes de la época soviética. El renombrado político israelí Natan Scharansky, que fuera preso de conciencia en la Unión Soviética, dijo que si en su momento no se vio obligado a permanecer en los campos de trabajos forzados fue, precisamente, por “los muslos de Bush”. La política absurda del Congreso de EE.UU., que mezcla el destino de los judíos rusos con las zancas de pollo, parece perturbar muy poco a los funcionarios oficiales de Washington. El Congreso estadounidense ni siquiera se inmuta ante los llamamientos de la comunidad hebrea de Rusia. El rabino jefe de Rusia, Berl Lazar, dice haber “planteado ese problema en múltiples entrevistas con George W. Bush, congresistas y senadores de EE.UU., y aunque todos manifestaron su apoyo a la supresión de dicha enmienda, el Congreso no ha dado hasta la fecha ningún paso para cumplir esas promesas. Es un problema que subsiste desde hace cinco años, pero la enmienda sigue en vigor. Lamentablemente, se ha intentado y se sigue intentando vincular su abolición a toda clase de cuestiones económicas, empezando con los asuntos de regulación aduanera y terminando con la exportación de la carne de pollo americana a Rusia. La comunidad judía no acaba de comprender qué clase de relación existe entre los problemas comerciales corrientes y los valores básicos, como la libertad religiosa o los derechos humanos”. Resumiendo, podríamos decir que la enmienda Jackson-Vanik, adoptada en su día con carácter provisional, vuelve a demostrar la vieja verdad de que las medidas temporales suelen ser las más duraderas.

 
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