Kosovo tras la muerte de Ibrahim Rugova

En los últimos tiempos, y en diversas regiones “conflictivas” del escenario político, han desaparecido líderes cuya salida de la escena política, la de cada uno de ellos, demuestra lo desigual del impacto que puede tener una personalidad en el devenir de la Historia. La muerte de Arafat eliminó una piedra del camino que lleva al arreglo en Oriente Próximo; piedra grande, sí, pero sólo una de las muchas que se encuentran en tal camino. Una enfermedad ha puesto fuera de juego a Sharon, quien gracias a su voluntad e influencia hizo posible que se dieran unos pasos más en ese sendero accidentado. Pero su ausencia, a grosso modo, cambia poco: Sharon hizo ya todo lo que podía hacer, dada la situación que se registra en los territorios palestinos; si, como parece, sube al poder Hamas, Israel ya no tendrá con quién conversar. Casi lo mismo puede decirse con respecto a la situación que se configura en Kosovo a la muerte del presidente Ibrahim Rugova. En cierto sentido, desempeñó un papel muy importante en la región; pero, en lo que respecta a su pacificación pudo muy poco, porque no todo dependía de las decisiones que él adoptaba. Este hombre, con su pañuelo artísticamente anudado al cuello y la apariencia de un intelectual, era un auténtico hallazgo para Europa, a la cual interesaba velar ciertos errores graves cometidos por ella misma y por EEUU en los Balcanes. No me cabe la menor duda de que había que detener la masacre de albaneses en Kosovo, lo malo fue que al proveer de armas a los extremistas locales, garantizar protección política a sus favoritos, y hacer la vista gorda ante los crímenes que ellos cometían contra la actuación serbia, Occidente, en vez de imponer paz, se limitó a cambiar de polo la violencia y el odio. O sea: el genocidio que se cometía contra los albaneses fue sustituido por uno practicado contra los serbios. El contingente de paz europeo, al hacer caso omiso a las fechorías de los jefes militares albaneses, que quemaban templos ortodoxos y casas serbias, que se dedicaban al merodeo y el narcotráfico, hizo literalmente todo lo posible para que los serbios huyesen de las tierras donde nació su civilización. En tal contexto, Ibrahim Rugova, un hombre de férrea voluntad, que se manifestaba por la independencia de Kosovo siempre que se obtuviera con medios pacíficos y sólo con medios pacíficos, un hombre al que algunos incluso comparaban con Gandhi, era un triunfo en manos de los “pacificadores” europeos. Rugova odiaba a los serbios, lo que era perdonable, porque ellos habían matado a su padre, pero estaba dispuesto a estrechar la mano incluso de Milosevic y hasta a intercambiar con él una sonrisa cortés. Tal hombre llegó a ser una varita mágica para muchos políticos europeos, su figura era de un valor incalculable tanto para el “consumo externo” –pues encubría con su imagen intelectual el bárbaro mundo de los jefes troperos, que se encontraban a sus espaldas– como para el “consumo interno” –pues con su voluntad él contenía a los “perros de la guerra”, que soñaban con conseguir independencia para Kosovo con cualesquiera medios y a cualquier precio–. Rugova lograba contener a las fuerzas más radicales de Kosovo prometiéndoles conseguir su objetivo, pero por vía negociada. Conviene recordar que murió en vísperas del inicio de negociaciones con Serbia precisamente sobre esta cuestión. Es difícil imaginar qué va a hacer Europa sin Rugova, pues, lamentablemente, Kosovo no ha dado al mundo un segundo líder moderado y prestigioso. Lo que está claro es que los serbios de Kosovo, los 7.000 que han quedado, ya no podrán vivir en sus casas, y cuanto más rápido las abandonen, tanto mayor probabilidad tendrán de quedar con vida. Porque los “perros de la guerra” han quedado sin bozal. Mi temor es que ni la limpieza étnica total, hasta la expulsión del último serbio de Kosovo, traiga paz a esa tierra. Se conocen numerosos ejemplos históricos de cómo los jefes troperos se dividían el poder en diversos países. Europa chocará con nuevas dificultades no sólo porque en Kosovo puede surgir un enclave sumido en guerras intestinas, sino porque al irse de allí los serbios, se ha convertido en un punto de tránsito para el narcotráfico. Quizás lo ignore la mayoría de los europeos, pero lo saben bien los efectivos de las unidades de lucha contra el tráfico de drogas: la “muerte blanca” a la que parecen abocados muchos adolescentes de Europa Occidental llega, en demasiadas ocasiones, de Kosovo. El fallecimiento de Rugova desnuda los errores cometidos por los políticos europeos en los Balcanes. Como siempre, existen dos salidas a la situación: una pasa por seguir insistiendo en que todo se hizo correctamente; otra, por reconocer los errores y sacar conclusiones para el futuro.

 
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