Landa

Con la muerte de Alfredo Landa podemos decir que ha desaparecido el último ejemplar de una especie endémica de nuestra fauna, igual que en el año 2000 se extinguió definitivamente el bucardo. Pese al curioso matiz anglosajón que le aportaba su arte en la preparación del dry martini —según testimonio unánime de quienes gozaron de su amistad y su agasajo—, Landa representa para el gran público una suerte de iberismo prístino que se ha desvaído por completo con la modernidad. Estatura, rasgos, ademanes y actitudes venían a confirmarnos una idea muy arraigada de nosotros mismos como pueblo a medio evolucionar, formado por sujetos a menudo perdedores pero siempre animosos, toscos de puro auténticos, muy llanotes y muy vocingleros.

Como no acabábamos de tomarlo en serio, Landa quizá debió volcarse más que otros actores en demostrar sus dotes para el drama, y lo consiguió con creces sobre todo en películas rodadas a partir de los años ochenta. Sin embargo, y aunque no se haga justicia a la diversidad de su carrera, una gran mayoría de espectadores lo identifica de modo casi instintivo bien con el papel de infeliz (digamos Atraco a las tres), bien con el de cateto (pongamos Celedonio y yo somos así), bien con el de ligón (añadamos Cuando el cuerno suena), o más exactamente con un solo papel en que se mezclan las tres categorías en distintas proporciones según los casos. Eso, más una gestualidad propia, dio en llamarse landismo. Dandismo a la inversa punto por punto. Poco dados como somos a las afectaciones y a las sedas, tiene todo el sentido que sea icono de la cinematografía nacional un Alfredo Landa y no un Arturo Fernández.

Lo que hace del landismo un fenómeno que supera los márgenes de la pantalla es su carácter documental latente. Landa personificó en sus interpretaciones, con rasgos caricaturescos, sí, pero con materiales tomados de la realidad, las distintas etapas de la evolución que fueron viviendo los españoles en una época de grandes cambios sociales. Así, su filmografía completa puede contemplarse hoy como una crónica de costumbres. El tiempo, a veces, nos devuelve ciertas películas salobres a la playa del presente como rescatadas de la alta mar del ayer por un oleaje aciago. Más que un título, Vente a Alemania, Pepe ha vuelto a instalarse en la fraseología popular como expresión de sentido no figurado, sino tristemente real. De nuevo, aquí y allá con el paso de los años, Alfredo Landa sigue ligado a nuestros destinos, y eso lo convierte, como poco, en clásico. Un clásico tan intensamente nuestro que se extingue con él toda una especie.

 
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