Lectores y libros en dispersión

Las extensiones de sus significados estaban bien delimitadas: el lector era la persona que leía, y el libro era tanto el soporte material del texto (papiro, pergamino y papel han sido los principales), como el texto mismo. Dicho a la llana, el lector asumía el papel de sujeto y el libro, el de objeto. Se trataba de dos realidades físicamente diversas, por más que psíquicamente pudiese la segunda infiltrarse en la primera, como le sucedió a don Alonso Quijano al transformarse en don Quijote. Esta simple y secular división binaria del proceso de lectura se ha distorsionado con el advenimiento de la tecnología. En la fase actual de transición hacia no sabemos exactamente qué, si sustitución definitiva del papel o coexistencia con los dispositivos electrónicos, es tal la incertidumbre que ni siquiera disponemos de una terminología fiable, definitiva. La vieja, que parecía sólida como el pedernal debido precisamente a su sencillez, ya no sirve, porque de repente se nos ha vuelto ambigua.

Así, en lo concerniente al formato digital, el término e-book viene empleándose para designar el soporte, pero también el texto. No había problema cuando la relación entre ambos elementos era estable: cada volumen manuscrito o impreso contenía uno o varios títulos, siempre de forma inalterada, siempre ese o esos en concreto, y no otros.

Ahora, en cambio, el vínculo entre el artefacto que da cabida al libro y el texto es coyuntural, el uno permanece pero el otro es volátil, intercambiable. Por decirlo en términos informáticos, existe el e-book como hardware y el e-book como software. Se han disociado en realidades distintas, han diversificado su semántica, pero conviven aún conflictivamente bajo el mismo vocablo. Algo parecido a lo que ocurre de toda la vida con «paella»: la misma sartén y sucesivos arroces amparados en una sola palabra.

Para complicar aún más las cosas, la denominación e-book, aquí en el sentido material, parece que se está especializando para designar un tipo concreto de dispositivos: específicamente, aquellos que emplean la tecnología de tinta electrónica, cuya misión imprescindible es facilitar una lectura prolongada. Existen otros artilugios con pantalla retroiluminada, como puedan ser los teléfonos inteligentes y las tabletas, que sirven también para descargarse y reproducir e-books, entendidos como contenido, pero es solo una más entre sus múltiples funciones, y ni siquiera la principal. Estos aparatos, en contraposición con los anteriores, no reciben el nombre de e-book.

Los más rigurosos con el uso del idioma proponen que se emplee e-reader para el dispositivo y e-book para el libro en sí. Parece razonable, pero sigue sin resolverse la cuestión terminológica en el nuevo sistema de tres elementos: si al texto le llamamos «libro» y al artefacto que lo reproduce, «lector», ¿cómo nos referiremos al lector propiamente dicho, a la persona que, en definitiva, le da sentido a todo esto? ¿Lector-lector? ¿Metalector? ¿Lector en segunda instancia? Son cuestiones que se irán resolviendo con el tiempo, conforme vayan asentándose tendencias aún confusas, por incipientes.

En cualquier caso, y aquí la RAE tiene una labor muy importante en su vocación orientadora, deberán evitarse la influencia avasalladora del inglés, las perífrasis interminables en las adaptaciones a nuestro idioma y, claro está, la dispersión semántica. Para que podamos entendernos.

 
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato