Lluvia de loros borrachos

Los ciudadanos de una localidad australiana asisten asombrados a una lluvia de loros borrachos. Lo cuenta hoy la prensa de todo el mundo. Al parecer, estos animalitos no dominan sus movimientos. Por eso al saltar de rama en rama caen contra la acera, sobre los coches, o sobre las cabezas de los transeúntes. Una vez en el suelo, se levantan y comienzan a andar con paso vacilante, dando un saltito hacia delante, tres hacia atrás, y finalmente terminan de nuevo postrados en el suelo, girando la cabeza como la hélice de un helicóptero. En cuanto a los que habían aprendido a hablar, ahora, en lugar de decir “Hola”, “Mi dueño es el mejor” o “Lorito, Lorito”, balbucean en australiano frases como “Asturias patria querida”, “Desde Santurce a Bilbao”, “¡Vamos Manoloooo! ¡No son más tontos porque no se entrenan!”. Son muy simpáticos. Todos los testigos afirman que se comportan como “borrachos” y que tras la euforia, “manifiestan reconocibles síntomas de resaca” que los biólogos del lugar sólo han podido curarles a base de “zumo de frutas y reposo”.

Los loros son unos animales extremadamente inteligentes. Si fueran tontos, se emborracharían en España, y la policía de Rubalcaba les arrancaría hasta la última pluma por sobrevolar la autopista en estado de embriaguez. No creo que a los loritos les hagan la prueba de alcoholemia porque, en su lamentable estado, le picarían al guardia los guantes, el reloj y hasta la placa, antes de acertar a soplar en la boquilla. Sin embargo, estoy seguro de que alguno de los miles de radares que pueblan las carreteras españolas lograría fotografiar a uno de estos incautos loritos haciendo un pase torero a una paloma torcaz. Allí saldría su foto, el cuerpo erguido, las plumas haciendo de capote, la cara de guasa, y el pico en forma de túnel, cantándole un sonoro “olé” a la inocente palomita en el kilómetro 260 de la Autovía del Noroeste. Y, entonces, la llamada de emergencia: “Loro borracho en León, repito, loro borracho en León”. De inmediato, ya imaginan: la patrulla, los papeles, y a pagar. Con o sin puntos. Pero a pagar, que es en lo que consisten las leyes españolas desde que las reforma este gobierno. Y caído el primer loro, caerían todos los demás. Por eso estos pajarracos listos se han ido a Australia, donde pueden hacer lo que les de la gana, haciendo uso tanto de su libertad como de su responsabilidad.

Estos psitácidos beodos son un ejemplo para el mundo. Dicen los ornitólogos australianos que, en su extraña embriaguez, caminan haciendo eses, bailan la “Macarena”, se tumban sobre las ramas, y calculan fatal las distancias. Cuando van a saltar de una ramita a otra, en vez de agarrarse con las patitas, miden mal, y se cuelan entre las ramas, sufriendo espectaculares caídas libres, y pegándose sonoros trastazos contra la acera. Lo sorprendente es que en el vertiginoso descenso, los tíos, lejos de echarse a llorar, se van partiendo de risa, porque han visto a otro lorito atravesando el mismo aprieto en el árbol de enfrente.

No me pregunten por qué, pero a mi todo esto de los loros borrachos australianos me resulta muy familiar. Piensen en unos tipos que se lo pasan en grande celebrando grandes juergas sin rendir cuentas a nadie. Piensen en unos tipos capaces de provocar cualquier desastre y, al instante, ponerse a bailar sevillanas como si nada. Piensen en unos tipos que se suben a lo alto de un árbol, tropiezan, caen en picado, y en la caída, en vez de echarse a llorar, prefieren mirar al lorito de enfrente, y partirse de risa pensando en el trastazo que se va a llevar cuando llegue al suelo. Yo creo que a algunos de estos loritos los he visto hace un instante en el telediario. Iban muy encorbatados, utilizaban unos casquitos para escuchar en castellano a un andaluz que habla en catalán, acababan de prohibir los toros, y ahora estaban discutiendo qué hacer con España. Yo creo que eran la misma especie que la de Australia. Estoy casi seguro.

 
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