Manifiesto por una semiótica inversa de los gestos

Que sea el corte de mangas signo de aceptación respetuosa; una ceja enarcada, de confianza plena; un índice llevado a la sien con rotación alterna en sentidos inversos, el reconocimiento de la lucidez. Que cuando descuelle solitario el dedo corazón, se pondere lo acertado y oportuno de aquello que otro ha dicho. Que introducirse en la boca juntamente índice y corazón para simular una náusea constituya señal de agrado extremo. Que hacer como que se despeja de caspa un hombro venga a ser la representación de la humildad sincera. Que tirarse de los pelos no demuestre sino júbilo, y lo mismo llevarse ambas manos a la frente con una expresión en la cara de fastidio. Que escupir al paso de alguien sea alfombrarle el recorrido con una lisonja hecha materia. Que la bofetada cumpla funciones de caricia.

Que la caricia cumpla funciones de bofetada. Que el abrazo sea considerado entre quienes se aman un oprobio y entre hombres de Estado, flagrante casus belli. Que dos besos en las mejillas estén tipificados como falta, y un beso en los labios como delito en el Código Penal. Que cuando suene una balada, el acercarse a una persona con la mano tendida como propuesta tácita de baile certifique la veda de cualquier relación sentimental. Que un pulgar enhiesto confirme que todo va por malos derroteros. Que con un aplauso se abuchee, y que el abucheo sea tanto más intenso cuanto mayor sea la duración de aquel. Que la carcajada funja de llanto a mandíbula batiente. Que sonreírle con la mirada sin segundas intenciones infunda al enemigo el temor a un ataque enfurecido, y que ese ataque enfurecido consista en cuatro palmaditas en la espalda.

Que palma enfrentada a palma, dos manos en paralelo figuren algo grande cuando estén muy cerca una de otra, y al revés, algo cada vez más pequeño a medida que se alejen. Que asentir con la cabeza equivalga a un no y negar, a un sí. Que la riqueza se cifre en un índice y un corazón estirados que descienden por las aletas de la nariz, y la miseria en un pulgar que aproxima su yema de forma intermitente a las de los otros dedos. Que agitar un pañuelo con lágrimas en los ojos sirva para dar la bienvenida. Que en el restaurante ese garabato dibujado en el aire para pedir la cuenta motive en el camarero un amable «dígame, señor, ¿ya ha decido lo que va a tomar?». Y en fin, que encogerse de hombros a la vez que se retraen hacia abajo las comisuras de los labios exprese comprensión en el más alto grado posible. Estimado lector que realiza el último gesto descrito al buscarle a este manifiesto un sentido, le expreso mi satisfacción por ver que usted y yo nos entendemos.

 
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