Manos

En Mali, como en otros lugares donde cunde la barbarie integrista, se pliega el tiempo y acaban por solaparse dos épocas remotas pero simultáneas. Estos días se ha emitido en televisión el testimonio de una víctima de la brutal justicia que aplican los miembros de Al Qaeda y sus coaligados tuaregs en la parte del país que dominan. Un hombre relata cómo le amputaron la mano y cómo la orgía retaliadora era grabada por varios concurrentes con el móvil. Contra toda lógica, Hammurabi y Steve Jobs son contemporáneos de hecho en estos predios de la sinrazón.

Como un vejamen añadido a la ya intolerable condena, debió el reo soportar que mientras lo despojaban de su mano hubiera manos que sobresalían de entre la multitud, no tendidas para ofrecer auxilio, sino afanadas en encuadrar bien la imagen con los teléfonos, en pulsar sobre el icono que activa la grabación, y al cabo quizá en enviar la sangrienta primicia sin pérdida de tiempo.

Cortar una mano a cercén es tan inadmisible a estas alturas como lo era en siglos lejanos, con un agravante: hoy, además, quien sufre esta tropelía queda a trasmano, y no solo en sentido simbólico, de lo más propio del presente, que es su tecnología cada vez más ubicua y, por cierto, cada vez más táctil. No hace falta salirse del aquelarre fanático al que nos estamos refiriendo para darse cuenta de la densidad del drama. Basta imaginar qué pasaría si todos esos reporteros gozosos del islamismo tremebundo tuvieran que sostener o manipular sus móviles sirviéndose de un muy poco práctico muñón.

Para echar una mano al ejército de Mali y que el mal no se extienda, ya está en marcha una intervención militar encabezada por Francia. Cuando se sospecha, y se sospecha con fundamento, que un ataque a sus bases puede enviscar a los terroristas de modo que atenten en suelo propio, las naciones tienden a incurrir en una tentación que no deben permitirse, y es la de permanecer mano sobre mano a la espera de que el peligro pase.

No es exactamente el caso de España, que contribuirá a esa misión internacional, en principio, con el envío de un puñado de instructores. Quiere actuar así el Gobierno a mansalva, es decir, a mano salva, con el mínimo peligro. Es necesario que se obre con prudencia, pero sin declinar las responsabilidades que sea preciso asumir. Por desgracia, en Mali coexisten dos épocas simultáneas pero remotas, y eso hay que corregirlo. Ojalá este conflicto pudiera arreglarse civilizadamente con un sencillo apretón de manos. Pero no. Es menester la fuerza, la fuerza con sus riesgos.

 
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