Mariano Rajoy, contigo estoy – Alegación de un voto conservador

La imperfección es el fundamento de la actividad política y por eso decimos que la política es el arte de lo posible. Ese es un planteamiento de la derecha porque la izquierda es utópica y tiende a lo imposible: lo peor de todo es que en ocasiones suele conseguirlo. Pensemos, por ejemplo, si las bodas gays estaban en la agenda social o en el debate ético hace diez, quince, veinte años. No lo estaban. Al margen de si ha sido o no ha sido buena idea, si dedicamos meses y meses a pensar en el color de la pared del comedor, está más claro que una institución de siglos, cuando no de naturaleza, no habría de variarse de modo tan rápido y ligero. Incluso lo que es normal en la calle y lo que pertenece al ámbito de las costumbres no es malo que retrase por pura prudencia su positivación jurídica. Conste aquí que en este caso hay además una razón antropológica.

Con Mariano Rajoy no es de esperar que el pollo alcance precios mínimos de la noche a la mañana, que España ingrese en el G8, que Carod Rovira dé charlas sobre Jovellanos o que cualquiera pueda optar a vivir en un chaflán de la calle Velázquez por un cordialísimo alquiler. El sentimiento nacionalista no ha de ser desactivado. Las cosas no van así, ni aun contando con que los movimientos económicos tienen que ver con ciertos estados de emocionalidad. Tampoco se ha de contar con un súbito enardecimiento de la idea nacional pues el sistema autonómico conoce disfunciones además de infinitas burocracias. Las gentes que más o menos se atribuyen el mandarinato de la cultura seguirán huyendo de las camisas rosas del Partido Popular, como hemos visto incluso con liberales como Vargas Llosa. El PP no cambiará la ley del aborto y seguirá dando píldoras abortivas incluso a las prepúberes. El PP sólo apuesta un poco menos que el PSOE por el gasto público, aunque Zapatero, en estos últimos días, prácticamente ha llegado a prometernos una cesta gubernamental de Navidad. Ni siquiera a las capas mejor informadas de la opinión pública han llegado con nitidez algunas ideas del PP, como si han de propugnar una reforma de la ley electoral o qué competencias quieren devolver al Estado, o si –puestos a gastar- habrá alguna medida de apoyo real a las familias. Y, más allá de esto, una victoria mínima del PP aun redundaría en un período de institucionalidad menos estable, mientras se fraguan pactos más o menos humillantes con los partidos nacionalistas. Sorprende, por lo demás, la acusación de anacronismo al PP cuando determinadas argumentaciones socialistas a favor del Estado del Bienestar hace tiempo que se revisan en todo el mundo. Más allá, no se hace el hincapié que debiera hacerse en que el liberalismo es básicamente más acorde con la naturaleza humana que el socialismo.

Cuando uno es periodista, anunciar el voto para Mariano Rajoy e incluso pedirlo no deja de plantear cuestiones de índole deontológica. Si hubiese un conocimiento de cómo trata la derecha a los que la apoyan, toda duda se disiparía, por supuesto: felizmente, esta es una garantía más de independencia de criterio. Pero, en realidad, anunciar el voto es más una muestra de libertad y de plantear una perspectiva de opinión sobre la cosa pública que un síntoma de obediencia ciega. No ocultar que uno es un opinador liberal-conservador es exactamente como mostrar que uno es marxista-leninista: libertad de espíritu que no ciega la capacidad crítica y que no implica adhesión sin condiciones –precisamente el pensamiento liberal-conservador ha venido caracterizándose por una cierta liberalidad que apuesta por su mayor crédito. Así cualquier lector sabe a qué atenerse; por lo demás, es del todo posible una opinión nítida que tenga más sentido de mesura que espíritu hooligan. Incluso desde una perspectiva más práctica, cuatro años más de zapaterismo en masa darán más motivo para ejercer la crítica y postular una regeneración. Si España y Europa fueran un solaz absolutamente feliz para familias y para pymes, uno dejaría de escribir pero este paisaje es imposible incluso con un gobierno sedicentemente liberal-conservador. En realidad, se trata del convencimiento de que la derecha española es muy defectuosa pero sólo menos defectuosa que la izquierda. La tradición más razonable apoya la tesis de que la política tiene más que ver con el mal menor que con el bien absoluto.

Precisamente por creer que –como en tantos países- el bipartidismo no es indeseable sino aglutinador, pienso que una victoria del PP pudiera ayudar a devolver al PSOE a una responsabilidad mayor. Aceptadas ciertas premisas liberales en lo económico, también se acepta un cierto consenso socialdemócrata. Eso mengua algunas diferencias en lo práctico en tanto –curiosamente- hay mayor lejanía por la deriva crecientemente ideológica de un PSOE apartado de ese centro que podemos definir como el lugar común del moderantismo histórico español. El PP ha tenido siempre difícil articularse como vía práctica para el amplio magma de la derecha nacional pero de alguna manera lo ha venido consiguiendo: de modo imperfecto porque la realidad tiende poco a los absolutos. En la derecha española es recurrente que la autocrítica termine en autolesión por un exceso de délicatesse y algo así como una falta de autoestima, quizá últimamente superada. El PP será criticado por premoderno y por demasiado laxo a la hora de aceptar ciertos consensos tácitos plenamente posmodernos. Son críticas que tienen semillas de verdad. Si, además, vamos persona por persona en el PP, las conclusiones podrían ser muy melancólicas.

Aun así, se trata menos de aspirar a una derecha imposible que de aprovechar las pocas certidumbres que la derecha puede dar. En una elección se vota a un candidato. Mariano Rajoy tiene una historia y por lo tanto tiene defectos aunque –más importante aún- tiene experiencia. Tiene o tendrá a su alrededor los buenos gestores que ha tenido siempre el Partido Popular. Pero sobre todo, lo que tiene Rajoy es una idea de la respetabilidad del cargo y de la respetabilidad de España, de la responsabilidad de mantener unos valores quizá intangibles pero no por ello menos prácticos: experiencia frente a ideología, continuidad frente a adanismo, reforma y gradualismo frente a ruptura, pragmatismo frente a maquiavelismo, moderación frente a espíritu de aventura, diálogo con convicciones frente a diálogo sin responsabilidad, énfasis en la libertad individual y no dependencia del Estado, y el básico avenimiento a los datos de la realidad. No desdeñemos el añadido higiénico de que la derecha suele respetar mucho más al adversario. Pero, ante todo, Rajoy tiene claro cuál es el lugar de España: está entre las democracias determinantes de occidente. Rajoy no lee la historia de España como una anomalía que hay que purgar. Por lo demás, incluso los enemigos más adversos de Rajoy han concedido que sería mejor como presidente del gobierno que como líder de la oposición: no le faltan cualidades personales de sensatez, de tacto, de prudencia y gravedad, de un cierto sentido del honor. Un gobierno conservador tiende a ser poco divertido en la misma medida en que tiende a ser razonable. Lamentablemente, España no es país tan próspero que pueda permitirse a Zapatero sin amenaza de ruina. De la Restauración al 2007, el mejor camino para el país ha sido el moderantismo que va de Cánovas a su bisnieto Rajoy.

 
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