Monumentos

En un pueblo de Florida acaba de inaugurarse un monumento al ateísmo, a poca distancia de otro dedicado a los Diez Mandamientos. Dejando a un lado el aspecto de contramanifestación doctrinal que parece haber en este caso concreto, uno se pregunta: ¿qué criterio se sigue y qué finalidad exacta se busca al erigir en la vía pública tales hitos de celebración de conceptos abstractos, cuando además no cuentan con la aceptación unánime? Discúlpenme, pero los encuentro bastante absurdos.

Les veo sentido a los monumentos si se dedican a personas reales que han tenido importancia —por mucho que el tiempo haya podido volver polémica su aceptación—, o si, tratándose de nociones intangibles, se las representa con forma humana para mayor efecto emocional. Es el caso, por ejemplo, de la Estatua de la Libertad o de las figuraciones de la Justicia como mujer con venda, balanza y espada. De cualquier forma, Libertad y Justicia, así, con mayúscula, son ideas a las que todos nos arrimamos con cierto placer, con convicción intelectual, pese a que podamos diferir en las interpretaciones concretas acerca de dónde residan una y otra.

Y aunque me vaya un poco del tema, incluyo también aquí ese otro tipo de conmemoración, nominal, que se plasma en el callejero. En mi ciudad, Burgos, cuando se eliminó la nomenclatura franquista surgieron las calles de la Concordia y del Progreso, y la avenida de la Paz. En fin, aunque el espíritu fuese de un pánfilo zapaterismo —avant la lettre, pues ZP llegaría a la presidencia del Gobierno cuatro años y medio después—, podemos afirmar lo mismo que decíamos de la Libertad y la Justicia: Concordia, Progreso y Paz admiten distintas propuestas para su concreción, pero nadie se declarará en contra de un modo frontal si no padece de rara vesania.

Volvemos al ateísmo y a los Diez Mandamientos. ¿Monumentos, para qué? Aquí se trata ya de contenidos en torno a los que no hay consenso; es más, hay disenso radical. Y al tratarse de doctrinas, una religiosa y otra antirreligiosa, requieren de un discurso articulado que consiga doblegar, en la medida de lo posible, el parecer del adversario. Con este choque de prédicas que hace falta no tiene ningún sentido la simplificación extrema del monolito. Peor aún, lo que significa erigir monumentos que zanjen la controversia, dándola por ganada, es una voluntad pétrea de mantenerse a todo trance en una posición invariable, irreductible, orgullosamente sorda a otras razones. Mala cosa es esa siempre. Mala cosa es.

 
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