Música y romance – Morir de amor como Dios manda

Ahora su música sirve para vender salvaslips o pizzas congeladas, pero los Everly Brothers siguen siendo un estándar de la ñoñería y –ante todo- una vieja castaña perfectamente audible. El mérito de sus canciones de amor está en que el amor se parecía mucho a sus canciones: alguno los encontrará ligeros por comparación con Kierkegaard, pero el amor tiene muchas acepciones y los Everly Brothers supieron dar la más azucarada. Por lo demás, a Kierkegaard no lo podían tararear –el tarareo es una gran pasión humana- ni los daneses.

Bye, bye, love: murió uno de los miembros del dueto, y uno imagina que el otro quedó para lucir dentadura postiza en los casinos más tristes de Las Vegas o en la tercera boda del dueño de una cadena de geriátricos que allá en su juventud soñó ser rockabilly. Su melosidad –hoy como ayer- es fulminante. Ahora aguardan su resurrección, aunque sea una resurrección por la vía “camp”: eran barbilindos como hoy les gustan a las jóvenes, y los perdedores del amor siempre podrán proyectarse en esos dos “buenos chicos” que nunca tuvieron nada que hacer ante los malotes de la época. Susie se sigue yendo con Johnny, y siempre hay uno que se queda “llorando bajo la lluvia”, calados los mocasines cincuenteros. A modo de reparación, un beso era una apoteosis.

Hoy que la idea de amor remite al atletismo sexual, los Everly Brothers animan aún a languidecer clásicamente, entre nubes de algodón de azúcar y luces de una feria que acabará con un corazón roto y un muchacho que, en plena desesperación, se acuesta sin quitarse la gomina. Al final, uno pone su ‘cd’ en el coche y el viaje es una incursión por la sentimentalidad más llorosa y más gozosa, terreno habitualmente vetado por la hijoputez del mundo. Diversos críticos señalan que ya no hay poesía de amor, en tanto que en América salen libros en defensa de la ceguera del romance. Por suerte, ahí están los Everly Brothers para morir de amor como Dios manda.

 
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