Músicos de baja

Los albañiles se la juegan en esos andamios temblorosos y oxidados a decenas de metros de altura. Los futbolistas siempre están expuestos al peligro del impacto de una bota en la cabeza. Los expertos destacan con frecuencia la habilidad del toro para orientar sus cuernos con precisión hacia cualquiera de los órganos vitales del torero. Todos los trabajos tienen un cierto grado de riesgo.

Hay profesiones en las que el miedo va tan ligado a la ocupación diaria que ya ni se percibe. Es el caso, por ejemplo, de los “pizzeros”, que se juegan la vida cada día en sus motos. Hay quien sostiene que si el repartidor en cuestión transporta la pizza respetando todas las señales de tráfico el sabor del producto final no es el mismo. Es inconfundible el toque de la dirección prohibida burlada que tan bien combina con la “mozzarella”.

También muchos deportistas carecen de temores en sus trabajos. ¿Puede pasarle algo peor a un boxeador en competición que su propia participación? Alguien que acude a su puesto de trabajo mentalizado para recibir golpes y puñetazos no puede sorprenderse por muchos contratiempos más.

Pero están ustedes equivocados si piensan que ser artista es una profesión tranquila y llevadera. El mundo de la música está lleno de peligros. El manager ladrón o el fan pesado no son los únicos riesgos de quien dedica sus horas a componer y actuar.

Me contaba hace un par de años Javi 90 (Dinamita pa’ los pollos) el peligro al que se expusieron voluntariamente en un concierto en Madrid, en las fiestas de Chamberí: “De una manera incomprensible, una noche de verano, tratamos de ‘suicidarnos’ y continuar con nuestro repertorio. Se desató un vendaval veraniego y nuestro equipo y parte del escenario comenzó a volar por los aires... Llegaban todo tipo de objetos de los balcones y cornisas de la zona”. Nada impidió que los Dinamita continuaran con su actuación. Sorprendente manera de jugarse el pellejo en vivo y en directo. Pero hay más casos similares.

Ya he contado aquí alguna vez como, por ejemplo, Emilio de Los Nikis tenía la costumbre de cantar todo el concierto acompañado de unos insistentes y acompasados saltitos en el escenario. Tal era su insistencia que en más de una ocasión el suelo del palco cedió engullendo salvajemente al vocalista de Los Nikis. Así lo explicaba Joaquín, bajista del grupo: “Emilio saltaba y saltaba, y hacía un agujero en el aglomerado por el que desaparecía. Mientras nosotros seguíamos tocando, él continuaba cantando desde debajo del escenario”. No dispongo de los detalles de los posibles traumatismos sufridos por el vocalista en los años de máxima actividad del grupo.

Nacho Goberna, de La Dama se Esconde, me aseguraba que sus peores experiencias sobre un escenario fueron “ver como una torre de focos se desplomaba sobre un teclado” y comprobar con temor como “una de altavoces se desprendía y caía en un foso con agua situado frente al escenario”. La actuación continuó sin graves problemas aunque el artista destaca que fue sorprendente seguir tocando viendo como los altavoces se balanceaban flotando en el agua del foso.

Otro factor importante de la baja laboral del músico es el propio público. No todos reciben de manera cariñosa al grupo protagonista. Mucho menos si se producen las temidas equivocaciones. “¡Buenas noches, La Coruña!” actuando en el Pabellón de As Travesas de Vigo es un error leve, geográficamente hablando, para un artista de Chicago. Pero sin duda, es un peligroso aperitivo para un concierto de rock. La reincidencia en estos errores -que se dan con mucha más frecuencia de lo que creemos- puede provocar la irritación definitiva del público y desembocar en un despiadado linchamiento del artista. Aquí la salud del músico depende de su masa corporal y de la puntería del público: lógicamente, con un tomate de tamaño medio, no es igual de fácil hacer blanco en Luciano Pavarotti que en El Fary.

Pero sin duda, el principal factor de riesgo del músico no es el tiempo, ni el público, ni los incidentes técnicos en el escenario, sino él mismo. El músico es el enemigo del músico. Sino que se lo pregunten a Antonio Orozco.

 

Me lo han contado hoy. Antonio Orozco es de los que se entregan al público hasta el agotamiento en cada recital. Sin embargo, su última actuación en Puerto Rico se saldó con un desgarramiento del ligamentos en su pierna izquierda. Interpretaba en ese momento la segunda canción del concierto ante un teatro abarrotado. El artista bailaba desmesuradamente cuando decidió acompañar su espontánea coreografía con un animoso salto perpendicular. Tal vez perdió en el aire la concentración y su pierna izquierda se retorció en el aterrizaje. El artista, demostrando el carácter y la dignidad que lleva dentro, continuó su actuación sentado en una silla y soportando fuertes dolores. El público se lo agradeció.

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