Ocultando el presente

Por alguna extraña razón en los sesenta y setenta, incluso en los ochenta del pasado siglo, los españoles querían ser como los alemanes. Ese era el modelo de funcionamiento social que, pese a las adherencias radicales de la revolución del 68, pretendían la mayoría de los ciudadanos de la España que realizó la denominada Transición. Se apostaba más por un presente y un futuro que por la relectura del pasado, pues este se encontraba lo suficientemente cerca como para que se olvidase el triste final de la Segunda República que devoró con ferocidad a sus hijos y dio lugar a un severísimo enfrentamiento que, por cierto, se había evitado en el 31.

La imagen triunfante parecía ser la de una izquierda homologada con el atlantismo, plenamente socialdemócrata, y una derecha que tras varias luchas fratricidas consiguió igualmente lograr la plena homologación. Desde ese presente todo parecía futuro, un nuevo futuro de derechos, un nuevo futuro de libertades, un futuro de integración en Europa, una adaptación del modelo productivo, e incluso un conjunto de movimientos culturales nuevos que definiesen una nueva España. No puede olvidarse sin embargo que, en medio de ese presente y apuesta por el futuro, diversas fuerzas, preferentemente las nacionalistas, pusieron todo su acento en un memorial de agravios, una relectura histórica, que les permitiese justificar su presente liberticida, (basta ver el asunto de la persecución de español) y enmascarase su futuro desleal hacia el sistema política que hacía posible su presencia política. Si los nacionalistas consideraban el pacto constitucional una etapa camino de su logro definitivo, o al menos una buena ocasión para el chantaje permanente, el partido socialista en cuanto perdió el poder en las urnas, siguiendo una constante de su historia, no dudo en unirse al revisionismo constitucionalista. El cambio político en el modelo de Estado, con la broma macabra del federalismo asimétrico, se combinó con un ataque generalizado a los equilibrios políticos del sistema constitucional que ha llegado al escándalo de los estatutos y su revisión jurídica. Desde esta perspectiva el modelo tanto de actuación como de discurso dejo de ser el europeo. Los mítines en la Universidad que hemos sufrido estos días se parecen más a un recreación del ambiente del 34, cuando todo el principio de los izquierdistas y nacionalistas era que no podían perder el poder ni dejar que funcionen las instituciones, que a un estado en la fase posmoderna. Su ubicación geográfica parece más sudamericana o caribeña que europea.

No se trata, desde mi punto de vista, de que un grupo de radicales ocupen el poder universitario o autonómico sino de un juego a la radicalización desde el poder, conscientes de que el presente que se muestra o el futuro que se adivina es sumamente desfavorable. ES notorio que una nación no puede encerrar sus muertos en un armario pero mucho menos puede desenterrar los cadáveres para tapar con ellos la crisis de su presente. No pueden usarse para atacar la independencia de las instituciones o para impedir los procedimientos por prevaricación de determinados jueces, cuando es evidente que esos procedimientos se centran en los abusos efectivos del presente y no en un intento de “tapar” el pasado.

Puede ser que la retórica de la división de las dos Españas tenga algo de falso, pero mucho más falso es recrear un enfrentamiento inexistente para deslegitimar la alternativa del poder, para amedrentar al Tribunal Supremo o para pagar servicios prestados.

 
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