Otto de Habsburgo - El hombre que es el siglo

Son casi cien los años que tiene Otto de Habsburgo y ya desde muy joven le asistieron la ejemplaridad, el magisterio, la generosidad política e intelectual. Hoy figura como catalizador del pasado de la Gran Europa en el futuro, el ejemplo más acabado de hombre modelado por la civilización occidental, consciente de ella como misión y tradición que es continuidad. Su presencia patriarcal es ahora una autoridad no por invisible menos real, pasados ya los años de lucha diaria por el metarrelato de grandeza de la Europa unida en la concordia. Era el continente que él –Otto u Otón- podía contemplar como la finca del abuelo, los Habsburgo como sinónimo de Europa. Si vio su declive, también vio –dichoso varón- cumplir su sueño.

Es conocida aquella anécdota del Parlamento Europeo, cuando le dijeron que Austria y Hungría estaban jugando un partido de fútbol y él no pudo menos que preguntar que contra quién. Llegaba a una sala de reuniones y –como por un resorte- todo el mundo se ponía en pie. Así lo cuentan quienes fueron sus compañeros. En los últimos años, no pocos han subrayado la vivencia de la melancolía de la historia al ver la detonación permanente de aquello que fue la doble corona, la doble K, luego la Kakania de Musil: una desolación de totalitarismo y guerras infinitamente peor que el AEIOU que cifraba la vocación imperial de Austria en su grandeza de equilibrios. Según la novela, “La Marcha Radetzky” sonó en un confín del imperio para indicar el fin de todo. Hoy Austria convive difícilmente consigo misma, por lo demás manifiestamente avara a reconocer su pasado. Sólo hace unos años volvió Otto a Schönbrunn, el palacio de los valses, que él no más conoció como estado mayor de guerra y punto de partida del exilio. Fue en el exilio en Madeira donde su padre –el beato Carlos- definitivamente se hizo santo.

En “Combattre pour la liberté” se recogen entrevistas sobre su vivencia de la Segunda Guerra Mundial: las afrentas a Hitler, las cenas a las que no asistió en casa de Goering, Otto de Habsburgo como primer enemigo del nazismo, con orden de disparar contra él. Aún cenaba en el Ritz de París cinco días antes de entrar los alemanes. ¿La cuestión judía? El médico de Joseph Roth acudió a él por ser el único que podía hacer que el magno escritor dejara de beber. Se lo ordenó “en calidad de representante de mi dinastía”. Roth dejó de beber aunque estaba ya mortalmente enfermo. Anecdotario del hombre que es el siglo.

 
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