El Papa alemán que toca el piano

En la plaza de San Pedro, entre un humo de color indefinible, simbólicamente aleteó una paloma sobre la chimenea que anunciaba la elección de un nuevo Papa. Simbólicamente también, es un Papa alemán el que sigue a un Papa polaco, por más que en estos casos el pasaporte se ensancha hasta abarcar el mundo. Con el dato evidente de los cardenales de orígenes exóticos, muchos habrán descubierto estos días, en el directo de la televisión, que “Iglesia Católica” quiere justamente decir “Universal”.

Un acoplamiento perfecto entre los tiempos del mundo y la realidad de la Providencia fructifica en la elección de Benedicto XVI, quien hasta ayer mismo era el único cardenal con un club de fans cibernético (www.ratzingerfanclub.com), cuyo servidor hoy no puede atender tanta demanda. De la piedad tradicional de los bávaros a la sabiduría de la Curia, Benedicto XVI resume en sus 78 años lo mejor de la intelectualidad católica y el espíritu de un Concilio que se proyecta hacia el futuro con la santa inercia de veinte siglos de tradición. Con calas como Edith Stein o von Balthasar, no es vano recordar el vuelo de la teología que durante el siglo XX se escribió en alemán.

Mucho debe Europa a estos germanos que descubrieron la luz de Roma para atemperar lo que Menéndez Pelayo llamaba “las nieblas del norte” frente a “la claridad del sur”. Romano tras varias décadas, dos cónclaves y un Concilio, Benedicto XVI representa también ese encuentro de Europa con Europa que propició, como cruces también providenciales, la música de Mozart o la pintura de Durero. Compatriota a la vez de Kempis y Lutero, Benedicto XVI tendrá su palabra sobre ecumenismo en un momento en que los protestantes dejan de ir a la iglesia pese a que ya celebran obispas. Sutileza y profundidad no le faltarán a un teólogo que también toca el piano.

Al contrario que la prensa socialdemócrata, uno no es intérprete de los movimientos del Espíritu Santo, pero parece candidez grande o maldad fingida esperar barra libre en materia de moral, con Benedicto XVI o con cualquier otro Papa. Uno de los motivos más nimios es que para exhortar a la frivolidad o a la destemplanza no es necesario ningún sacerdote, y en cambio sí es necesario para recordar que el mejor camino es siempre el camino angosto. Viejos compañeros de universidad, entre el Papa Ratzinger y el hereje Küng, es fácil adivinar quién tomó qué camino.

Aliviada ya la orfandad pasajera del periodo entre Papas, Benedicto XVI saluda al pueblo romano y pide oraciones porque es “un humilde obrero en la viña del Señor”. Mientras tanto, muchos católicos pensarán que un alemán guiado por el Espíritu Santo es un Papa de presagio inmejorable.

 
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