Patriotismo de los pies a la cabeza

El Mundial ha traído una nueva floración de los colores nacionales, que restallaron por toda España como una brazada inmensa de rosas encarnadas y narcisos amarillos cuando el miércoles nuestra selección marcó a Ucrania cuatro goles. Hazaña exclusivamente deportiva, los políticos no podían desperdiciar la ocasión, sin embargo, para encauzarla por sus acequias particulares. Tan electoralistas sonaron las palabras de Rajoy sobre el «legítimo orgullo de la nación más antigua de Europa» —¿acaso era menos nación, menos antigua o menos merecedora de orgullo cuando encadenábamos derrotas en cuartos de final?— como las palabras de José Blanco sobre el «triunfo de la España plural» —¿piensa, por ventura, que influyen de algún modo las reformas estatutarias en la motivación de nuestros jugadores?—. Son interpretaciones de parte, inevitablemente.   En cualquier caso, conviene ahondar en la naturaleza de ese nuevo ardor patriótico que se ha desatado con el campeonato de Alemania. Podría deberse a la mera adhesión gárrula del forofo a su equipo, y en este caso el significado de la bandera se reduciría a poco más que la tautología de sus tonos cromáticos. Es lo que solivianta a Oriana Fallaci, quien con esa vehemencia habitual en ella denuncia el desvaído espíritu nacional de sus compatriotas italianos, que sólo hacen ondear la enseña de su país en los torneos futbolísticos. Es lo mismo que ocurría aquí hasta la llegada al poder de Rodríguez Zapatero, el presidente que con sus despropósitos sobre los conceptos «discutidos y discutibles» y con su apoyo a los secesionistas ha logrado desentumecer, por reacción, la conciencia de muchos ciudadanos sobre el ser de España y sobre la necesidad de lucir en público sus colores.   Y quizá sea esa la clave de una exhibición natural, entusiasta y sin pudor. Poco a poco, la bandera rojigualda, la de todos, la que nos aúna, ha ido ganando espacio, ha ido proliferando, se ha multiplicado en manifestaciones multitudinarias, fueran en favor de las víctimas del terrorismo y contra la negociación con los terroristas, fueran por la educación o la familia: manifestaciones que reclamaban ante todo libertad, porque eso es primordialmente lo que nuestra bandera simboliza. Por sí solos no son suficientes el patrioterismo de vocerío y nula complejidad conceptual inducido por el fútbol, que reside en los pies, ni el «patriotismo constitucional» habermasiano, de asunción fría y desapasionada del concepto, que reside en la cabeza. Acaso entre ambos extremos se halle el modo más adecuado de sentir ante la patria un amor sano y constructivo, sincero e incluyente.

 
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato