Pensar como lince

Creía que la pesadilla de la superpoblación era un debate felizmente cerrado hace años -como diría Bernat- pero estaba equivocado. Todavía hay importantes personalidades de la ciencia que manejan el término como si fuera una inminente realidad, o peor aún, como un hecho científicamente demostrado. Me permito recordar a los lectores que antes del fantasma del cambio climático sufrimos la pesadilla de la superpoblación y el presunto agotamiento de los recursos. Porque el ecologismo más partidista, el que más daño hace a la conservación de la naturaleza, siempre anda con alguna profecía siniestra entre manos, con la que asustar a los ciudadanos.

Que los indios Chache-Chache de la selva más remota del planeta anuncien huracanes de lava y plagas terroríficas, después de examinar el color del cielo y la forma de la nubes, es algo asumible. Al fin y al cabo, se basan en sus propias creencias y sensaciones y a nadie puede extrañarle el resultado, por disparatado que parezca. Menos razonable resulta el hecho de que ciertos políticos, científicos y periodistas alarmen constantemente a la población desde hace décadas con vaticinios terroríficos que casi nunca se cumplen, a pesar de que exhiben sesudos informes científicos en sus conferencias. Sobre todo porque en no pocas ocasiones lo hacen interpretando parcialmente los datos, o de forma abiertamente manipuladora. La solución que proponen para librarse de las plagas y maldiciones siempre es la misma. El culpable es siempre el hombre, y por supuesto, la cultura occidental. Si escarban en sus planteamientos descubrirán que al final el gran causante de todos los males de la tierra es el capitalismo. Entonces se preguntarán, como yo, si es necesaria tanta alforja para tan corto viaje.

El director de la Estación Biológica de Doñana ha mostrado su indignación en las últimas horas por la campaña de la Iglesia contra el aborto. Aunque no lo ha dicho así, es obvio que ha considerado una intolerable ofensa al lince el hecho de que un anuncio publicitario recuerde a los ciudadanos que destruir un embrión de una de las muchas especies protegidas de animales –como el lince ibérico- es un grave delito, mientras que matar uno humano no lo es y puede hacerse legalmente. Dicen algunos que el razonamiento de este científico resulta aplastante. Lo es, en efecto, pero aplastante en el más literal de los sentidos. Razona –es un decir- el director de la Estación Biológica de Doñana que la comparación que hace esta campaña contra el aborto es desafortunada porque linces hay pocos y humanos hay muchos. Lo dicho, aplastante.

El vaticinio de que morirían cientos de millones de personas por el agotamiento de recursos causado por la superpoblación se hundió con el siglo XX, al igual que otras muchas creencias pseudo científicas que han ido quedando al descubierto. La obsesión de ciertos sectores con la amenaza de la superpoblación desemboca siempre en viejas aspiraciones totalitarias. Pero algunos no aprenden. Al fin y al cabo, cada vez que alguien poderoso y malvado llega a la conclusión de que somos demasiados sobre la tierra él mismo se encarga de decidir quién sobra y quién debe quedarse. Y la historia ha señalado a enfermos, niños y ancianos como eternos candidatos a ser liquidados por estos iluminados. Pero aún así, sigue habiendo partidarios de la selección y exterminación de hombres. El aborto es un recurso más para estos objetivos, como lo son la horca, el gas, o la silla eléctrica en hombres adultos.

Para concluir me parece útil recordar qué es exactamente lo que dice el díptico de la famosa campaña que ha puesto en marcha la Iglesia en España: “En nuestra sociedad cada vez es mayor la sensibilidad sobre la necesidad de proteger los embriones de distintas especies animales. Las leyes tutelan la vida de esas especies en sus primeras fases de desarrollo. Sin embargo, la vida de la persona humana que va a nacer es objeto de una desprotección cada vez mayor”.

La campaña es molesta porque es cercana y directa, y no va dirigida a los católicos ni a los creyentes, sino a todo el mundo. Es dura porque sitúa al hombre frente a la más trágica y salvaje de sus contradicciones, sacándolo de su habitual universo de flores y primaveras. La campaña es un doloroso acierto porque genera un debate inevitable de estruendosas consecuencias en todo hombre que sea capaz de sentir y pensar como hombre y no como lince. Sea o no ibérico.

 
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