Pequeñas piezas cubanas

MADRID – LA HABANA, CONTRAPUNTEO DE TERRAZAS. En el cielo de La Habana hay más trompetas que en el día del Juicio y el murciélago que fue de Bacardí emprende vuelo cada noche para ver al Giraldillo del ron oficial Havana Club. En Infanta, una Virgen del Carmen de diez toneladas opone la significación de la piedad al orbe terráqueo de la Gran Logia Masónica en la esquina de Belascoaín: el orbe se movía como una fulguración pero ya hace mucho que se oxidaron los rieles. El reló astrológico ya sólo queda cómico. La Habana es ciudad de azoteas y terrazas, como Madrid busca su Tiépolo para tantos héroes de mármol o de bronce. De hotel a hotel, en el Midnight Rose vemos la Telefónica española que por arquitectura se debería hermanar con la Telefónica cubana. Porque es mayo en Madrid ya abrieron las terrazas y en La Habana están abiertas porque el clima es de agasajo tropical. La transición es entre el cava y el daiquiri: pese a todo, es en el Saratoga habanero donde aparece Ernesto de Hannover, donde se deja ver –oé, oé- el equipo nacional sueco de natación sincronizada.

MANÍ TOSTADO Y CALIENTE. “Maní tostado y caliente”, decían los maniseros; “pa la vieja que no tiene dientes”, añadían los niños: hoy todavía ofrecen aquí y allá el cucurucho de la golosina modesta que tiene el defecto o la virtud de dejar con ganas de más. A cambio, “el manisero” que escribió Simons y cantaron Machín y Rita Montaner fue el primer éxito de la música caribeña, tantos años antes del reggaeton. Viene de la época de luz del Teatro Martí, hoy una ruina, y del Teatro Payret, hoy un cine: Simons la escribió una noche de juerga en el Prado habanero y después la tocaría en casa de Josephine Baker, de quien cabe imaginar que la escuchó mientras acariciaba a su mascota –una pantera. Como lectura prosaica, digamos que en Cuba gustan tanto como en España los frutos secos aunque aquí comemos el turrón sólo en Navidad. Por comparación con el poco delicado reggaeton, la letra del manisero es –como en la lírica popular- un entreverado de ambigüedades entre el manisero ansioso y la caserita anhelante. Al final el manisero se va y entre el balcón y la calle quedan el anhelo y la ansiedad, las ganas de más desleídas en volutas de violines.

LA CAÑA DE AZÚCAR. El servidor oficial cubano borró el discurso pronunciado por Castro al concluir esa zafra del 70 donde tuvo su inicio todo fin. Casi cuarenta años después, Cuba importa azúcar bielorruso y la zafra de 2006 no supera a la de 1906. Celia Cruz ya no diría ‘azúcar’. Al tiempo, se inauguran exposiciones de foto artística sobre el abandono de esos ingenios azucareros que propiciaron temas para la zarzuela cubana, para la cultura popular, para la prosperidad de ‘la danza de los millones’ y para los magnos empeños eruditos de Ortiz y de Moreno Fraginals. Siempre hay que recordar que el comunismo era un medio para crear riqueza: en Brasil, el capitalismo multiplica la producción en parte por usos alternativos que evitan la competencia del edulcorante artificial y el jarabe de maíz. Cuba lo tiene todo para repetir el elogio de la agricultura tropical que escribió Andrés Bello pero –por el contrario-, todo son campos sin roturar, prados sin cercado, reses con hambre que pacen inútilmente bajo la palma real. Los paisajes agrícolas siempre son la mejor belleza del paisaje por combinar naturaleza y civilización: simetría de las plantaciones, aclareo del bosque convertido en dehesa, rotaciones del cultivo y el barbecho. Es la presencia de un orden humano frente a las fuerzas del desorden. Para estos enfados de la macroeconomía siempre está a la mano Hugo Chávez con el catéter del petróleo.

 
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