‘Porto-tonic’ – Otro sabor para las estaciones cálidas y el verano social

Del oporto blanco cabe decir que ni es oporto ni es blanco: esto es, no resulta ser lo que uno busca al comprar un oporto ni lo que uno espera al comprar un blanco. El oporto blanco tiene mala reputación y escasas ventas; de algún modo, su entidad es tan menor que resulta no difícil tenerle una cierta compasión, ese cariño que nos provoca lo fallido, lo inútil.

Cuando su grado de congelación lo vuelve insípido, el oporto blanco –el white port- puede ser bebido como aperitivo aunque mi impresión es que sólo lo beben los mismos señores ya provectos que beben como aperitivo un Bristol Cream en su country house. No se vea en esto menosprecio: sólo cuando uno es muy joven o muy anciano puede hacer cosas como tomar oporto blanco o ponerse un traje de seersucker o zapatos bicolores sin llamar la atención. Además, el oporto blanco nunca llegará a ser el Cyprus Sherry –la diferencia es que no es venenoso. En fin: me regalaron una botella de oporto blanco, de la semi-industrial bodega Ferreira –como cuando me regalaron el mp3-, no sabía qué hacer con el asunto. De vez en cuando, al buscar otras botellas, miraba la botella. No me decidía a tirarla.

Ávidos e inteligentes comerciantes, los bodegueros de Oporto han intentado aumentar las ventas del oporto blanco por su condición de excipiente para coctelería. Así que un día de convencimiento decidí probarlo en casa. En el momento de coger las tónicas y el oporto blanco me comenzaron a mirar con amplio escepticismo: esto por poco me ofende, ya que uno puede ser peligroso con un destornillador o con una llave inglesa entre las manos –pero creo que con botellas uno ya merece una consideración de confianza. Simplemente mezclé una muy generosa parte de oporto blanco con tónica y, por cautela, le eché un chorro de ginebra: no un chorro tímido, no un chorro pusilánime e inapreciable, sino el latigazo suficiente para darle a la bebida cuerpo, presencia, consistencia, seriedad. La ginebra tiene, entre otros, estos efectos deseables: lo acrecienta todo, la bebida y, de paso, los espíritus, haciéndose notar tan sólo con un rastro de amargor –haciéndose notar, a veces, cuando ya es demasiado tarde. Quiero decir que, en general, nunca pasa nada por un no excesivo exceso de ginebra: experto crede. Serví en los vasos semicónicos que uso para el campari, con el pensamiento de que quizá mejorara la invención al confundir el oporto con hielo picado y después añadir tónica y ginebra, cuestión que ha de aportar al conjunto una admirable solidez. Todo depende de si uno tiene la intención de emborrachar a alguien. Fío esto a la imprudencia del lector.

Los primeros sorbos fueron de sorpresa y la segunda y la tercera copas fueron de euforia, que es una predisposición muy grata para acercarse a comer como quien lo espera todo y sabe que va a amortiguar su indisposición con algo sólido. El porto-tonic tiene un plausible color solar, un color leonado –ese color al que los ingleses llaman ‘tawny’-, y el sol se filtra por el bebedizo como si se duplicara, en efecto graciosamente estético, con esa visión cubista que aportan los cubitos de hielo, que es el cubismo primigenio. A mí, en esos momentos, me recordó a una buena canción: ‘don’t you love Port Blanc, when hooterie is over, when the girls get easy and the crowds are gone…’, aunque Port Blanc no es el Porto Blanc sino un puerto de Bretaña. Creo que este cóctel sólo debe tomarse al mediodía, quizá con el extra de una piel de lima: es una bebida para pasar con refresco las estaciones cálidas, a la altura del Pimm’s con ginger ale, ‘the taste of social summer’ en la hidrópica Inglaterra.

 
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