El Premio Fémina para una historia de amor de las de verdad: “Où on va, papa?”

Hay quien dice que el jurado del Premio Femina de Literatura ha hecho este año una elección mediocre y poco comprensible. Sin embargo, no piensan lo mismo los lectores, que han encumbrado la obra de Jean-Louis Fournier, “Où on va, papa?”, en las listas de mejores ventas desde que salió de la imprenta el pasado mes de agosto.

Lectores que parecen ponerse de acuerdo con Jacqueline de Romilly cuando dice que la literatura son esos “análisis, ideas, imágenes, personajes, mitos y sueños que se han sucedido en el espíritu de los hombres: algún día nos han emocionado porque estaban expresados o descritos con fuerza; y es esta experiencia la que alimenta la nuestra”.

Y es que la historia que cuenta Fournier es difícil de olvidar. El escritor-humorista habla de Mathieu y Thomas, sus dos hijos minusválidos (física y mentalmente). Dice que hasta ahora no lo había hecho por una mezcla de vergüenza y rechazo a suscitar piedad. Pero hoy, que ve que le falta tiempo, hoy, que ha descubierto cuanto quiere a sus hijos, ha decidido escribirles un libro para que nadie les olvide, para que quede de ellos algo más que “una foto sobre una tarjeta de invalidez”.

Jean-Louis Fournier confiesa que quizás sea también una forma de mostrar sus remordimientos: « No he sido un buen padre. A menudo no les soportaba. Con ellos había que tener una paciencia de ángel, y yo no soy un ángel”. Pero la ternura de sus palabras siembran una duda cierta: “Me han hecho reir con sus tonterías, y no siempre de forma involuntaria”. A lo largo de las páginas de “Où on va, papa?” se suceden las risas y las lágrimas.

Hay quien puede pensar ante la crudeza del lenguaje que emplea Fournier que se trata de un salvaje sin piedad: “Gracias a ellos (a sus hijos), he tenido más ventajas que los padres de niños normales. No he tenido preocupaciones con sus estudios, ni con su orientación profesional. No hemos dudado si elegían una filial científica o literaria. No hemos tenido que inquietarnos por saber qué harían después, en seguida supimos que sería: nada. Y, sobre todo, durante muchos años, he disfrutado de la gratuidad del impuesto de automóviles”.

Pero la duda se impone en muchas otras páginas, como cuando describe más allá la escena protagonizada por uno de sus hijos que en lugar de buscar, como todos los niños, el agujero más grande del jersey para meter por allí la cabeza, se empeñó en meterla por el más pequeño. Y tras lograr la proeza, sus padres, que le estaban contemplando, rompieron en un aplauso.

Quizás lo único que habría que lamentar no es que le hayan dado el Premio Femina, sino que haya desperdiciado tanto tiempo hasta caer en la cuenta de cuánto quiere a Thomas y a Mathieu.

 
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