Primicias de la era nueva

Rodeados de tecnología que todo lo va abarcando, llevamos veinte años en una era a la que aún no hemos puesto nombre por falta de perspectiva. Tan deprisa se suceden las novedades incorporadas de pleno a lo cotidiano que a veces nos parece vieja una instantánea prácticamente de anteayer. Hace algunas semanas, el semanario Stern mostraba, una junto a otra, dos imágenes de las proclamaciones respectivas de Ratzinger y Bergoglio como papas. Ambas reflejaban a la multitud congregada en la plaza de San Pedro cuando ya la luz del día había declinado. ¿Diferencia esencial? En la segunda —2013— la muchedumbre aparecía moteada de destellos innumerables donde se multiplicaba en miniatura la mole de la basílica: eran las pantallas de móviles y tabletas con los que se estaba fotografiando o grabando el acto. En la primera, sin embargo —2005—, se veían flashes dispersos y videocámaras en su mayor parte jubiladas hoy.

Que alguien, con un solo dispositivo de tamaño reducido, fuese capaz de tomar imágenes y de difundirlas sin demora a través de Internet, era algo imposible, al menos para una mayoría, hace ocho años. Pues bien, toda esta locura de inmediateces ya perfectamente asimiladas tiene su germen apenas dos décadas atrás. Es ahora, alcanzada la cifra redonda, cuando puede afirmarse que el devenir tumultuoso de la Red comenzará a estructurarse en historiografía. Un hecho simbólico que así parece anunciarlo es la restauración por parte del CERN de la primera página web de dominio público, abierta y sin costes. Fue el 30 de abril de 1993 cuando este centro declaró la disponibilidad universal de la nueva herramienta tecnológica. Se vuelve la mirada a los momentos fundacionales, a las primicias de un tiempo, el actual, percibido de aquí en adelante también como objeto de estudio.

Hay una dimensión casi de arqueología del texto en el asunto, contra lo que pudiera creerse. Filología y cibernética parecen realidades muy alejadas entre sí, pero no lo están necesariamente. Así, la primera web no es tal, sino una copia de la que creó Tim Berners-Lee en 1989, cuyo contenido quedaba restringido al CERN. Esta última no se conserva, y el proyecto emprendido ahora pretende restaurarla de manera fiel. Maravilloso empeño. Supone un rastreo semejante —hasta cierto punto, claro— al que sigue la crítica textual para establecer la filiación de los distintos manuscritos que nos han llegado, y para reconstruir aquellos que se perdieron. Entre el pergamino, el papel y la pantalla ha trascurrido un viaje largo en medios de transporte cada vez más rápidos. No obstante, los paisajes que se divisan parecen ser siempre los mismos.

 
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