Quiero ser director general

Superada la década en el ejercicio del periodismo, me duele la espalda, padezco insomnio, y tengo muchas más canas que cualquiera de los abogados, funcionarios, arquitectos, informáticos, y delincuentes, de mi promoción colegial. Mi estado es impropio para un joven fornido, sano y deportista de mi edad. He cambiado los videojuegos por sesudos libros de análisis político y, cuando salimos de copas, en vez de hablar de fútbol con los amigos, me dedico a comentar la actualidad de la moqueta de Génova y Ferraz, que resulta tan estimulante como bailar Paquito el Chocolatero en un concierto de U2. Además, en algunos bares y restaurantes de lujo, ya no me dejan ni entrar, y eso sí que es una verdadera tragedia.

Esto no es vida y necesito una ayuda, ahora que me consta que todavía quedan sillas vacías en el próximo organigrama del gobierno popular. Sé que hay mucha competencia. Y lo sé porque lo he visto. La última vez que me crucé con Mariano Rajoy en una elegante calle madrileña, conté hasta siete ministrables lustrándole los zapatos simultáneamente –uno de ellos con la lengua-.

Mi situación es extrema. El periodismo me asfixia. Yo lo que quiero es levantarme por la mañana, que me recoja un coche oficial muy oscuro, y me traslade a un hotel de lujo para ofrecer una rueda de prensa sobre la evolución de las relaciones con Zambia, en materia de intercambio de ideas sobre la socialización de las abejas homosexuales del noroeste de Lusaka. Algo así me iría bien. Yo gestiono la subvención y la rueda de prensa, y mi cohorte de asesores se encargarán de las abejas. Y resuelvo el problema de Lusaka en dos o tres años. Lo bordaría.

Mariano Rajoy está en el umbral de La Moncloa y me consta que está ultimando fichajes. Pregunte a mi familia y amigos. Le dirán que soy un tipo estupendo. Alguien en quien confiar. Ideológicamente somos dos gotas de agua. Así que por eso no tiene por qué preocuparse. Cualquiera que me lea en este confidencial sabe que, en caso extremo, no tengo inconveniente en cambiar mis principios por otros más oportunos, si lo que está en juego es comer marisco, beber vino caro, y pagar con una visa oficial dependiente de algún ministerio tontorrón, que son casi todos.

Al futuro Presidente de España le falta una pieza clave y aún no lo sabe. Si cuenta conmigo, lo daré todo por su gobierno. Hoy quiero sumarme públicamente a la larguísima hilera de chupatintas que hacen fila en Génova desde hace meses, para lograr un carguito que les saque de esta crisis. Que ocho años en el dique seco son una eternidad. Le garantizo que procuraré evitar la corrupción al por mayor, y me dedicaré al menudeo, que eso nunca sale en los periódicos.

Acepto cualquier cargo. Me vale una televisión, una radio, o un periódico, siempre y cuando mi tarea consista en mover sólo el dedo índice. Si hay que mover los otros nueve, olvídeme: estoy en retirada. Aceptaría a regañadientes un puesto intermedio relacionado con las nuevas tecnologías. No en vano, me avala el hecho de ser una estrella en Twitter, con más diez millones de seguidores influyentes y distinguidos. Ignoro si existe algo parecido, pero también estoy especialmente capacitado para cualquier dirección general relacionada con el mundo del vino. Ya sabe, cultura y tradición. Y por último, me encuentro muy preparado para todo lo que tenga que ver con el turismo y las relaciones exteriores, especialmente con Hawaii, Bora Bora, y Dubai. Nadie me gana en gestión de la hamaca y administración de la caipiriña.

Ahora que Mariano Rajoy camina con paso firme hacia La Moncloa, quiero pedirle abiertamente una dirección general de lo que sea en su próximo gobierno. Tome nota de mis señas. No voy a ser yo el único idiota que siga trabajando de sol a sol después del 20-N.

 
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