Rabos de pasa

La sabiduría popular atribuye a la ingestión de tan poco apetitoso apéndice vegetal unas curiosas virtudes para mantener despierta la memoria. Como mis conocimientos en materia de aportes alimenticios no traspasan el breve límite del, digamos, conductismo fisiológico –causa: aceitunas con cebolla y pimentón; efecto: mi novia me afea el aperitivo; causa: cereales con fibra en el desayuno; efecto: desplazo el lugar de lectura de la prensa–, no podría especificar si, de hecho, los rabos de pasa prestan alguna ayuda a la conservación de la viveza de los recuerdos, o si se trata tan sólo de una simpática superchería.

Sea como fuere, los que parecen haberse dado un atracón de pasas con su correspondiente rabo, tallo, hoja de vid y hasta los terrones del viñedo son Zapatero y los miembros de su gabinete. Si no, difícilmente hubieran regurgitado la Ley de la Memoria Histórica que se debatió el jueves pasado en el Congreso. Memoria para dar y tomar, memoria mañana, tarde y noche, memoria, memoria, memoria (remedo en el vacío del famoso terno de Anguita), memoria memorable, pero no memorística, que eso es cosa de antes. Zapatero juega a ser Funes el memorioso, aquel personaje de Borges que no podía olvidar nada, pero en su caso con la pretensión de convertir una patología en benéfica humanidad.

A nadie engaña su trampa, sin embargo. Pese a la mención que se hace en la ley a las víctimas de ambos bandos de la guerra civil –con la oposición de Izquierda Unida y la Esquerra, intérpretes coherentes del auténtico revanchismo sectario que gravita sobre la norma– y pese a las cínicas justificaciones que la declaran «heredera del mejor espíritu de la Transición» –Fernández de la Vega podría ser tan buena candidata a la presidencia del Gobierno como al Goya para la mejor actriz–, el simple hecho de que se hayan reavivado aquellos viejos duelos para hacer política en el presente contradice cualquier benévola declaración de intenciones. Y, sobre todo, repugna por su oportunismo.

Según la particular escala utilitaria de valores que han establecido Zapatero y los suyos –con independencia de la verdad, lo que me beneficia es bueno, lo que me perjudica es malo–, deben de interpretar como una gran baza que tanto el PP como los obispos a través de su última instrucción pastoral hayan rechazado de plano la iniciativa para efectuar una reparación presuntamente denegada desde antiguo. Con la ayuda de los medios amigos, aquéllos podrán seguir acusando a la derecha y a la Iglesia de ser los grandes inmovilistas, los grandes rencorosos, cuando la realidad es exactamente la contraria. Según para qué queramos refrescar la memoria, y según qué memoria queramos refrescar, hay veces en que compensa tirar los rabos de pasa a la basura.

 
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