Regalar La Luna

No son pocos. Hay tantos millonarios rusos en el mundo como albano-kosovares armados en España. Sus características no son muy diferentes a las del resto de los millonarios. Pero tienen una cierta tendencia al exceso. Sus decisiones no son predecibles. Los rusos, tanto se compran Repsol, como se hacen con dos o tres equipos de fútbol y se convierten en su entrenador-dueño-presidente. O les da por contratar un concierto privado de tres minutos de Michael Jackson o Britney Spears, para inaugurar la adquisición de un nuevo palacete. Serán multimillonarios, pero son muy raros. No obstante, a cierto nivel, el buen gusto juega un papel esencial. Es lo que distingue al millonario extravagante del rico elegante. Aunque ambos tengan la misma fortuna y compitan por subir en el ranking de Forbes, que les vuelve locos.

Me quedé escandalizado cuando me enteré de que Kerimov, un multimillonario ruso, planeaba pagar 2 y 1,5 millones de dólares respectivamente para que Robert de Niro y Bruce Willis animasen una de sus fiestas, hasta que supe a cuánto ascendía su fortuna total. Con los 7.100 millones de dólares que se estima que posee Suleimán Kerimov, lo de De Niro y Willis es una miseria sin importancia. Imagino que con esa cantidad de dinero en el bolsillo es admisible contratar a estos dos actores para que hagan un poco el payaso en una celebración. Pero ni si quiera los 7.100 dólares hacen elegante regalar a una novia un concierto privado de las Spice Girls, o tratar de reunir a los Backstreet Boys, como han intentado otros.

Me dice ahora un buen amigo que el millonario Abramovich le ha comprado un trozo de La Luna a su novia. Desconfío y lo mando a paseo. Abro el periódico y me entero de que, en efecto, el millonario y dueño del Chelsea ha comprado exactamente 40 hectáreas. Leo en detalle y no salgo de mi asombro. Resulta que Abramovich no es el primero que se compra un trozo de Luna, tan sólo es el primer hortera que se lo regala a su novia, y lo cuenta, el tío. Es decir, que Jimmy Carter –no se rían-, John Travolta y Tom Cruise han caído anteriormente en la misma tentación, pero han tenido la cordura suficiente como para no regalárselo a nadie o, al menos, no decirlo. 40 hectáreas. No tengo a mano al doctor Pérez Sala para que me explique cuánto son 40 hectáreas en campos de fútbol –que es una medida universal y razonable-, pero da igual. Supongo que son lo suficiente como para montar un buen pisito lunar y decorarlo con un jardín desierto, unos pedruscos en el suelo formando una romántica “A” en memoria de Abramovich, y un par de cráteres, que es a lo más que aspira la superficie de la Luna.

Viendo las últimas –y extrañas- costumbres de los más afortunados del mundo, me temo que la culpa la tiene el multimillonario Steve Wynn. Su patosería ha sembrado el pánico en la alta sociedad, y por eso los millonarios ahora regalan cosas muy grandes, o muy lejanas. Se acabaron los anillos –salvo que sean de Saturno-, los cuadros y los collares de diamantes. Ahora regalan cosas que no se puedan romper o extraviar fácilmente. La culpa, como digo, es del magnate Steve Wynn, que saltó hace poco a la prensa de todo el mundo después de romper accidentalmente un cuadro de Picasso. Nada más y nada menos. El magnate, para colmo, acababa de acordar su venta por 139 millones de dólares. Iba a ser una cifra récord en el mundo del arte. Sin embargo, Steve Wynn metió la pata. O el codo, más bien. El magnate se encontraba enseñando el cuadro a unos amigos. Gesticulaba y daba grandes explicaciones. Se deshacía en elogios ante su cuadro preferido. Tanto gesticulaba que de pronto, accidentalmente, propinó un espectacular codazo al lienzo, haciéndole un agujero de gran tamaño. Tras el golpe, se hizo el silencio. “Oh, mierda. Miren lo que he hecho. Gracias a Dios fui yo”, fueron sus únicas palabras según los testigos del cozado. Fue terrible la sensación de Steve Wynn después de destrozar 139 millones de dólares con el codo.

Abramovich no ha querido correr riesgos de ningún tipo. Por eso ha ido a por La Luna, que no rompe. Bueno, por eso, y para evitar que su novia Dasha Zhukova pueda tirarle el regalo a la cabeza. Ya que el motivo del obsequio no es otro que intentar que Zhukova le disculpe por haber decidido retrasar la boda que tenían planeada hasta que escampe la crisis financiera internacional. En todas partes cuecen habas.

 
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