Reivindicación de la fecha

Hay en la fecha un despojamiento que fascina, una esencialidad. Me gusta creer que si el Juan Ramón de Piedra y cielo se hubiese dedicado a la historiografía, sus ensayos serían retahílas de tablas cronológicas. Solamente. Fecha, suceso. No le toques ya más, que así es la historia. El resto, discurso secundario, interpretación –a veces farfolla–, análisis de procesos, búsqueda de causas, establecimiento de nexos, emisión de dictámenes retrospectivos, extracción de enseñanzas. Ropajes que cubren la primordial desnudez del dato.

No falta quien siente desprecio por la fecha y la relega. Es la tendencia en alza. Frente a una erudición conceptuada como árida y antañona, desde las aulas se fomentan en las disciplinas humanísticas los razonamientos francos de aduanas temporales, no los compartimientos estancos a que da lugar el memorismo. Con esa ruptura de anclajes ha venido a producirse una suerte de gasificación del pasado, una como desmaterialización de tal guerra, de tal armisticio, de tal laboriosa reconstrucción, que sucedieron, sí, pero ¿cuándo?

La respuesta precisa a un cuándo dispone de gran valor si afecta a lo individual. Al marido que se despista con el aniversario de su boda no le sirve de nada endosar a su dolida mujer un completo razonamiento inductivo sobre la culminación de ambas trayectorias en la realidad positiva del matrimonio, ni una reflexión genérica sobre los dones de la vida conyugal. Lo más probable es que ella reponga algo parecido a esto: «Mira, no me vengas con milongas. Has olvidado qué fecha es hoy». Y luego la terrible conclusión: «Ramiro, tú ya no me quieres como antes».

Tampoco vayamos a decir que la ignorancia o el olvido de fechas que no nos atañen tan directamente deban desencadenar semejantes cataclismos. No. Ahora, que tampoco se encuentra fácil indulgencia para quien ignora u olvida qué se esconde tras la sobriedad numérica de 395, 473, 1453, 1492, 1789, 1914, 1989, momentos entre otros varios en los que de una u otra manera el devenir de la historia se partió en dos mitades para una mayoría de los seres que por entonces poblaban el orbe.

La fecha es neta, sencilla, pero también críptica, en apariencia cuenta solo con forma aritmética y no, que por detrás se sustancia sobre todo un contenido cultural. A veces se reúnen las mociones del pasado no año a año ni década a década sino por centurias, y así emana del guarismo primitivo toda una estilística bien definida. A nadie con una pátina de ilustración le serán ajenas las referencias que se hallan en acuñaciones de época como quattrocento o cinquecento, ni desconocerá las denotaciones –y connotaciones– de un adjetivo tal que ‘decimonónico’.

Aunque se ponga en relación con otras, una fecha es al cabo sincronía pura, y ahí reside buena parte de su belleza. Cada fecha, un hecho, un evento en sentido estricto. Casi como una fulguración, como el factor desencadenante de un poema. No le toques ya más, que así es la historia. Uno se pregunta si esas fechas excéntricas que de modo en apariencia caprichoso, inmotivado, se fijan en la memoria -1681, muerte de Calderón; 1973, cese de fabricación del Seiscientos…- acaso no constituirán sino curiosas constelaciones cronológicas en las que de alguna manera indescifrable esté escrito nada menos que nuestro destino.

En Ávila, a 7 de mayo de 2009.

 
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