Terrorismo, biología, repulsión

Coinciden estos días dos noticias de carácter biológico que tienen a etarras como protagonistas: la situación clínica irreversible de Josu Uribetxeberria Bolinaga a causa de un cáncer de riñón, y la próxima paternidad, según ha informado El Mundo, de José Ignacio de Juana Chaos en Venezuela. Ambas nos sitúan ante una enorme distorsión de los afectos, que es otra consecuencia nefasta e inevitable del odio estratégico practicado por el terrorismo. Exceptuando a los titanes morales que pueden administrar un perdón sin límites, nos vemos acometidos —aun con escrúpulos de conciencia— por el regocijo ante una vida que se va, y por el pesar ante una vida que llega. Esta es la gran paradoja malsana a que nos conducen quienes solo han sido capaces de causar dolor.

El rasgo que más humaniza al humano es la conciencia de vivir. Como no somos animales, nos personamos en nuestra propia existencia, comparecemos en busca de sentido. Y a la vez recubrimos la fría evolución de nuestras células con el manto cálido de los sentimientos. Células que se dividen a partir del primer encuentro esencial, padres felices que esperan a su hijo. Células nocivas que se multiplican sin tasa, temor por el amigo o el pariente enfermo. Nacimiento y muerte, los momentos supremos del ser, llevan asociados rituales y estados de ánimo independientes —aunque no desvinculados, actividad cerebral mediante— de la mudez del organismo y de los procesos físico-químicos que allí se producen. Porque somos personas, tenemos conciencia y valoramos la vida, lo natural es alegrarse por un alumbramiento y celebrarlo, y entristecerse por un deceso y lamentarlo. Hay excepciones.

Estas excepciones son por ejemplo las dos que han venido a coincidir en los últimos días. Como si se rebelase no solo desde la moral, sino incluso desde las profundidades de la biología, la conciencia repele a esos individuos que fundamentan su notoriedad en haber torturado y en haber matado. Es decir, en haber practicado la violencia máxima sobre el cuerpo social. Y este reacciona de forma espontánea creando anticuerpos en virtud de los cuales ni se considera digno de lástima a Uribetxeberria Bolinaga por su muerte más o menos cercana, ni se ve motivo para la alegría porque un asesino como De Juana Chaos aumente su estirpe. El terrorismo todo lo envenena, todo lo trastoca. Sus víctimas han de ser quienes importen. Es a ellas, a cada una de ellas, y a nadie más, a las que cabe apelar en este juicio moral tan doloroso.

 
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