Tintín en La Habana – (Versión Mambo # 8) - Segunda parte de la entrega y fin

Lea la primera parte aquí.

- He tenido problemas de agenda -afirmó Haddock, recomponiéndose con huevos duros en el comedor del Nacional.

- No me diga, capitán.

Haddock agachó los ojos. Confesó.

- En realidad, soy una ruina moral.

Desfilaban camareros, inquietos ya por cerrar el desayuno.

- Por aquí todo está en ruinas. Hay que ponerse en marcha.

****

El espía de las cuatro de la tarde pasaba frente a la casa de Chabás, fingiendo montar en bicicleta. Los hijos de Chabás le saludaban por entre las ventanas ya que -al fin y al cabo- el ciclista había sido el mejor amigo de su padre. Católico practicante, Chabás había tenido la humorada de quedar -esquina de Belascoaín- frente al Templo Nacional Masónico. La primera hora de la tarde dolía de luminosidad y había un paño de humedades, flecos de nubes incoloras por el cielo. La logia y la iglesia de la Compañía de Jesús se miraban casi frente a frente, y en otras épocas era habitual la circunstancia de que el marido y la mujer fijaran su reencuentro al terminar la tenida de él con su mandil y la misa de ella con su misal. La logia y la parroquia se tenían una tolerancia diplomática ya que -en realidad- la espiritualidad del país estaba marcada por la catequesis del materialismo dialéctico, según los postulados del buen Marx.

 

- ¡Un templo másónico! ¿Pero es que aquí los masones rezan?

Haddock tenía la lentitud, el estupor del juicio que sigue a una mala noche.

- En Cuba puede ocurrir que los masones recen el rosario. No sé qué diría José Martí.

- Aquí José Martí vale para un roto y para un descosido, con perdón.

- Sin perdón, capitán, porque es verdad. Y cada uno quiere tener su pedacito del gran hombre.

Esperaban a veces dentro del coche, a veces fuera del coche, con el mini-kit imprescindible del espía que -tiempos prosaicos- les equiparaba a turistas de una clase media demediada. Cargaban con una banderola con mapas, postales de recuerdo, Cohibas de recuerdo, Cohibas de contrabando, agua mineral, gafas de sol omnicomprensivas, juegos de llaves, tarjetas de los bares más nocturnos, viseras anti-sudoración, una 'moleskine' a la que Tintín daba poco uso y una petaca a la que Haddock, en cambio, sí solía recurrir. Sobre la puerta de la logia había un reló con los signos del zodiaco y, sobre el tejado, una bola del mundo que giraba por la noche con la clara pretensión de acojonar. Simbólicamente, el mecanismo de rotación llevaba roto muchos años.

- Sic transit gloria mundi.

Era Chabás quien les hablaba. De él sabían que manejaba la textualidad bíblica pero no la aforística clásica. Chabás era un hombre moreno y entrañable pero -ante todo- era un hombre de fe. Tenía esa costumbre de materializarse entre la nada, de aparecer tras una sacudida del aire, como dicen que aparecen las fantasmas.

- Buenas tardes, hermanos. Estoy muy contento de verlos. Vienen en un momento fundamental.

Tintín y Haddock se abrazaron con Chabás. El momento era de emocionalidad intensa.

- Dios no se olvida de sus hijos -dijo Horacio. Dios no se olvida de los niños de Israel.

Dios no se olvidaba de sus hijos y, para celebrarlo, se fueron a un paladar a merendar un Jupiña. La vida les daba sus verdades desnudas, sus alegrías esenciales, una felicidad pequeña, sencilla, que -con toda exactitud- parecía el anticipo de una felicidad mayor que sin duda conservaría el mismo sabor de aquella hora y de esa tarde. Eran no más que tres hombres pero eran ante todo una ráfaga de la libertad de espíritu. Hombre sentimental, Haddock tenía constantemente el lagrimón a flor de ojo. Menos sentimentales, Chabás se calaba bien la gorra para no ser visto y Tintín miraba a izquierda y derecha para luego mirar de derecha a izquierda. En Cuba, lo esencial es lo visible: ocurre con los amontonamientos de basura y con el camarero que no quita ojo a la extrañeza. Al salir del paladar, un corro de niñas jugaban a dormir a sus muñecas:

Mamá, la negrita,

se le salen los pies la cunita,

y la negra Mercé

ya no sabe qué hace'.

Drume, negrita...

- Caminen por delante de mí. Agarren el auto. Yo los espero en esta esquina. Vamos rumbo a la catedral.

Y ya la tarde iba cayendo en San Cristóbal de la Habana.

****

Las calles Obispo y O'Reilly estaban recién fregadas, a fin de que la clase turista pudiese confirmar que, del mismo modo que el existencialismo es un humanismo, el comunismo es ante todo un detallismo. Una mujer pregonaba sus cucuruchos de maní tostado y caliente y unos niños la seguían entre risas: 'pa' la vieja que no tiene dientes', cantaban. Como tantas cosas en aquella ínsula Barataria -reino no real-, la muchachada venía de las páginas del Quijote pero había desembocado en la literatura picaresca. Son declinaciones de la alegría bien distintas. Los despachos del Servicio Nacional del Cerdo parecían vender más moscas que cerdos, las mismas moscas que buscaban el goloseo de una papaya recién abierta en un mercado. Trasminaba todo una sensualidad primaria de pescado pasado o fruta descompuesta. Los habaneros, por su parte, se dedicaban al deporte nacional de mirar por la ventana y otras muchachas jugaban a dormir a otras negritas. Una televisión en un patio afirmaba que la revolución es eterna y una radio por un balcón afirmaba que más bien habría que revolucionar la eternidad. Como tantos otros, el régimen cubano también iba a morir por la repetición y el tedio.

Tintín, Haddock y Chabás subieron San Ignacio, dieron limosna a un leproso a las puertas de la Catedral, visitaron las plazas, saludaron al Giraldillo y llegaron hasta el seminario -tan antirrevolucionario- de San Carlos. En la Lonja de Comercio, se preguntaron que de qué comercio. Glosaban la posibilidad de abrir un Zara en cuanto la transición a la china o a la vietnamita reenganchara, parcialmente, a los cubanos con el mundo: en el rearme moral de la sociedad civil, era fundamental estimular la vanidad de las mujeres y conseguir que los hombres lucharan por tener un coche mejor que el del vecino. Algo se hacía o se deshacía allá en el cielo: Chabás opinaba que, desde la enfermedad de Fidel Castro, los cubanos sólo conocían tiempos de tormenta.

- Nos haría mucha ilusión invitarte a cenar -comentó Tintín.

- Nos haría mucha ilusión invitarte a cenar una langosta -comentó Haddock, al unísono.

El Patio de la catedral era en La Habana lo más parecido a un lugar de moda por la obvia constatación de que era caro. Ahí acudía algún turista por descuido pero -ante todo- acudían las segundas filas del régimen, la juventud ya madura que sólo había conocido el castrismo pero sabía que -detrás del telón de azúcar- los dólares crecían en las parras y el sol lucía con otra libertad. Por supuesto, la libertad era inservible en términos abstractos, pero en términos más prácticos garantizaba que uno pudiera comprar cuanto quisiera sin problemas -y había un deje melancólico en poder robar a maletas llenas y resignarse a comer ropavieja cada día. En El Patio, al menos, la langosta era excelente. Fidel Castro, hombre sin pasiones a excepción de la venganza, la lujuria y la sed homicida del poder, en seguida habría intuido que las cosas marchan mal si los funcionarios comienzan a vivir demasiado bien.

- ¿Por qué dicen que hay vaca frita si no hay vaca frita? -preguntó Haddock.

- En el comunismo no hay porqués, mi querido capitán -respondió Chabás.

- Y tampoco es que haya muchas vacas -resumió Tintín.

Llegaban los platos de camarones cuando Tintín vio, dos mesas al noroeste, el perfil suficiente del abogado recogemigas Fernando Montealto. Se levantó a saludarle.

- Fernando.

- Sí, discúlpeme. ¿Nos conocemos?

- Soy Tintín. Del Nacional.

- Ah, ya, Tintín. Me va a perdonar porque es que estoy cenando. Pero mucha suerte con lo suyo del import-export. Creo que las comisiones están por las nubes.

En la mesa de Montealto empezaron a circular distinguidas vitolas de Trinidad, de Partagás, de Upmann, de Cohiba. En su escala hacia el cielo, dibujaban por el aire ensueños de humo, de dinero fácil, sumas fabulosas en un humus de traición.

- Horacio, nos han hablado de conspiraciones.

- Algo hay. Siempre se conspira. Por algo es que no nos pagan.

- Lo que quiero saber es si tú estás.

- Perdonen la jactancia pero yo estaré donde decidan los cubanos.

- No me has respondido. Lo que quiero saber es si tú estás.

- No sé si estoy o no estoy pero desde luego estoy interesado.

Cabeza y codo sobre el mantel, aquella noche Haddock no iba a necesitar el 'drume negrita'.

****

Tintín iba a culminar su último sueño con la coronación de la Negra Tomasa pero en ese mismo instante le despertó un golpe de nudillos en la puerta. De un solo gesto abdominal se levantó para abrir a Haddock, quien, sin embargo, estaba comenzando la lucha contra su prostatismo dos puertas más allá. Alguien había colado en el cuarto un sobre a nombre de Tintín. Debía de ser una maniobra de sutileza, si consideramos que el propio sobre no era exactamente de color blanco estándar sino que posiblemente era blanco roto o blanco hueso o blanco novia o blanco crema: blanco caro, en cualquier caso. Tintín pensó que no era una multa de tráfico ni una carta de amor. Era Fernando Montealto. "Vengan ya al Coppelia. Sin preguntas." Influido por el país, los desaires y atenciones de Fernando Montealto le llevaron a Tintín a pensar que Montealto era -no más pero tampoco menos- un tremendo comemielda.

- ¿Tú estás seguro de que es ese? ¿El de los pantalones pirata?

- Sí, capitán, pero yo siempre le he visto a lo elegante.

Coppelia era una heladería posconciliar o una iglesia donde se repartía helado. Fernando Montealto les coló en la parte reservada a los cubanos y entonó una larga y en parte sorprendente digresión sobre los méritos y deméritos de la arquitectura orgánica y sus derivadas antropo-sóficas. Fuera, en la Rampa, parecían congregarse todas las sonrisas de La Habana. Pasaban las muchachas. La mañana era hermosa, hirviente, azul, feliz.

- ¿Cómo es que no se camuflan? -preguntó Montealto, al tiempo que mostraba su camiseta-mensaje con una frase en la ortodoxia ‘Che’. Usted, por ejemplo, llama la atención con los bombachos.

- Supongo que no nos ha traído aquí por cuestiones sartoriales.

Montealto pidió un banana split con doble de nata. Inspiraba, retenía y exhalaba como un maestro yogi.

- ¡Estamos todos tan contentos...!

Haddock no estaba tan contento y empezaba a pensar, él también, que este Montealto era bastante comemielda. Crecía la expectación.

- Estamos todos tan contentos, amigos, la gente está contenta... y nadie sabe que hace ahora cincuenta minutos que se ha muerto Fidel Castro. Me he llegado al hotel y ahora estoy aquí.

A Tintín el corazón le dio una coz en pleno pecho. Iba a escribir una crónica magnífica.

- Usted y yo, Tintín, hemos tenido un par de cruces curiosos, como ayer en El Patio. Lo lamento pero tuve que obrar con discreción.

- Le entiendo. Pero cuente. Deprisa. Cuente cómo lo sabe. Cuente lo que va a pasar.

- No soy profeta ni hijo de profeta, pero...

- Abrevie. Cuente.

- Fidel Castro ha muerto a las nueve y media de esta mañana. Su cadáver sigue en su cama de hospital. Lo saben dos médicos, una enfermera y su hermano Raúl. Al resto se les comunicará que su estado es preagónico. El protocolo previsto establece variar la fecha de la muerte, amortajar el cuerpo y comunicar en 48 horas la defunción. Después, funerales públicos, plaza de la Revolución. Mientras tanto, Raúl decreta el estado de excepción y un Consejo de la Continuidad Revolucionaria asumirá el mando pero no de modo colegiado. La absoluta prioridad es la seguridad del Estado. Esta misma tarde van a encarcelar a los opositores de más nota, a Lino Nogueira, los hermanos Pérez Puig, Brígida Fernández, Gómez Calatayud, Arnaldo Fraga, Pasionario Mora, Julio Enamorado Mendoza, Minervo Ovejero y Gutiérrez Tamayo. Tal vez se atrevan con Chabás. También encerrarán a unas docenas de inocentes, más que nada por joder. Se cerrarán puertos y aeropuertos y el suministro estará garantizado por el ejército. Todo esto, en principio.

- ¿Cómo que en principio? - preguntó Tintín. ¿Y cómo sabe todo esto?

- Amigo mío, yo no soy un amateur. He visto el cadáver de Castro porque tengo, digamos, amistad con una de las enfermeras, pero lo demás -lo demás lo he sabido yo solito. Es importante tener un cierto 'network'.

'¡Pero qué comemielda es este tipo!' - pensó Haddock.

- A lo que iba. Tengo un Cessna para salir de la isla. Por supuesto, se prevén tumultos. El ejército nunca ha disparado contra el pueblo ni va a disparar ahora. Eso permite un cierto margen. Si quiere, puede quedarse con su amigo y escribir la mejor crónica. Si no, vénganse conmigo a las Bahamas.

Tintín decidió que era el momento de arriesgarlo todo:

-¡Yo pensaba que usted estaba en la conspiración!

De la cuchara de Montealto cayó al suelo un trozo de banana. Su optimismo moreno se quedó blanco.

- Con la conspiración del general Alcázar -continuó Tintín.

- ¿Cómo sabes de eso? - Montealto cambió al tuteo en la asunción de que el peligro une a los hombres.

- Conviene tener un cierto 'network', Montealto.

'Este Tintín también se nos va a hacer un comemielda' -pensó Haddock.

- Hay muy poco tiempo. Me voy a dejar ya de disimulos porque esta es la hora cenital de muchas vidas. Volaré en el Cessna hasta Miami por asuntos que de momento les conviene no saber. Todo está bajo control -pero eso no significa que todo vaya a salir bien. Acompáñenme a un sitio más discreto.

Hay gente que nos mira aunque tal vez sean sus bombachos.

Se retiraron a la iglesia de San Juan de Letrán, que parecía una iglesia y no una heladería. En un banco, ante la imagen de la Caridad del Cobre, Montealto desplegó un mapa de la isla.

- En el Oriente, Santiago está ganada. ¿Recuerdan Moncada? Pues es nuestro. Gómez Manzano tiene gente en todos los cuarteles del Ejército Oriental. Lo fundamental es que la gente salga de las casas a las plazas. Holguín, Guantánamo, Las Tunas, Camagüey, todo depende de Santiago, y en Santiago estamos fuertes. Es curioso porque será una manera de enmendar la historia. En el Ejército Occidental, si se gana La Habana, se gana todo el tramo hasta Pinar. En Villa Clara y Cienfuegos hay poca actividad. Ya decía Fidel que los cienfuegueros son firmes, aunque no sé si se refería a Benny Moré.

- ¡Me está usted ya jodiendo, con sus tonterías! - bramó Haddock.

- Perdóneme. Se espera que caigan por acumulación, como Ciego de Ávila. Digo Villa Clara y Cienfuegos. En Santiago no tenemos el aeropuerto pero aquí tenemos Rancho Boyeros y nadie podrá venir de Venezuela, que es lo que se teme. Son nuestras la Escuela Interarmas y la Academia Máximo Gómez. Hay un topo en el Estado Mayor General. La Academia Granma también puede ser nuestra.

- Esto suena muy bonito pero ¿se va a hacer sin pegar un solo tiro?

- Ahora es usted quien dice tonterías. El ejército no puede disparar contra el pueblo. Alcázar no lo hará. Esto se lo he contado en cinco minutos pero es un plan que ha llevado cinco años y ha costado muchas cárceles. Lo esencial es aprovechar el lapso entre la muerte de Fidel y el anuncio de la muerte de Fidel. Hoy, a las doce de la noche, Radio Reloj no dará noticias sino que dará el comienzo de la libertad con una canción.

- ¿Qué canción? -preguntó Haddock.

- El mambo número ocho, de Pérez Prado. Un clásico. Cuando llegue el momento de decir ‘¡maaaambo!’, Alcázar saldrá a tomar la Plaza de la Revolución con diez tanquetas y López Súchil tomará el Capitolio. Es simbólico porque el Capitolio está vacío pero queda bien para la televisión. A decir verdad, toda nuestra esperanza es que al pueblo de Cuba le gusta el jaleo y saldrán a la calle cuando Chabás aparezca en televisión a las doce y cuarto para pedir que se ocupen las sedes del partido y los CDR y declarar un gobierno de transición y la apertura del periodo constituyente, con un guiño a los cubanos de Miami.

- ¿Quién ha pagado todo esto? -preguntó Tintín.

- La gusanera, claro - y Montealto guiñó un ojo. ‘Es que sus migajas son más importantes’.

En ese momento, Montealto anunció que se iba a hacer unos largos a la piscina del hotel para estar relajado por la noche. El vuelo nocturno nunca se le había dado bien.

- ¿Y nosotros qué hacemos? - Tintín le hablaba a Haddock.

- Podríamos tomarnos el último daiquiri de la revolución y ver un pequeño mundo que se acaba.

Alzaron sus ojos a la Caridad del Cobre y pidieron eso, caridad. Del Floridita se retiraron a la siesta. Esa noche pensaban dormir poco.

****

¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!... La tanqueta de Alcázar arrancó con un rugido de motor tan furioso como el '¡maaaaambo!'. Se cortó la luz eléctrica en Kohly y el Vedado para llegar antes a la Plaza de la Revolución. Súchil, por el contrario, ordenó iluminar todo el Capitolio. El corresponsal de Fox News, que volvía de cenar en La Zaragozana, acuñó por mensaje corto el término 'the mambo revolution'. Junto a una bandera, Horacio Chabás comenzaba a hablar desde los estudios de Cubavisión.

Hermanos cubanos:

Fidel Castro ha muerto. La tiranía llegó a su fin. La libertad ha vuelto a Cuba.

En estos momentos, dos generales legítimamente alzados contra la estructura sucesoria de Raúl Castro han tomado sin derramamiento de sangre las sedes del poder. Queda instaurado un gobierno de transición.

El gobierno de transición que yo presido coordinará la acción de las Fuerzas Armadas para mantener el orden en todo momento y en todas las poblaciones de la República.

Asimismo, el gobierno de transición insta a todos los cubanos a tomar pacíficamente las sedes de gobierno de sus pueblos y ciudades, así como los Comités de Defensa de la Revolución.

El gobierno de transición deroga la Constitución de 1976 y declara abierto el proceso constituyente, en el que podrán participar todos los nacionales cubanos, de residencia o de origen. Queda declarada asimismo la amnistía general para delitos políticos y de opinión. En conformidad con las declaraciones internacionales, se reinstauran las libertades públicas en su totalidad.

En gesto de buena voluntad a las naciones de la tierra, Cuba mantiene abiertas sus fronteras.

Este gobierno de transición quiere hacer un especial llamado a los hermanos cubanos de la diáspora, y los insta a volver porque la Cuba del futuro necesita de sus manos.

En el espíritu de José Martí y los padres de la patria, y bajo la protección de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba,

¡Viva Cuba libre!

****

-          ¿Tú crees que Montealto ya haya vuelto con el Cessna?

A las tres de la mañana, había barra libre en el Teatro Nacional. Con la nariz en la cristalera, Tintín y Haddock miraban lo que a las once de la noche era la Plaza de la Revolución y –cuatro horas más tarde- ya era la Plaza de la Libertad. Ahora sí, estaban contentos, con el paso de la historia bajo sus pies, como un tren subterráneo que agitara el suelo. Alguien picaba el relieve de Ernesto Guevara, alguien borraba con pintura rosa los retratos de Lenin y de Marx, alguien había puesto una guirnalda de flores por entre las venerandas barbas del busto de Martí. Una muchacha que bailaba en un balcón iba a ser portada de todos los periódicos como si fuera la encarnación de la libertad. Aquella noche, como diría Hemingway, La Habana era una fiesta.

-          ¿Y ahora qué va a pasar?

-          No lo sé. Pero, pase lo que pase, es hora de que lo decidan los cubanos.

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