Vendome, a media hora de París, y con menos turistas que Versalles

En pleno corazón de la ciudad, en la plaza Saint Martin se eleva la estatua del Mariscal de Rochambeau, que dirigió las fuerzas francesas durante la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos. Es similar a la que existe en el Parque Lafayette de Washington, frente a la Casa Blanca. Quizás sean estos lazos históricos los que expliquen la presencia de un nutrido grupo de vecinos americanos en la región. Ya digo, han debido venir a visitar la patria del que les ayudó a conquistar la independencia, y han sucumbido al encanto de esta tierra.   Los hay, y no pocos, “fashion-victims”, que viven en casas trogloditas. Es cierto que algunas son grandes mansiones, de hasta 400 m2, pero no dejan de ser agujeros excavados en la roca, por muchas comodidades que tengan y por muy bien aireados que estén. Las cuevas son producto de las excavaciones que se han hecho a lo largo de los siglos para extraer la piedra caliza con la que están construidos casas y castillos.   La zona está un poco alejada de la ruta de los grandes castillos del Loira, pero quizás esté aquí parte de su encanto. Por aquí son menos espectaculares, y algunos, para poder subsistir, han tenido que recurrir a transformar la vivienda familiar en un hotel o disponer de "chambres d’hôtes" (“habitaciones para invitados”), así que no sólo se pueden visitar, sino habitar. Como el Chateaux de la Barre, donde Guy y Marnie, condes de Vanssay, cuidan de este edificio que pertenece a la familia desde el siglo XV como si fuera un pequeño tesoro.     A pocos kilómetros, está Lavardin. Está catalogado como uno de los pueblos más bonitos de Francia. Al menos lo fue, hoy sólo quedan restos de la antigua fortaleza que resistió los ataques de Ricardo Corazón de León, pero sucumbió bajo los zapadores de Henri IV, que mandó destruir sus muros por no haber querido reconocerle como rey.   En las inmediaciones se haya La Possonière, y no “La Poissonière”, como algunos insisten en llamarla pensando quen tiene relación con el pescado. Es la casa donde nació Pierre de Ronsard., cuyo recuerdo impregna toda la región. Un edificio a la moda renacentista, con múltiples inscripciones en un latín dudoso que recuerdan que hay que pensar en la muerte pero sin dejar de disfrutar de la vida. Una buena filosofía que aprendió Pierre de Ronsard de su padre, y que permite sacar buen provecho de los encantos de la región.

 
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