Veraneo conceptual

Este verano va a ser muy diferente. No hay un duro. No hay perspectivas de cambio. Sólo hay indignación con la indignidad de la indignación. Un trabalenguas. Un estío que se hará insoportable, como un mes de julio eterno. Y frío como un invierno gélido en el que nunca amanece. Vacas flaquísimas. Vísperas de nada todos los días. Vamos a tener que arreglarnos con lo puesto.

No sé cómo lo llevarán ustedes. De momento, cruzo de acera cada vez que paso junto a una agencia de viajes, cierro los ojos cuando suena Georgie Dann en la tele, y me resisto a entrar en la zona de ropa de baño en las tiendas de moda. No está el horno para bollos. A los amigos ya les he dicho que este año cambiamos la churrascada caribeña anual por una partida de cartas, y que están prohibidas las apuestas. En vez de chupitos de whisky caro, los beberemos de leche, quizá, con unas gotitas de agua oxigenada. También rascan la garganta y, a partir de cierta cantidad, sientan igual de mal al estómago. Además, nos haremos nuestros propios puros, con tabaco de liar y unas hojitas de eucalipto, que todo lo llena con su aroma fluorescente. Y, al terminar la partida, bajaremos a dar una vuelta al barrio, entre las primeras sombras de la noche, a confirmar que los gatos siguen junto a las farolas, que es un deporte baratísimo y une más que una mili.

En cuanto a la playa, este año vamos a buscarla dentro de casa. Por lo pronto, como si me hubieran abducido los tiempos bobos de la historia, me he puesto a rascar los adoquines del jardín por si surge el milagro. Hasta ahora, mal balance. Ni rastro de arena y tres uñas rotas. Si no aparece, me temo que tendremos que conformarnos con la manguera y la imaginación. Un manguerazo a tiempo es una victoria en esas sofocantes tardes de verano.

De la mariscada con la familia a finales de julio, no queda ni el recuerdo del bigote de una gamba. Como decía Cadaval, haremos la sopa de marisco con el agua de la pecera. Y de los planes para alquilar un catamarán, ni una lejana mención. Este año, veraneo conceptual. Agosto deconstruido. Espuma de vacaciones. Nos dedicaremos a retocar las plantas del jardín, a leer periódicos atrasados y, de vez en cuando, saldremos a andar en bicicleta, que nunca he entendido por qué decimos que andamos en bicicleta, si lo que realmente hacemos es pedalear en ella. De mañana, a oler el campo. De tarde, a oler el campo. De noche, a oler el campo. No desespero. El corazón de Madrid, de París y de Nueva York está lleno de tipos que matarían por esta bendita monotonía.

La cuota turística la cubriremos dedicando tres horas al día al canal Viajar, si es que conseguimos piratearle la señal al vecino, que nos hemos dado de baja hasta del censo electoral. Y si la tele nos aburre, siempre podemos entregarnos a la lectura, placer barato donde los haya. Una vela y un libro. Y si arde, diversión asegurada. Y si no, la ventaja de los libros es que puedes leerlos y releerlos, y siempre terminas descubriendo que la primera vez no te habías enterado de nada. Y en último caso, si se te acaban, puedes escribir los tuyos. Tiene la ventaja de que eliges el final que más te guste y la desventaja de que es difícil sorprenderte, salvo que escribas bajo los efectos de la bebida favorita de Oscar Wilde.

En cuanto a las salidas nocturnas, las haremos al balcón de casa. Nada como una cervecita al fresco para recordar que nos estamos yendo al garete y que nadie va a mover un dedo para impedirlo. Pasadas las cuatro de la madrugada, si el insomnio vence a la razón, antes de que aparezcan los monstruos, nos bajaremos a la plaza, a unirnos al botellón y sentirnos indignados por unas horas, gritando consignas de mayo del 68. Si tienes suerte, hasta te entrevistan en la tele, y te permiten adjetivar al ministro de Trabajo. ¡Guapo, bonito, hábil, honrado, precioso! Nada más placentero.

Del cine, tendremos que conformarnos con la vieja filmoteca de clásicos y esta es la mejor de las noticias de la crisis. Volver a enfrentarnos a James Stewart y John Wayne nos situará en la esfera moral que nunca debimos abandonar, antes de que el mundo moderno se desinflara, como un pavo real que se mira al espejo lentamente, y comprende, al fin, que ha perdido toda su capacidad de seducción.

Y así quemaremos otro verano más. Entre crisis e incompetencia. Pero alegres. Porque Europa agoniza. De acuerdo. Pero llevo todo el año esperando. Y no consentiré que un ente abstracto estropee mis vacaciones.

 
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