Volver al trabajo y no morir en el intento

Lo mejor es no volver nunca de las vacaciones, que es lo que hago yo. Vivir en unas vacaciones continuas tiene ciertas ventajas. La principal es que no necesitas irte a ningún lado para estar seguro de que estás veraneando. Y además, puedes contemplar el alboroto de los trabajadores que van y vienen de sus días de descanso con la distancia propia del cronista periodístico, que no obstante es una distancia que ustedes no deben intentar en sus casas. Y la gran desventaja de esta práctica es que en este eterno veraneo es difícil distinguir qué es trabajo y qué no lo es. En principio, todo lo que se cobra es trabajo, y todo lo que se paga son vacaciones. Razón por la cuál, como muchos de ustedes, he pasado unas vacaciones inolvidables en el ministerio de Hacienda.

A la vuelta todo parece diferente. Alguien ha limpiado su mesa de trabajo. No sólo el polvo. También han desaparecido todos sus bolígrafos, el ratón de su ordenador, y su bonsai. Y le está bien, por tener bonsai y por llevarlo a la oficina. Sus compañeros están increíblemente morenos y sonrientes. Parecen sanos. Y sus compañeras, brillantes, como sacadas de una de esas revistas femeninas hechas con Photoshop. Pero no crea. Las apariencias engañan. El color amarillento de moribundo y esas ojeras moradas están ocultas bajo el dorado solar. Pronto, caerá esa capa superficial, dejándolos otra vez con cara de calamar a la plancha del día anterior. Interiormente, sus colegas están igual de contrariados que usted. No se deje llevar por ese entusiasmo. Ni mucho menos se contagie de su ruidosa alegría. Uno puede volver al trabajo con ideas, con proyectos ilusionantes, o incluso lo suficientemente descansado como para no dejar respirar a sus subordinados, pero salvo que trabaje en un circo, nunca debe regresar a la faena dando saltos de alegría. Y si lo hace, no se sorprenda si alguien le deja una chincheta en la silla y una nota anónima con unos versos medievales sobre la tortura y la muerte.

Durante los primeros días le costará adaptarse al nuevo horario. Lo notará cuando se despierte el lunes a media mañana, con las teclas marcadas en la cara, y unos doscientos folios de Word rellenados con la letra “i”, en la que acertó a descansar su pituitaria en el momento del pequeño descuido. Un pequeño descuido que después de dos horas puede considerarse siesta laboral y por tanto debe incluirse en el preceptivo calendario de siestas laborales 2012-2013.

No se me deprima en los atascos, que le conozco. Estoy aquí para ayudarle a ser feliz. Supongo. No todo lo que rodea al regreso de las vacaciones son cosas malas. En el recuerdo, esos magníficos momentos del verano, las playas, el buen clima, y todas las cosas que ha recogido en su corazón en las últimas semanas. Si lo piensa, si tuviera eso durante todo el año, la vida sería muy aburrida, y su trabajo, como unas vacaciones. Visto así, pruebe a considerar que acude a su trabajo como quien va a la playa y trate de dejar a un lado su depresión para convertirse en una fuente de energía positiva. No es necesario que ingiera pilas para lograrlo, es suficiente con que intente reparar el ventilador del ordenador sin desconectarlo de la corriente, y verá qué energía y qué positiva.

En los primeros días de vuelta al cole siempre hay alguien que grita irracionalmente por los pasillos, por cualquier tontería. Es el que se ha quedado sin vacaciones. No se lo tenga en cuenta. Limítese a responder a sus aullidos cantando y bailando canciones de Georgie Dann. No creo que solucione su mal humor, pero hará pasar un rato muy divertido a todos sus compañeros, mientras el tipo sin vacaciones le golpea con la grapadora en la cabeza al ritmo de La barbacoa.

Está comprobado. A los cinco días de trabajo, lo peor ha pasado. Creerá que las vacaciones transcurrieron hace meses, y estará deseando largarse de nuevo al otro extremo del planeta y aislarse del mundo. Es buen momento para preguntarse si mereció la pena dejarse ese dineral en un crucero que se le ha olvidado en menos de una semana. Y ya se lo digo yo: no. Pero da lo mismo. El año que viene volverá a cometer el mismo error. Y picará en el mismo crucero. Y volverá a marearse de madrugada. Y volverán a picarle esos insectos gigantes en aquella isla exótica. Y no tendrá cobertura en el iPhone para llamar a la agencia de viajes y agradecerles de todo corazón la oferta y la recomendación.

No trate de eludirlo. Septiembre llegará y salvo que sea uno de los pocos españoles que veranea en ese extraño mes, a usted le tocará volver al tajo. Para sobrevivir a tal experiencia, como regla general, no se tome las cosas demasiado en serio, tampoco se las tome demasiado en broma. Es más: no se tome las cosas. Intente comer sentado al menos una vez al día, y no se prive de la oportunidad de darse un rato a la piscina si el horario de trabajo se lo permite. Con un poco de suerte, haciendo el imbécil en las escaleras de la piscina, podrá partirse un tobillo, y disfrutar de esa baja postvacacional tan nuestra. Esa baja conocida como la baja de España. Esa que permite ligar las vacaciones de verano con las Navidad y enfocar así el 2013 con máxima relajación, con la tensión como la de un canario después de una semana en ayunas. Y más aún, en la medida en que después, esquiando en Nochevieja, tenga usted la habilidad de dislocarse un hombro y solicitar un nuevo justificante médico que le permita holgazanear hasta la primavera, cuando con suerte, tras pasarse un par de días por la oficina para regar el bonsai, podrá irse de vacaciones otra vez.

Así que no se me venga abajo. Remonte. No me obligue a palmearle enérgicamente la espalda. Que como ve, en España no trabajar es sencillísimo. Lo complicado es trabajar.

Itxu Díaz es periodista y escritor. Ya está a la venta su nuevo libro de humor «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

 
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