Woodstock’40 – ¿Dónde están las flores?

Miramos la cuenta del banco por el móvil y el imaginario hippie podría parecernos tan lejano como la mitología azteca pero por eso mismo tal vez sea divertido el recordarlo. Es posible que de todo aquello queden no más que los partos en el agua, preferir los melocotones con gusano o ligar preguntando por el signo zodiacal. De cuando en cuando, todavía hay alguien que dice todos somos agua o que Cristo y sus apóstoles fueron los primeros comunistas. Si el hippismo murió por falta de jabón, el sueño del amor libre no sobrevivió a aquellas axilas femeninas sin gillette. Fue la popularización –la versión ‘pop’- de lo gestado en los laboratorios de ideas avanzadas de Berkeley. Esas cosas terminan siempre por irse de las manos, como el Guernica empezó en el arte y acabó reproducido en la sala de plenos de algún ayuntamiento de IU. Al final nadie ha sabido decir cuándo demonio empieza la Era de Acuario.

Tantos pacifistas se fueron con la guitarra a otra parte y alguno, con el tiempo, apoyaría con entusiasmo al islam radical. Fue una generación que echó la culpa de todo a sus padres. Los más iban a Lhasa y traían una esfera mística de regalo. En general, uno sospecha que había que poner mucha emoción para soportar un recital de Ravi Shankar sin sufrimiento. Valga lo mismo –experientia docet- para Grateful Dead. Está claro que el hombre es capaz de casi todo con tal de no dar un palo al agua. De la canción protesta y los conciertos en solidaridad con Bangladesh a las fotos de Bono en Naciones Unidas, es posible que permanezcan algunas canciones para alimentar la nostalgia como vicio de esta época. Lo hemos celebrado todo: el verano del amor, el festival de Monterrey, el festival de Woodstock. Charles Manson aún recibe cartas. En todo caso, tienen muy poco que ver el Siddartha de entonces con el Bollywood de ahora. El retrato de la comuna itinerante de Scorpio Murtlock por parte del escritor Anthony Powell resulta inolvidable por tenebroso y cómico. “Flower power”: Oakeshott afirma con razón que todo propósito de bien absoluto es intrínsecamente perverso. Casi que da algo de vergüenza ponerse a cantar el 'dad una oportunidad a la paz'.

Resulta curioso que todos los movimientos de “vuelta al campo” fueran de corte utópico progresista. Algo de esto hay en los jóvenes matrimonios que sueñan con dejar su multinacional de la consultoría y retirarse a elaborar queso de cabra o a cultivar un viñedo biodinámico. Que no falte la bosta natural, la yunta de bueyes ni alguna palabra antroposófica a la luna al enterrar la vejiga de venado que atrae el fluido cósmico de la energía. Hay quien llora de alegría al tocar un poco de auténtico estiércol. En los setenta, el movimiento de “vuelta al campo” chocó con una naturaleza poco maternal, donde siempre parece hacer demasiado frío o demasiado calor y resulta difícil imitar a San Francisco de Asís o -simplemente- no morir de aburrimiento.

Hippies, yuppies, bobos, zippies: lo malo de ser ultracontemporáneo es que se envejece mucho peor, más como caricatura que como busto en mármol. Eso es lo que pensé al ver la foto del padre de una amiga en la comuna: entonces tan lanudo, hoy tan alopécico, resignadamente fiel a lo real, a la constatación de que el mundo sí que va con nosotros. Quizá se mire a sí mismo con piedad al fumarse el porro del tiempo pasado en el jardín. En fin, hoy está permitido comer carne siempre que lo hagamos con mala conciencia. Conmemoramos Woodstock y en las revistas femeninas vuelven a llevarse las ajorcas en los pies.

 
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