La autoridad también está en crisis

Existen abundantes señales –amenazas, acosos y agresiones de alumnos a sus profesores; intimidaciones de padres a maestros- que revelan la falta de autoridad que existe en las aulas. Aquel maestro investido de autoridad, al que se le respetaba por el mero hecho de ser quien era, ya no está presente en buena parte de nuestras escuelas. El respeto se ha esfumado, definitivamente se ha perdido. La tolerancia, mal entendida, le ha usurpado el puesto. La realidad es que, inmersos en un ambiente que todo lo permite, no hay lugar para reprender. Los papeles se han invertido. El miedo al castigo, que antaño padecía el alumno, resulta que ahora es el alumno quien lo infunde a su maestro. 

La consecuencia de la falta de autoridad en las aulas, sólo proviene de su ausencia en las familias. Si en la familia no hay autoridad, difícilmente la habrá en la escuela o en la sociedad. Es en el hogar donde nuestros hijos aprenden y aprenderán a respetar a sus padres, a los mayores y a todo hijo de vecino. La falta de respeto que nuestros hijos tienen hacia sus profesores es la respuesta y prolongación de su habitual “modus operandi”. El problema se agrava cuando además el jovencito tiene la opción de tutear a su profesor. Si tuviera al menos, la obligación de dirigirse a él de una manera más respetuosa con un sencillo “usted” otro gallo cantaría. Cabe que se pueda faltar al respeto utilizando el usted, pero desde luego cuesta más y no sale tan natural. Una de las grandes falacias de nuestro tiempo, es pensar que con el tuteo uno gana confianza, y es que la confianza más bien se trasmite con dosis de comportamiento moral, y se respeta a la persona porque se confía en ella y en la labor que tiene encomendada. Por lo general, tutear no implica ser menos respetuoso, pero con un “usted”, se es más respetuoso y además facilita a que ambas partes cumplan con su deber. Así pues, la idea que ha planteado el Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, de poner en marcha esa antigua usanza –todavía en uso en muchos colegios- es sin duda acertada.

Ante el evidente fracaso del sistema educativo, no es de extrañar que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, haya alzado su voz en favor del docente, y quiera otorgarle el rango de autoridad pública. Se trataría de reforzar la autoridad del profesor para protegerle ante las continuas agresiones y vejaciones de sus pupilos y, de lo que es peor, de las amenazas de los padres de sus pupilos. Padres que al no poner los pertinentes límites a sus hijos y lejos de contradecirlos -no vaya a ser que se derrumbe la autoestima de la criatura- arremeten con furia contra sus “únicos” maestros, sus maestros escolares. Desde luego no hay que pensar que ahora el profesor, al gozar de la presunción de veracidad si se presentara un conflicto con el alumno, se va a convertir en un tirano ejerciendo su autoritarismo. Buen cuidado tendrá el maestro en no ser injusto con su alumno, pues la injusticia sería castigada de delito, y delito de prevaricación.   

Esta nueva normativa no puede ni debe ser “la solución” para recuperar la autoridad pérdida. Aunque si puede ser una medida para apoyar el fin perseguido. Pero tampoco puede ser que los profesores queden desamparados. Sólo un nuevo modelo de educación en la familia, donde los padres sepamos ejercer la autoridad derivada de nuestra responsabilidad como primeros educadores, podrá devolver a los maestros el modelo de alumnos que necesitamos.

 
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