La barra de la alegre melancolía

Vuelvo a esta barra siempre. Hay muchas canciones que quedaron en la memoria. Hay copas entre las brumas. Hay brumas entre las copas. Y hay noches que sencillamente murieron, en los estertores de una adolescencia siempre tardía, siempre pesada. Vuelvo aquí, vestido de amor propio aletargado, y no pasa el tiempo, aunque pasa, como un huracán arrasando la arena de la memoria. Y pasa sobre todo para mí, que ya no apuro columnas en los posavasos de los bares, porque ando enfangado en la noble tarea de hacer sonreír al prójimo, y he aparcado el vicio de despertar melancolías. Pero de cuando en cuando, frente al golpeteo alegre de dos piezas de hielo, y en una de esas noches para enmarcar y tirar, emerge la tentación de la nostalgia, vestida de negra gala, para darte con su belleza en los dientes y espolearte el recuerdo a traición.

Ocurrió anoche, entre coros andaluces y sabor a fiesta española. Entre chicas elegantes de mirada infinita, y señores como pinceles que nacieron con el traje puesto. Entre pasos y quiebros, de la rumba a la sevillana, de toda España a Triana. Todo ahí, como siempre, como el primer día que pisé sus baldosas, presididas por la Virgen del Rocío. Y todo tan cambiado. El mundo, tan distinto. Yo, claro, y conmigo todos los años que se han desvanecido en el camino, dejando un poso amargo, el olvido, y anticipando un trago dulce, mañana, hoy. La vida en sí, el gran regalo de Dios al hombre, que nunca lograremos agradecer lo suficiente.

Por suerte las agujas se detienen de vez en cuando en alguna fotografía del presente, y te dejan recrearte en la belleza de las cosas sencillas. Y eso es también volver a brindar, recuperar a un amigo, o ver brillar los ojos verdes de una joven enamorada, que baila para demostrar al mundo que todos sus sueños viajan a través de la inocencia de aquel muchacho. Él, perdido entre los gritos y jaleos de otras niñas, se siente el alma ungida de la mesa, y se lo pierde, lo ignora. Y tal vez nadie nunca vaya a quererte así, desgraciado, pero los tíos somos a menudo exactamente lo que se dice de nosotros. Para desgracia del mundo, que espera mucho más de lo que podemos ofrecer.

Buceo ensimismado en estos pensamientos, mientras avanza la luna en el rincón de la fiesta, donde el compás responde con alegría al golpeo sangrante del reloj en la madrugada. Y así, en amores de otros y en ojos ajenos, bebemos historias de ayer, hacemos planes para no cumplirlos, y respiramos el hielo de la barra fría entre tanto calor. Esta barra que es palco de perdedores. Apoyo de borrachos. Pista de aterrizaje de fantasmas. Página abierta de tantas historias que vuelan entre copas, de besos, de abrazos, de lealtades, de canciones, de millones de canciones. Se me acumulan los pasados, entre conversaciones y bailes, entre risas y broncas, a la luz tibia de este Rocío en Madrid.

Es noche de concierto y madrugada de belleza. La de las canciones, con ese duende que rara vez brilla y anoche lo hizo, en los gestos, en el arte de cada baile, en la inmensa belleza de cada esquinita inapreciable de la vida, que obviamos por la urgencia de llegar a la meta. Trascurre la noche perezosa y con los dientes entre los labios, por los callejones de la nostalgia, aderezada con copas y cafés, o apurando cigarrillos en la puerta de los bares, que es donde se dan cita ahora todos los románticos cada madrugada.

De este lugar me sigue asombrando la mezcla de perfumes, pegados al paladar de las evocaciones, que nada se adhiere con más fuerza al corazón que el olor de una madrugada de verano. Y esa elegancia que circula al margen de modas y prisas, tan olvidada a veces, que resiste al mal gusto contra todos los elementos.

Antes de partir el tren, anoto esta crónica que podía ser verso, repaso las notas pensando en la última noche, y comprendo que no es posible pintar los pequeños placeres de la vida sin hacerlos gigantes. Y aun así, no hay pincel tan preciso, ni pintor tan bueno, como para dibujar lo que encierran los recuerdos de asomarse al mismo bar que cuando nada había ocurrido, que cuando todo era sencillo, que cuando mañana carecía de interés, porque vivíamos vendidos a la ingenuidad de hoy, infiltrados de toda clase de banal estupidez.

Los mismos años que hacen del vino algo importante, se encargan de macerar las fotografías de la memoria, para idealizar sueños, para remover corazones, para despertar almas dormidas. Y pasan aquí, ante mis narices, con el mismo gesto fugaz con el que se da la media vuelta la joven enamorada de los ojos brillantes, que sigue bailando para ese chico torpe que, finalmente, ha decidido sumergir en alcohol cualquier conato de inteligencia. Que Dios le asista en su merecida soledad, allá cuando caigan los años, y la niña de los ojos brillantes encuentre el lugar que merecía.

Y me esfumo entre vapores y espejismos, regresando con pereza a la madriguera, antes de que el sol venga a pedirme el carnet de bohemio y de escritor. Miro al cielo negro, ya arañado de azul celeste, pensando que hasta los detalles más pequeños se me aparecen hoy en sepia, en contraste con la luz y el color que desprende esta sala rociera, que es un pedacito del corazón de Sevilla en el corazón de Madrid.

 

Itxu Díaz es periodista y escritor. Ya está a la venta su nuevo libro de humor «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

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