Por la boca… Ahora toca la Monarquía

Una de las realidades más palpables de la sociedad española es la existencia de grupos que se forman para lograr determinados objetivos. Llámense partidos políticos, grupos de presión, lobbies o cualquier otra denominación y que actúan al unísono para lograr objetivos políticos, económicos, sociales etc.

Lo acabamos de ver en la moción de censura que ha arrojado a Mariano Rajoy de la Presidencia del Gobierno y ha llevado a Pedro Sánchez al palacio de La Moncloa. Una especie de coalición de fuerzas políticas con ideologías distintas y hasta contrapuestas, acuerdan un cambio de Gobierno sin recatarse de decir que su único objetivo es echar a Rajoy.

La operación, como todas las de este tipo se viene fraguando en el tiempo de una forma declarada o solapada, según las circunstancias lo demanden. Y son declaraciones, encuestas, algaradas callejeras, protestas, huelgas y todo tipo de acciones que puedan contribuir al objetivo que finalmente se logra.

Vivimos desde hace tiempo una de estas operaciones cuyo único objetivo es derribar la Monarquía y, si es posible, hacerlo mediante un referendum que, llegado el momento y con el caldo de cultivo bien aderezado, sería algo pedido clamorosamente por los españoles.

Será la confesión de republicanismo de este o de aquel partido; se sustanciará mediante una campaña en los medios de comunicación en la que intelectuales (más o menos) aboguen, en sesudas reflexiones, por la bondad de la república; van calando las algaradas callejeras y se quemarán efigies del rey, se silbaran sus comparecencias públicas, se airearán los trapos sucios de una familia o se pondrán en primera fila de expectación pública delitos y pasos en falso de algunos de sus componentes.

Hasta aquí, todo más o menos normal, Cualquier ciudadano, solo o en grupo, tiene derecho de decir qué sistema le parece el mejor para personalizar la Jefatura del Estado y, por supuesto, tiene todo el derecho de difundir sus ideas en uno u otro sentido.

Naturalmente, la monarquía o la república como formas del Estado con un presidente o un rey a la cabeza, tienen sus ventajas y sus inconvenientes, sus cosas buenas y sus cosas malas, y hasta sus 'encarnaciones´ más o menos censurables.

Pero lo que sí extraña es que solamente sean los partidarios de una de las opciones los que se agrupen, los que se pongan en pie de batalla y quienes, incluso violando leyes en vigor, defiendan y pregonen esa opción concreta. Mientras, los de la otra opción callan, miran para otro lado, restan importancia a hechos que jurídica, social y políticamente la tienen y se limiten a verlas venir.

Un día será un político que afirma paladinamente que la monarquía es la causante de la desunión de España; en otro el separatista de turno, en el delirio de su bobería, romperá relaciones con la Casa Real; el siguiente un gobernante en ejercicio no moverá un dedo para defender la forma en la Jefatura del Estado que, hoy por hoy, es la legalmente establecida.

 

No es la primera vez en la historia de España que algo parecido ocurre. Es cuestión de tiempo. Pero no deja de ser extraño que el ascua se arrime a la sardina siempre por el mismo lado, mientras el dueño de la sardina no la cambia de posición por si se quema.

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