Por la boca… Ni urgente, ni viable y, posiblemente, deseable

No es que en muchos sectores -políticos, sociales o mediáticos- se estén respetando los hipotéticos cien días de gracia al gobierno Sánchez, es que los primeros que no respetan esos cien días son los propios integrantes del ejecutivo.

Es un Gobierno parlanchín que nació con demasiadas prisas y esas prisas, en su afán por hablar y por estar en los medios para decir lo que van a hacer, llevan a los ministros y a las ministras a hablar y a decir de más. Tampoco es que lo que dicen, de momento, sea poco más que humo, pero su velocidad está desembocando en demasiadas salidas de pata de banco.

Una de esas salidas –a destiempo y sin razón de ser- ha sido la de Meritxell Batet la ministra de la cosa –más o menos- de las autonomías que, aunque se ha apresurado a ‘matizar’, opina que la reforma de la Constitución es ‘urgente, viable y deseable’.

Pues señora ministra, va a ser que no. Ni es urgente, ni es viable, aunque posiblemente pueda ser deseable.

La urgencia no se ve por ningún lado. No hay que confundir la urgencia que pueda revestir un asunto, con la prisa de alguien por poner ese asunto en marcha. Lo que no era urgente hace un mes, no tiene por qué serlo ahora y por ende, habrá que especificar algo más los casos de urgencia y porque requieren una cirugía rápida.

No es viable, primero porque el horno político no está para bollos de tanta envergadura y segundo porque las cifras necesarias, los tres quintos de la Cámara, si hacen algo en relación a la reforma es hacerla, precisamente, inviable.

Y suponiendo que la ‘deseabilidad’ responda a algo más que a los deseos de Meritxell Batet, tampoco se trata de un deseo perentorio y compulsivo por parte de la sociedad.

El ‘parlanchinismo’ no es bueno en política y las prisas hay que refrenarlas, a no ser que el de las prisas sea Joaquín Torra.

 
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