En el burdel de Fidel

El peso político de Moratinos es liviano en exceso para mover al castrismo interino a la excarcelación de presos. Hay ahí un conflicto de voluntades: por una parte, el ministro español querrá presos libres porque va a Cuba; por otra parte, las autoridades cubanas querrán a los presos en prisión precisamente porque el ministro va. Sin reuniones previstas con la oposición democrática, se hace muy complicado no entender este viaje como aval de un castrismo que por momentos saca a Castro del congelador. Es bastante claro que visitar el burdel de Fidel, darse piquitos con Raúl, tomarse un daiquiri con Pérez Roque y acercarse a la cama del comandante como quien se acerca al Pilar de Zaragoza no resulta la manera más congruente de alentar una transición a la democracia en Cuba. En todo caso, pedir la liberación de los demócratas cubanos, ingresados por decenas en los centenares de cárceles castristas, no es un gesto de maximalismo. Menos aún en el ministro de un país que acaba de mandar a su casa al asesino de veinticinco compatriotas. Entre los presos del castrismo, desde luego, no hay terroristas como de Juana Chaos pero a cambio hay muchos internautas.

Moratinos viaja a Cuba del todo desenganchado de la UE, para luchar y perder la batalla en solitario. Aquí y ahora, el estupor es general. La intelectualidad y la clase política de los países excomunistas, de Polonia a Hungría, tal vez tengan menos relaciones de afectividad con Cuba pero a cambio mantienen un recuerdo escrupuloso del horror del comunismo. La República Checa ofrece internet a la disidencia, Holanda les paga el teléfono, Suecia les abre la embajada. En Francia enfada la atención al régimen paleozoico de los hermanos Castro. Es sólo España quien media con cataplasmas de buena voluntad, desde que a la llegada del PSOE se cerraran por completo las puertas a los descontentos de la dictadura. Tampoco hay otra manera de entender esto si no es como aval del régimen.

De alguna manera habrá que llevarse con las autoridades cubanas pero Cuba es poco plato para tantas cucharas. El gerontocomunismo sufre y sufrirá transformaciones y para entonces estará Chávez al acecho, el exilio de Miami que quiere volver a casa de sus padres y ver a sus hermanos, la administración norteamericana con un quiste a pocas millas de Florida, la izquierda sensata que –de Lula a Bachelet- ha de estar para pocas turbulencias. España tiene además –por fortuna- cedida su iniciativa a la UE, regida ahora por Merkel por una favorable disposición astral. El activismo naïf de Moratinos está muy ajeno al sentido del honor y al sentido del ridículo. No se olvide que Trinidad Jiménez, hoy en Cuba, ha sido de las pocas voces críticas con Castro aunque tal vez eso fuera en otros tiempos.

El magno desinterés de la opinión pública española por la política exterior encuentra quizá su correspondencia en un gobierno de Zapatero que da la imagen de ni siquiera querer una política exterior. Otros países lo suelen disimular con más Europa. Queda como pulsión esencial el antiamericanismo, el anti-imperialismo: en realidad, de un país como España no se esperaban simpatías hacia Cuba o, más secretamente, hacia Irán. Hacerse con un prestigio moderado es cuestión de muchos años pero –como estamos viendo- se puede ir en muy poco. Pese a todo, sólo Cuba, Guinea y el Sahara-Marruecos suscitaban sólidas unanimidades de opinión en el país. Para todos, el acercamiento es un cortejo demasiado explícito, sin ninguna devolución positiva para los intereses de España. Está claro que al PSOE se le exigen pocas cosas o se le perdonan demasiadas.

 
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