La catástrofe de Chernobyl dinamitó la URSS

El mundo se ha volcado en la conmemoración del 20 aniversario de la catástrofe de la central nuclear de Chernobyl (26 de abril de 1986), y es natural, pues se trata de un suceso trágico y muchas personas siguen sufriendo incluso hoy en día las consecuencias de aquello. El polvo radiactivo se asentó tanto en territorios de la Unión Soviética como en los de Polonia, Bulgaria, Alemania, Suecia, Suiza, Bélgica, Holanda, Inglaterra y otros países. Tuvieron suerte sólo Francia, España y el sur de Italia: los vientos se llevaron la amenaza lejos de allí.   El grueso de los artículos ya publicados sobre este asunto tratan de los problemas de seguridad derivados de la energía nuclear, ya que nadie quiere que se repita un siniestro semejante. Por algo el susto provocado por Chernobyl frenó el desarrollo de este tipo de energía en muchos países, agravó la crisis energética mundial y originó el aumento añadido de los precios de productos energéticos, entre otros fenómenos negativos.   Sin embargo, hay algo que debería alertarnos: una parte considerable de las publicaciones que en estos días leemos tienen un carácter meramente publicitario, no son reflejo de aquella tragedia sino de la lucha actual por el mercado de tecnologías nucleares. La prueba es que se limitan a afirmar que no se puede confiar en la tecnología nuclear rusa.   Se trata de un proceder inoportuno y poco decoroso.   Hay un refrán ruso que dice: “Hombre escaldado vale por dos”. Precisamente Rusia, basándose en su amarga experiencia, hizo un colosal aporte a la elaboración de las metodologías y medios complementarios destinados a garantizar la seguridad de los reactores nucleares. Se tomó en consideración, para empezar, la “amenaza proveniente de un tonto”, o dicho más suavemente, el factor humano, que no siempre es fiable y que fue la causa de la tragedia. Quizás el problema más grande hoy día consista en que la experiencia rusa, única tanto en lo relacionado con la mejora de la seguridad de los reactores nucleares como con el comportamiento en situaciones de emergencia, no es objeto de atención por parte de Occidente.   Los científicos del Instituto Kurchatov, el centro de estudio del átomo más importante de Rusia, han manifestado en más de una ocasión que en el exterior se ignoran los resultados de los 20 años de trabajo ininterrumpido en la central de Chernobyl, y su director, el académico Evgueny Velijov, afirma con pleno derecho que los físicos rusos han aprendido de una vez y para siempre las enseñanzas de aquel drama.   Porque lo único positivo de una tragedia son sus enseñanzas prácticas y las recomendaciones elaboradas a partir de ellas. A pesar de lo cual los expertos extranjeros no muestran interés por esa valiosa experiencia, y se ciñen a la teoría. Allá ellos. Quienes tienen que ver con el átomo saben perfectamente que en muchos países occidentales hubo incidentes muy peligrosos, que podrían haber provocado provocar tragedias aún más graves que la de Chernobyl. La lista es grande, y en ella figuran, entre otros, EEUU, Gran Bretaña y Suiza. Esos mismos entendidos saben que la tecnología nuclear rusa hoy día es la más segura, y que todo lo demás es publicidad, eso sí, mucho más seria, o grave, que la de Pepsi.   Existe otra consecuencia de la avería de hace 20 años en la que se piensa muy poco. En mi opinión, Chernobyl dinamitó la URSS. Por supuesto, las causas del desmoronamiento de un gigante así son múltiples. Algunos dirán que la autoliquidación estaba introducida genéticamente en la política y la economía soviéticas por los fundadores del marxismo, y tendrán razón al afirmarlo; otros aducirán como causa de la desaparición de la URSS la carrera armamentista o la campaña de Afganistán, que minaron el poderío soviético, y también darán en el blanco; unos terceros datarán ese acontecimiento con la fecha en que se reunieron en Belovezhskaya Puscha los entonces líderes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, para firmar —a espaldas de Gorbachov— un documento que puso fin a la URSS, y éste es un argumento que también tiene el derecho a existir.   Mas a mí me parece que entre las causas de la desaparición de la Unión Soviética ha de figurar también la avería de Chernobyl, que produjo el escape tanto de radiación como de una mentira muy grande, provocando una conmoción en la gente soviética. Durante varios días, las autoridades ocultaron al pueblo la verdad. Ello significa que en Kiev y Minsk los niños y sus padres paseaban bajo la tierna lluvia primaveral impregnada de radiación, comían frutas rellenas de sustancias mortíferas, se dirigían a centros turísticos de Ucrania y Bielorrusia, en vez de abandonarlos a toda prisa. Cuando por fin llegaron las noticias, lo hicieron travestidas en rumores y se desató el pánico: al instante se agotaron pasajes y medicinas. Sólo tras la primera información oficial, verídica a medias, se pudo calibrar el tamaño de la mentira.   La situación se agravaba por el hecho de que las medias verdades venían de los reformistas salidos del seno del PCUS, en los que muchos habían llegado a confiar, por lo que pensaron que, en principio, el sistema soviético era reformable. Todo cambió al saberse que los reformadores estaban mintiendo: a partir de ahí, ya no hubo nadie que les siguiese creyendo. Y cuando desde Belovezhskaya Puscha llegó la noticia de la defunción de la URSS, nadie se levantó en su defensa.   La mentira resultó ser igualmente mortífera que la radiación.

 
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