El catolicismo y los retos del siglo XXI

Benedicto XVI ha concluido su primera visita al extranjero. El viaje del Papa ha sido familiar y emblemático a un mismo tiempo, porque ha estado en Alemania, que es su país de origen, y ha tratado principalmente con los jóvenes católicos reunidos en la vigésima edición de las Jornadas Mundiales de la Juventud. El Papa estaba tan nervioso que al llegar olvidó incluso besar el suelo que había pisado. Era un nerviosismo perdonable: también el Pontífice es un ser humano; al fin y al cabo, era la primera vez que llegaba a su Patria en esa condición. Se mencionan cifras de audiencia tan diversas que me limitaré a constatar, para no herir a nadie, que el nuevo jefe del Vaticano tuvo numerosos oyentes. La mayoría se desplazó a Colonia desde los países europeos, aunque también hubo casi 60.000 peregrinos de Sudamérica, 13.000 de Asia y 9.000 de África. Rusia estuvo representada por un millar de católicos. Tampoco faltaron los discursos. El Papa visitó la sinagoga de Colonia, dando así una muestra de su tolerancia religiosa, y se pronunció a favor del diálogo entre diversas confesiones, algo completamente moderno y apropiado. Benedicto XVI señaló que en el mundo "están surgiendo nuevos signos de antisemitismo y de hostilidad generalizada hacia los extranjeros". También rezó por las víctimas de los atentados en Londres, según las noticias. Espero que el Papa se haya acordado en sus oraciones de los egipcios, los rusos, los españoles, los estadounidenses y tantos otros. Londres, al parecer, no era más que un símbolo de las víctimas del terrorismo. El Papa tuvo tiempo para muchas cosas, incluso para hablar de lo importante que es descansar y contemplar la Naturaleza, cosa que difícilmente podríamos negar. Los que tengan tiempo para contemplaciones, que contemplen. Ya me gustaría a mí tumbarme cuanto antes en una chaise-longe al lado de esas personas. A decir verdad, son otros los problemas que preocupan al mundo, a la juventud y a la Iglesia en mayor grado. Sabido es que la Iglesia Católica –y no solamente ésta, porque la Iglesia Ortodoxa Rusa tropieza con dificultades similares– afronta en este siglo XXI algunos retos que la sitúan en un callejón sin salida. Las cosas antiguas y las nuevas se han mezclado en una olla única: homosexuales, abortos, clonación, problemas sociales de la desigualdad o de la discriminación racial, etc. La Biblia, el Nuevo Testamento y la oración son de poca ayuda aquí, lo único que hacen es reforzar el espíritu. Por otro lado, mucha gente le pide a la Iglesia cosas francamente imposibles. Tantas veces como le pregunte uno al Pontífice si consiente los abortos, tantas dirá que no. Es otra institución la que se ocupa de los homicidios. O los gays, por poner otro ejemplo. ¿Qué sentido tiene pedirle a la Iglesia la bendición de matrimonios homosexuales, si uno puede abrir la Biblia y leer lo de Sodoma? No hay manera de que la Iglesia –ya se trate de la religión católica o la ortodoxa– reniegue de su herencia, de lo contrario dejaría de ser lo que es para transformarse en una especie de club. Por cierto, es una de las razones por las que se podría esperar, en este siglo, un paulatino acercamiento de posturas entre el Vaticano y la Iglesia Ortodoxa Rusa: resulta más fácil buscar juntos las respuestas a los interrogantes más complicados, y es más cómodo repeler los ataques cuando se han cerrado filas. Todo lo anterior es cierto, pero la gente se sigue preguntando cómo vivir. El mundo que nos rodea no es un paraíso. Está siendo atacado cada dos por tres, cuando no por el VIH, por la gripe aviar. Ni siquiera el paraguas protector del condón, publicitado hoy en cada esquina, es capaz de evitar todas las desgracias, por mucho que uno quiera. ¿Cómo logramos la salvación? Centenares de miles de jóvenes esperaban que el Pontífice les contestara precisamente a esta pregunta fundamental. La respuesta fue la de siempre: "¡Rezad!". El catolicismo no tiene otra, y no es culpa de Benedicto XVI. Tampoco él puede saberlo todo, de la misma manera que no lo sabía todo su sabio predecesor, sometido hoy a un proceso acelerado de canonización. Y aunque el Pontífice vuelve de este viaje contento –consigo mismo, con la audiencia y con el encuentro que, según él, "contribuirá al diálogo ecuménico y dará un nuevo impulso al desarrollo de las raíces cristianas europeas"– el catolicismo y las demás corrientes de la religión cristiana tendrán que atravesar, en realidad, por tiempos bastante difíciles. Los jóvenes católicos, quienes personifican al decir de Benedicto XVI "el dinamismo del futuro", necesitan recibir de sus padres espirituales alguna ayuda concreta para plasmar este potencial. De momento, no la tienen. Y nadie sabe cuánto tiempo estarán dispuestos a esperarla.

 
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