¿El “continente” sudamericano se va alejando del norteamericano?

El economista de izquierdas Rafael Correa ha proclamado su victoria en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador. El escrutinio parcial le da una victoria arrasadora con el doble de votos que su principal rival, el multimillonario conservador Álvaro Noboa.

Lo más interesante de las elecciones fue que a los votantes se les propuso escoger entre dos polos opuestos: el candidato de la izquierda aboga por romper las relaciones comerciales con EE.UU. y reorientar toda la economía hacia los países del subcontinente latinoamericano que se encuentran en su onda ideológica, en especial Cuba y Venezuela; el candidato de la derecha, en cambio, exhortaba a fortalecer las relaciones con Washington y prometió romper las relaciones diplomáticas con la Caracas de Hugo Chávez. (Donde, dicho sea de paso, próximamente también se celebrarán presidenciales, aunque prácticamente nadie duda de que el presidente conservará su cargo y seguirá echando pestes del “gran vecino del Norte” desde todas las tribunas. Un sondeo reciente de opinión muestra que a Chávez lo apoya cerca del 60% del electorado.)

Ahora, todas las elecciones en América Latina son interesantes debido a una intriga subyacente: ¿cuántos puntos perderá EE.UU. en una región que Washington proclamó zona de su influencia según la vieja y decrépita Doctrina Monroe? Cuba, Brasil, Venezuela, Bolivia, Nicaragua después de la victoria obtenida por Daniel Ortega... y ahora el Ecuador. Eso mientras en Perú un candidato de izquierdas perdió por poco y México “obtuvo” en las últimas elecciones dos presidentes: a uno la comisión electoral lo proclamó ganador después de un dudoso recuento de votos, mientras que el otro, agraviado, por sí mismo y por la otra mitad del país, se autoproclamó vencedor y, aunque formalmente es el impostor, recibe el apoyo de millones de personas. Todo lo cual hace pensar en si el “continente” suramericano se aleja del norteamericano, partiéndose justamente junto al muro que los estadounidenses construyen a lo largo de la frontera con México.

Importa saber también a quién se debe la evidente izquierdización de América Latina y el antiamericanismo galopante. Antes, Washington atribuía toda manifestación de izquierdismo en América del Sur a las maquinaciones cubanas y soviéticas, pero ahora este argumento ya no sirve: la URSS no existe y a Cuba, debido a la enfermedad de Fidel Castro, le preocupan más sus problemas internos, y si influye sobre los acontecimientos lo hace más bien por inercia, cada vez menor. Pese a toda la devoción que Hugo Chávez muestra hacia el patriarca cubano, la columna izquierdista no la encabeza Fidel sino él mismo; y aún menos, el ala radical de esta columna. Y no vamos a olvidar que existe también un Brasil de izquierda moderada con Lula a la cabeza.

Entonces, ¿por qué? A mi modo de ver, esto se debe a varias causas. Para empezar que, convencido de su omnipotencia después de la desintegración de la URSS, los EE.UU. comenzaron a sembrar sus ideas en todo el globo terráqueo, siendo de notar que en algunos lugares esta “siembra” resultó ser muy dolorosa y costosa. Y en otros hasta quedaron atascados. El vivo ejemplo de ello es, desde luego, Irak. En Afganistán las cosas tampoco les van muy bien, en Oriente Próximo no se adivina un rayo de esperanza, no se sabe qué hacer ni con la ambición atómica de Irán, ni con Corea del Norte tras sus demostraciones de lanzamiento de misiles.

Hay otros problemas que requieren mucha atención de la Casa Blanca. Por ejemplo, la extraña amistad de EE.UU. con algunos miembros de la OTAN que distan de arder en deseos de ayudar a su líder. Las relaciones con la Unión Europea tampoco andan a pedir de boca. Añádase a ello China, una potencia comunista, de mercado, atómica y ahora ya cósmica. Y luego Rusia, que cobra fuerza y se hace cada vez más independiente.

A comienzos del siglo pasado, un embajador estadounidense en, digamos, Argentina era para la Casa Blanca mucho más importante que su embajador en la lejana Rusia en 1917, en vísperas de la revolución rusa. Ahora los tiempos y prioridades son otros, los asuntos latinoamericanos quedaron relegados un poco a un segundo plano. Pero ese “un poco” bastó para que América Latina —al menos una parte considerable— comenzara a hablar en el lenguaje de Bolívar.

Hay una causa más por la que muchos países latinoamericanos empiezan a dar prioridad a sus relaciones mutuas, o con China o con la Unión Europea, y otra vez se vuelven con esperanza a Rusia. Y si miran hacia el Norte no es hacia EE.UU. sino más lejos, a Canadá. Por supuesto que el mayor socio comercial de América Latina sigue siendo EE.UU., lo que en principio es normal y lógico, dadas la economía y la geografía. El problema está en que EE.UU. aprovecha esta geografía y economía, así como su peso político y militar única y exclusivamente en su interés, desdeñando los intereses latinoamericanos. América Latina se ha cansado de mantener esta cooperación desigual e injusta, es precisamente esta cooperación caricaturesca la que impide a muchos países latinoamericanos salir adelante.

Es normal que, sintiéndose cansada de esta desigualdad permanente y del tono doctoral de Washington, América Latina vire hacia la izquierda y hable de la Casa Blanca desde la tribuna de la ONU (por boca de Hugo Chávez) usando expresiones poco decentes. Toda paciencia tiene un límite.

 

No creo que la América del Sur se aleje mucho de la del Norte, pero el hecho de que muchos latinoamericanos lo quieran es mala señal para Washington. Y, ojo al dato: hace poco supe por un experto comentarista de la CNN que incluso en Canadá la popularidad de EE.UU. en los últimos años ha caído en un treinta por ciento. Quizá llegue un día en que Canadá también aspire a largar velas.

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