De crímenes y castigos

A los presidentes de Pakistán y de Vasconistán –todavía nación irredenta–, Pervez Musharraf y Juan José Ibarreche, les une el problema del terrorismo al que deben enfrentarse en sus jurisdicciones políticas, y a veces, como ha sido el caso de sendas declaraciones que cada uno ha realizado por su cuenta esta semana, parecen compartir también un trasfondo hasta cierto punto justificador en sus razonamientos.

Del lehendakari no hay nada que pueda ya sorprendernos, porque lo tenemos tan a mano, y siempre tan dispuesto a emitir sus jeremiadas noticiables, que lleva años apareciendo ocho veces de cada diez en cualquier informativo. Por eso se le acepta casi como un mal menor, puramente retórico después de todo, ese deseo repentino de que el Parlamento condene la dictadura franquista y pida perdón por el bombardeo de Guernica, así como por todos los «crímenes cometidos en nombre de España».

Perdón por perdón, suponiendo –y es mucho suponer– que las situaciones tuviesen equiparación posible, no estaría de más exigir una permuta, y que la cámara vasca hiciera lo propio con los «crímenes cometidos en nombre de Euskal Herría». Parece muy lejana la hora en que Ibarreche llegue a proponer una moción semejante. Lo único que le interesa es situarse a rebufo de la memoria histórica avivada por Zapatero para situar en primer plano su eterno contencioso con esa entidad que, tratándose de crímenes, ya no es el difuso «Estado», sino la específica «España». Una España criminosa a la que quizá, hombre, pues ya ves tú, no le esté tan mal empleado pagarle con la misma moneda.

A Musharraf no le tenemos tan cogido el punto, y por eso ha sido útil su visita a España. Del mandatario paquistaní se conoce su ambigüedad alícuota entre las querencias islamistas y el combate de las manifestaciones violentas del yihadismo. No es muy tranquilizador que un día se liquide a un buen puñado de miembros de Al Qaeda, y al día siguiente afirme en Córdoba que debe prohibirse la calumnia a la religión de Mahoma para evitar así más ataques terroristas. Si se refiere a unas caricaturas, a un discurso pontificio o a las opiniones que cunden en el mundo occidental sobre los abusos a que puede conducir la doctrina islámica, que lo concrete, que nos entregue directamente unas tijeras y nos especifique por dónde hemos de empezar el recorte del derecho a la libertad de expresión.

Los crímenes en nombre de España y en nombre de la impiedad temeraria ya se sabe con qué castigo se pagan. Y conviene que políticos como Ibarreche y Musharraf nos lo recuerden de vez en cuando, por si acaso tenemos la tentación de olvidar el mundo encenagado de ambigüedades en que vivimos.

 
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