La crisis no soluciona el vacío en las aulas

Parece ser que el próximo mes de septiembre los alumnos van a acudir a las aulas para evitar las terribles colas de la oficina de desempleo. De ahí que nuestro ministro de Educación, Angel Gabilondo, se sienta muy satisfecho de que los jóvenes elijan continuar sus estudios en lugar de deambular por las calles a la espera de un posible trabajillo. Eso sí, deberíamos comprobar si realmente ese huir del paro es el único motivo para asistir a clase.

                                                                                                              

Ahora mismo, cuando uno observa las cifras de fracaso educativo comprueba que España tiene una tasa de abandono escolar del 38%, la más alta entre los países de la Unión Europea. Lo cual quiere decir que esos jóvenes españoles obtienen como máximo el título obligatorio en educación secundaria.

Son muchas las causas que provocan el abandono de los estudios, desde problemas en el aprendizaje, hallarse en un ambiente social desfavorable, hasta la facilidad para encontrar un trabajo no cualificado.

Pero quizá la presión familiar, sea uno de los motivos que más impulsan al escolar a desistir de su principal ocupación.

No es fácil poner fin al abandono escolar, pero sí el mejorar las actuales cifras ante el evidente desastre, y dado que es un tema de vital importancia, conviene encontrar las mejores soluciones. Así por ejemplo, las empresas deberían no sólo permitir, sino además facilitar que sus jóvenes empleados tengan unos horarios flexibles con los que logren compatibilizar el trabajo con el estudio. Por otro lado, también es imprescindible que el profesor tenga una auténtica vocación docente, su labor no se puede limitar a impartir las lecciones pertinentes, sino que ha de ser capaz de despertar en su discípulo el afán por aprender.

Ahora bien pretender solucionar el abandono escolar a costa de la crisis, como muchos sostienen, es una utopía. El mero hecho de permanecer unos cuantos años más en la escuela no implica un aumento de formación. De lo que en realidad se trata es que los chicos tengan verdadero interés en estudiar, quieran formarse y sean conscientes de las repercusiones que tiene el aprendizaje de cualquier materia. Y esto lo podrán valorar si sus padres así se lo transmiten. A unos padres que lo único que les importa es que su joven retoño traiga a casa las primeras “perras gordas” no les puede sorprender que su hijo decida abandonar prematuramente sus estudios.

En este sentido, cobra especial interés el impulsar y mantener la comunicación entre el centro educativo y los padres, de modo que éstos se puedan involucrar en los estudios de sus hijos, y así reconocerán y apreciarán el valor que entraña toda formación. Además observarán como sus hijos se distancian del falso placer de no hacer nada o de quedar atrapados en engañosas expectativas, para realmente comprometerse con la tarea que en definitiva es la que les corresponde. 

 
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