La crisis de los veinticinco - Veinticinco años de éxitos - Autorretrato de un cualquiera

He visto el miedo nuclear, recuerdo a Ronald Reagan, América era algo entre el paraíso y el futuro, además de la patria de los buenos. En casa, me enseñaron a comer de todo y a rezar el Padrenuestro. Sobreviví a la adolescencia y a la trigonometría. Sé contar en pesetas y recuerdo haberme tallado en un cuartel. En mi época, a los doce años, eras virgen. Una vez a la semana como carnes rojas con entusiasmo troglodita y aún me suelo esconder para fumar. Una librería no me es un lugar inexplicable. En cuanto a restaurantes, los prefiero con manteles. Soy católico, alcohólico y romano. Pecador bastante clásico. Monárquico. Aparte de eso, creo en las viejas pasiones de leer y de escribir y por eso cosas como el golf me importan menos. No me gustan las novelas de templarios y creo que nunca diré 'cari' a ninguna. Me hubiese gustado ser escritor de señoritas pero para eso ya escriben señoritas. Al oír "plasma", pienso en los presocráticos y no en una televisión. Entiendo que el ipod sea  la evolución del walkman; antes que una blackberry prefiero mi propio palimpsesto. De felicidad, siempre me pido repetir. Puedo hablar sobre vinos de Burdeos pero confundo platos thais y vietnamitas. No siempre me refiero a mis amigos como mi 'network'. En teología, mi nivel es amateur. Postres y amores, mejores cuanto más empalagosos. Me gustan Dean Martin, Glenn Miller, Bacharach, Mancini, las mujeres fascinantes y las banderas de los países escandinavos. Los hombres de mi edad van sin mouchoir y me pregunto si es que siempre se limpian manos y mucosas con el brazo. También me pregunto si para ser contemporáneo he de llevar camisetas con mensaje. Uso estilográfica pero no es por emular a Oscar Wilde. A veces, sospecho no ser alternativo. Tengo observado que los crooners envejecen mejor que los roqueros y que la literatura perdurable es la agradable. No me sonroja venir de una familia feliz. Me cuesta entender que a Ralph Lauren no le hayan dado el premio Príncipe de Asturias de algo. No tomo drogas, ni siquiera benzodiacepinas. No necesito vacaciones porque me basta con vivir muy bien. Tampoco escribo para molestar pero a veces resulta entretenido que te odien. Dos o tres veces me enamoré como un idiota: en cualquier momento, me veo capaz de volver a  ser idiota. Con frecuencia, caigo en la tentación y en la ostentación. Creo en la Iglesia y en la OTAN. No desconozco los ataques de 'boutiquisme'. Maldigo con energía en el trabajo pero sólo es para acojonar. Con toda vanidad, considero que los hombres más jóvenes han salido más guapos pero menos sexuados. El esfuerzo es dar a la vida la redondez de un 'waltz' y no descuidar la buena letra del día a día. Cada vez más, me gustan las cosas sencillas: las ostras enormes, las mantas de pelo de camello. Me entusiasmó el género de las extranjeras pero ahora tengo en mucho la producción nacional. No leo a Noam Chomsky ni bebo champán de garrafón. Me parece importante vivir sin revolcarse horriblemente en la vulgaridad; al margen de eso, necesitar a los demás mantiene joven.

A esta altura, veo previsible no votar nunca a Rodríguez Zapatero ni correr en San Fermín. Hombre de mi tiempo, tomo bastantes yogures desnatados pero leo poemas pastoriles. Me gustan las mujeres que se despiden con un pico como un anticipo de frambuesas. En general, me gustan y me asustan las mujeres huracán. Escribo en el coche, en los semáforos. Hago lo posible por fingir que no trabajo pero a veces me pillan. La moto me da miedo aunque me da más miedo quedarme sordo y ciego, por ejemplo, o morir aplastado por el derrumbe de una marquesina. También me acojona la ensaladilla rusa de los bares. El dilema siempre está entre ser sensible y frívolo cuando a uno le hubiera gustado ser un poco más geómetra.Prefiero no tener un coche bueno porque me conozco -me conozco- y ser irresponsable me entusiasma. Un tireur me predijo una vida intensamente feliz, durar noventa años y ver a mis bisnietos. Tengo las transaminasas algo altas, según los últimos análisis. También tengo un peluquero que me comprende, un florista que me engaña y tanta salud que me da no sé qué no compartirla. En general, me siento extraño en un mundo donde la poesía pasó de los alejandrinos al hip-hop. Mi gran afición es que me cuenten cosas sorprendentes y que me traten con cariño. Leo, desde siempre, el ABC, y procuro viajar con smint porque nunca se sabe si habrá suerte. Me gusta la música española: Tomás Luis de Victoria, Olé-Olé, Antonio de Cabezón. Vi el verano de gloria de Hombres G, con pantalones cortos. A mis hermanas les entusiasmaban. En el corto plazo, me pregunto si debería pasarme por Marbella este verano pero tengo dudas éticas y estéticas. Desde luego, creo en la apoteosis y en terminarse la botella. Mi especialidad es la jardinería política o las relaciones entre jardinería y poder: me han prohibido escribir sobre el asunto. En otro orden de cosas, me fascinan las arquitecturas de nata, chocolate y crema pastelera. Me hago la ilusión de ligar con la azafata que trae el gin-tonic y, por otra parte, considero comprarme un descapotable por parecer más guapo. Amo las garden parties y las spaguetti parties y, en líneas generales, cualquier cosa con la palabra 'party' (como 'conservative party'). También amo el campari prácticamente helado y la terraza del Ritz y al pianista negro del Ritz y al búho del Ritz que no asusta a las palomas. "La experiencia me enseña / que el campari mejora con ginebra" (Calderón). Trabajar me gusta porque siempre sorprende ser útil. Tengo un gato porque un guepardo es pretencioso y daña más las tapicerías. Colecciono desengaños,  suplementos culturales y cajas de cerillas y duermo uno cada tres días: es agradable tener en qué pensar. Temo el advenimiento de la mujer biónica y, mientras tanto, me siento a ver pasar a las venus de los bulevares. También temo el día en que las buenas gentes copulen como quien monta un mecano. En Youtube, vi hace poco un video de Vicky Larraz y otro de Sabrina Salerno (boys, boys, boys). Esas son pasiones estériles, como el bote que me regalaron de Abdosculpt.

Soy el tipo de hombre que entra a las farmacias a curiosear pero no encuentro excusas para entrar en herbolarios. Me gustaría escribir una novelita veraniega y sentimental, que sirva de lectura bajo el sauce llorón que hay por norma en las piscinas.Tengo gato pero no me engrío. Asimismo, evito las legumbres. Aprecio crecientemente el barroco francés. Aun así, aprecio más el paisajismo inglés y los discursos de la intimidad. Intenté dejarme barba y fue un error. Como conservador, creo que todo podría ir peor de lo que va y que vivimos siempre una prórroga milagrosa. De mí mismo puedo decir que el Señor me dejó a medio acabar pero a cambio me dio buena nariz y una pasión por la analogía. La sensualidad, gracias a Dios, nos libra de habitar en la meteorología de lo abstracto. Sólo a veces estoy de humor para ver cine chino y reconozco que el nuevo look de Aznar me deja algo perplejo. En los peores momentos, me siento mohoso, caduco y espectral. De todas maneras, creo que las depresiones casi siempre se curan a guantazos. Me inquieta pensar que el corazón sea un músculo y se canse. También me inquieta pensar qué frutos daría yo, de no ser un hombre sino -por ejemplo- un naranjo. Por norma, cinco minutos junto a una mujer me hacen pensar que no soy inteligente. Ya estoy acostumbrado. Hace poco he descubierto el daiquiri de pepino y me considero un gran fan. Hoy por hoy, ya sé que los buenos sueños turban igual que pesadillas y que la impaciencia se cura con vehemencia. Considero un grato pasatiempo hablar de tonterías y contribuyo cuanto puedo a que el mundo se mueva por el chisme. Intento pasar por moderno y antisentimental pero es en vano. Para arreglarlo, hace poco me compré una chaqueta vanguardista. Tras más de veinticinco años, nunca he empleado el adjetivo 'quitinoso' y ya me muero de las ganas. Confieso que una canción de Paulina Rubio, en el mejor momento, puede hacerme titilar. Tengo más esperanza que esperanzas y prefiero los lujos al lujo. Mi especialidad en cocina es pasar hambre: por lo demás, veo justicia en ser feo si uno sale bastante vanidoso. Vivo en paz con Dios y con el ayuntamiento de Madrid. Hablar sin beber me da pereza. A los más jóvenes, un consejo: hijos míos, no sufráis, no leáis. Veo absurdo reivindicar nada y aplaudo que la gente mate focas para hacerse abrigos. ¿Para qué coño están las focas? Nunca he llevado camisetas de tirantes, por un sentido del honor. Prefiero el jazz bailable al jazz anfractuoso; en cualquier caso, no soy insensible a los momentos dramáticos de un buen pasodoble. Cuando me siento un leproso, leo a Job, y jamás pediré nada que amenace llevar una teja de foie. Me gustaría tener a alguien con quien hablar sobre Tiziano y me gustan los restaurantes donde me dan bien de comer sin las penalidades de elegir: en la vida, sin embargo, procuro distinguir la carne del pescado. Detesto los ascensores sin espejo y descreo del chino a domicilio. En fin, no pasa un día sin que lamente mi propia imperfección y a veces también lamento que la vida no sea un musical: expresarnos mediante rancheras o boleros. Un día soñé con tener guacamayos y casarme con una heredera colombiana horrorosamente rica, pero "los sueños, sueños son" (Calderón). Llevo, sin  medicarme, una existencia mansa, placentera, asaz feliz. Me preocupa de verdad la gente con problemas digestivos. En parte, me haría ilusión entrar en la categoría convencional de las buenas personas. Prefiero creer en la voluntad a consultar el Tao. Aprecio la correcta dicción del castellano; por momentos, sin embargo, dejaría la moral por un poco de café. Si el tedio llega, juego a sorprenderme. En fin, agosto se acerca, cumplo veintiséis años, yo que creí haber nacido con cuarenta. De algunas cosas empieza a hacer ya mucho tiempo. Hay, aquí y allá, tremendos vientos de infinito, el soplo de Dios que nunca falla. Después de muchas podas, el ideal ya consiste en no ser un sinvergüenza, en combinar –a ser posible- la ligereza y la piedad. Una vez me vi una cana en el retrovisor: otros días, sin embargo, aún confundo el dolor de cabeza y el dolor de corazón.

NB: Partidario de la escritura con pudor, sometí la publicación de este artículo al criterio de Kiko Méndez-Monasterio y Enrique García Máiquez, escritores serios y ciudadanos honorables.

 
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