La dualidad monetaria

La discusión sobre la existencia de dos monedas en Cuba se acrecienta. El tema es de los más controvertidos actualmente y de los que produce mayor disgusto entre la población. Los cubanos, en su inmensa mayoría son pagados con el peso corriente, moneda que el estado rechaza en la mayoría de los establecimientos comerciales y de servicios, lo cual crea una situación absurda.

El acceso al peso convertible (CUC) guarda poca relación con el aporte laboral de los ciudadanos. Un contradictorio escenario demostrativo de la inexistencia de una sociedad acorde con los proclamados principios de distribución socialista. Para conseguir el CUC, se depende fundamentalmente de factores extralaborales, como recibir remesas del extranjero, en particular de Estados Unidos, o tener los suficientes contactos e “idoneidad política” para poder laborar en el turismo, embajadas y empresas formadas con capital foráneo, y así poder obtener las propinas y las gratificaciones pagadas por debajo de la mesa, prohibidas hasta muy recientemente.

Un porcentaje reducido de los trabajadores recibe pequeños ingresos en pesos convertibles en áreas consideradas estratégicas, inferiores por lo regular a 20 CUC mensuales. Cantidades irrelevantes, recibidas si se alcanzan determinadas condiciones, como asistir puntualmente al trabajo y cumplir de forma estricta las regulaciones y planes establecidos. El resto de la población sólo tiene acceso a esa preciada moneda mediante la compra en determinadas cajas de cambio (CADECA) a 1 por 25 pesos convencionales hasta ciertos montos de pesos convertibles disponibles para el canje total diario, en limitadas cantidades por cada operación.

Los cubanos dependen extraordinariamente de la adquisición del CUC para satisfacer vitales necesidades, cuando el salario promedio no rebasa los 408 pesos corrientes mensuales y el mínimo es de 225. Mientras los jubilados en su mayoría reciben una pensión mínima de 164 pesos corrientes mensuales, pero deben pagar 2.15 CUC por un litro de aceite comestible y 6.50 CUC por un kilogramo de leche en polvo de producción nacional.

Esta situación incide en el poco interés laboral prevaleciente y resulta uno de los elementos provocadores de que la productividad sea muy baja, con un crecimiento de un 39,5 % entre 2000-2007, calculado sobre la base de incrementos del PIB sumamente discutibles; mientras en ese período el salario medio aumentó en un 71,0%, según cifras oficiales. Una coyuntura que afecta negativamente los costos de producción y la eficiencia.

La dualidad monetaria provoca otras nocivas consecuencias, como la doble contabilidad y distorsiones al no existir tasas reales de cambio a nivel comercial, fuentes de una elevación notable de los costos de gestión, sin lograrse la determinación exacta de la situación económica a nivel micro y macroeconómico. Escenario en el cual se dificulta enormemente la evaluación de la información disponible -poco confiable casi siempre-, e imposibilita la toma de acertadas decisiones.    

Ahora bien, la doble circulación monetaria es una consecuencia del desbarajuste que ha sufrido la economía cubana y no podrá resolverse de forma aislada, separándola del contexto de los problemas nacionales. De hacerse unilateralmente, las consecuencias podrían ser peores, en especial por crearse un proceso inflacionario de significativas magnitudes, con daños relevantes a los sectores sociales más débiles. La solución a este problema que obstruye el interés laboral, la productividad y la eficiencia productiva habrá que encontrarla mediante un proceso de reformas estructurales integrales, gradual pero constante; que incluya   transformaciones radicales de conceptos obsoletos, en especial en relación con la propiedad.   Por las características cubanas, los cambios deberán iniciarse en la agricultura a través de la entrega de las enormes extensiones de las tierras ociosas y subutilizadas existentes, con entera libertad para ser cultivadas por   las personas interesadas en su provecho y el de la sociedad.

La reestructuración agrícola deberá continuar, o marchar al unísono en algún momento, con el desarrollo del trabajo por cuenta propia, la privatización o cooperativización real de los pequeños establecimientos de comercio, servicios y chinchales, establecimientos que nunca debieron ser confiscados. Así también deberán   eliminarse las absurdas prohibiciones a los cubanos para poseer pequeñas y medianas empresas (PYMES). 

Si fueran tomadas esas medidas, al tiempo que se crearían riquezas y crecería la oferta de productos y servicios, se establecerían fuentes de puestos de trabajo realmente productivos, que permitirían utilizar los enormes excedentes de fuerza de trabajo ubicados hoy sin ningún provecho en el sector estatal, lo que imposibilita una debida organización laboral, el incremento de la productividad y el aumento del salario real.

 

Resulta evidente que la creación paulatina de un peso fuerte como moneda única deberá responder al incremento de la oferta de productos y servicios con precios razonables. Sin embargo, no se podrá lograr solamente a través del incremento productivo, sino también paralelamente deberá actuar una política financiera adecuada que equilibre de forma gradual los ingresos y los gastos de la nación sin causar sufrimientos innecesarios a la población.

Ello incluye la propuesta que ahora ha realizado el General Raúl Castro de racionalización del aparato institucional del país, absolutamente recargado con personal innecesario, generador de parasitismo y de despilfarro monetario y humano. Aparatos burocráticos que con sus constantes intervenciones en toda la sociedad han sido frenos permanentes al espíritu creador del cubano.

Indudablemente, habrá que adoptar medidas para que las personas racionalizadas puedan ser empleadas productivamente y sentirse útiles socialmente. En lo sectores burocráticos existen muchas personas calificadas que en el futuro podrían emplearse eficientemente para beneficio propio y del país.

Por otra parte, se requieren programas inversiones adecuados a las posibilidades nacionales, alejados del dañino voluntarismo, que en el menor tiempo posible hagan madurar los objetos de obra, para concluir la historia del congelamiento eterno de recursos materiales y esfuerzos humanos que en no pocas ocasiones se pierden totalmente, además de crear perversas presiones financieras.

En este recuento de medidas, por supuesto incompleto, para la necesaria apreciación del peso cubano como moneda nacional única, habrá que incluir la terminación del funesto sistema de racionamiento de alimentos, el cual financia a personas necesitadas y no necesitadas, con un pesado y costoso aparato de control y distribución, sustituyéndolo por mecanismos más flexibles de ayuda efectiva a quienes lo requieran.

Además deberían descentralizarse las funciones del Estado mediante el otorgamiento de poderes de gestión y de toma de decisiones a los niveles municipales y provinciales, lo cual agilizaría la actividad administrativa, mediante la eliminación de dilatados e innecesarios procedimientos burocráticos. También tendría que reanalizarse la ayuda cubana al exterior, para ubicarla dentro de las posibilidades económicas reales.

Resulta contradictorio que Cuba, con 6 000 dólares per capita de PIB, -cifra calculada sobre la base de la paridad de poder adquisitivo (PPA) en USA por el Instituto de Estadisticas de UNESCO-, el 23 lugar de una lista de 33 naciones de América Latina y el Caribe según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), continúe prestando ayuda gratuita a países que cuentan con recursos muy superiores a los nuestros. No se trata de restar nuestra contribución a la humanidad, sino adecuarla a las posibilidades reales. Es ilógico continuar siendo “luz de la calle y oscuridad de la casa”.

En este marco de reformas, donde se han enunciado los aspectos más esenciales, estarían incluidas las condiciones indispensables para el proceso de fortalecimiento gradual de la moneda nacional y de la eliminación de la dualidad económica que tanto daño ha ocasionado.

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