Nunca seas escritor

Tengo que confesarlo. Estoy escribiendo otra vez. Después del éxito inesperado de Un ministro en mi nevera, me había prometido que no volvería a hacerlo hasta dentro de unas décadas. Pero he caído. Supongo que eso confirma que soy humano, algo que por otra parte nunca he llegado a tomarme demasiado en serio. Desde que los socialistas se inventaron los derechos de los animales sin exigirles ninguna obligación a cambio, lo humano dejó de atraerme, y he tratado de convertirme en ameba en varias ocasiones. Hasta el momento, no lo he logrado, a pesar de que tengo sobre mi chepa a un juez del Guiness esperando el milagro, para certificar que soy el primer columnista protozoo rizópodo de la historia.

Verán. La vida de un escritor no es divertida ni aburrida. No es vida. Por lo general, los escritores de mi edad, si consiguen amasar mucho dinero, se suicidan. Los demás, a estas alturas, ya hemos asumido que hay formas mucho más entretenidas de vivir en la miseria que patearnos editoriales con cuatro papelitos bajo el brazo, vendiendo que tras la muerte de Miguel de Cervantes, nadie ha logrado alcanzar la altura literaria de nuestra prosa. He perdido en el pasado demasiadas horas en esta peculiar tarea, y reconozco que nunca he conseguido un discurso realmente convincente sobre mi propia obra. Algo que, entre nosotros, me enorgullece. Ni siquiera calzándome gafas de pasta he logrado ablandar el corazón de hielo de los editores más famosos de este país. Me resulta tan incómodo hablar en serio sobre lo que escribo como sacarle brillo a los zapatos con las pestañas.

El gran problema del sector editorial es que todo el mundo cree que tiene cosas muy interesantes que contar. Y que esas cosas son mucho más interesantes que las cosas de los demás. Las dos creencias son falsas. Nadie tiene nada interesante que contar. Y a nadie le interesa nada lo que tienen que contar los demás. Por otra parte, en España nadie lee nada, a excepción del Marca, y nadie compra libros, salvo para regalarlos por Navidad para fastidiar al destinatario.

El editor, que es un tipo al que encontrará en su despacho justo debajo de diez toneladas de manuscritos y varias botellas de whisky vacías, tiene que decidir entre publicar algo que no le interesa a nadie, y que sabe que no va a venderse, o publicar algo que no le interesa a nadie, que sabe que no va a venderse, y que, además, tiene que leer previamente. El colmo del editor es que, además de arriesgarse a publicar un bodrio, tiene que leerlo antes. Esa es su verdadera tragedia. Por eso optan por autores famosos. La única ventaja de editar a escritores más o menos conocidos es esa, que no hay que leerlos antes.

El autor se equivoca cuando cree que lo que escribe es bueno, y enloquece definitivamente cuando sueña que algún día podrá vivir de toda esta basura. La única forma de ganar dinero siendo escritor es atracar a viejecitas en la puerta de una librería de la calle Serrano. No lo recomiendo. Lo he probado y no es divertido. Sobre todo cuando el inspector de policía aparta la mirada de su cuaderno de notas, te mira a los ojos, y te pregunta con los párpados caídos: "¿profesión?".

Particularmente, vivo mucho mejor desde que concluí que -al margen de las eventuales cifras de ventas de mis libros- a nadie le interesa mi literatura. Desde entonces, me dedico solo a disfrutar del placer de lamentarme por no haber sido astrofísico de la NASA, en vez de dedicarme a la mafia de las letras. Al fin, la bohemia tiene mucha gracia hasta que llegas a fin de mes y compruebas que alguien debería haber ajusticiado al primer ingenuo que inventó el refrán que asegura que de ilusión también se vive. Yo creo que lo que realmente quiso decir es que de ilusión también se bebe, pero aún no he encontrado a ningún historiador que respalde esta teoría.

Así, sin presión de ningún tipo, me puse hace un tiempo a escribir y todo va sobre ruedas. Estoy muy cerca del punto final y he logrando un hito en mi carrera: mi próximo libro es increíblemente inútil. Sí. Me he propuesto escribir algo que no interese absolutamente a nadie y estoy a punto de conseguirlo. La emoción me embarga. La ilusión me corroe. Las lágrimas brotan. Sí. Por fin. Mi próximo libro es un auténtico espíritu libre. Es una obra de arte contemporáneo. Es un adolescente que se me ha ido de las manos y se ha marchado de casa con todas mis tarjetas de crédito. Es estúpido, inverosímil, equívoco, anárquico, salvaje, etílico, frívolo, exagerado, arriesgado, inexacto, extraño, vil, y desaliñado. Así que tiene todos los ingredientes para convertirse en un gran superventas.

 
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